La suerte de la mayoría de los desconfiados

El éxito imprevisto del Gobierno de coalición afronta ahora un momento de máximo riesgo: la dispersión electoral, con las formaciones que apoyan al Ejecutivo chocando por espacios con mucho voto colindante

Pedro Sánchez y otros diputados aplauden en el Congreso tras la aprobación de los Presupuesto de 2023, el pasado 24 de noviembre.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)

En política se habla y se sobreactúa mucho pero se razona poco (falta enraonar esta bella palabra del catalán). Entramos en año electoral (con municipales, autonómicas y generales en el horizonte) con una constatación de partida: la sorpresa de esta legislatura ha sido ...

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En política se habla y se sobreactúa mucho pero se razona poco (falta enraonar esta bella palabra del catalán). Entramos en año electoral (con municipales, autonómicas y generales en el horizonte) con una constatación de partida: la sorpresa de esta legislatura ha sido la consolidación y ampliación de la mayoría parlamentaria que ha dado apoyo al Gobierno. Todos sabemos que la verdad es un visitante ocasional en los discursos políticos, que se plantean en atención a lo que se cree que la gente quiere escuchar más que en el fundamento y en la coherencia de lo que se dice. Un círculo que, por cierto, se convierte en vicioso en la medida en que el espacio comunicacional lo acoge con la misma lógica. Con pocas excepciones, lo que reza, lo que determina el juicio mediático, no es tanto lo que se ha dicho sino quién lo ha dicho, en una funesta prolongación de la dinámica de los nuestros y los otros que anima a los que se disputan el poder. Y así la decisión de voto se convierte en un gesto más emocional que racional: contra los otros.

Pero hay datos irrefutables. Y basta repasar las votaciones parlamentarias para confirmar la consistencia de una mayoría formada por grupos con proyectos, ideas, sensibilidades, sentidos de pertinencia y referentes culturales extraordinariamente variados que abarcan el amplio espectro que va del centro hasta las diversas decantaciones de la izquierda y llega hasta el límite de lo posible. Con desencuentros, desconfianzas y precariedades, pero lo cierto es que PSOE, Unidas Podemos (y sus diversas fracciones), Más País, Esquerra Republicana, el PNV, Bildu, BNG y Teruel Existe cubren un espectro tan amplio y complejo que casi nadie hubiese apostado por su continuidad. Y, sin embargo, entre el sí y la abstención no solo han garantizado la legislatura, sino que se han consolidado como mayoría. Y ello permite decir que el fin del modelo bipartidista, en el que PSOE y PP reinaban a su antojo, se ha resuelto razonablemente sin que un Parlamento mucho más plural haya conducido a los desastres que algunos anunciaban.

Parte de la estabilidad de la mayoría gubernamental se debe al adversario: una derecha radicalizada a la que nadie quiere acercarse. El PP aún no ha superado la frustración por su fracaso: la primera moción de censura ganadora del régimen del 78. Y, en la oposición, bajo la presión de Vox, se ha dejado llevar por las corrientes del autoritarismo posdemocrático que circulan por Europa. Y la peculiar mayoría de desconfiados (la desconfianza razonable es un valor democrático) que le sucedió, superando obstáculos y trabando pactos de digestión compleja —como hemos visto en los debates sobre la malversación o la ley trans, por ejemplo—, no solo ha servido para cerrar el paso a la derecha, sino que ha operado sensibles transformaciones en el marco legal en materia de derechos individuales y de igualdad.

Este éxito imprevisto, que parece confirmar el sentido de la oportunidad como la principal cualidad política del presidente Pedro Sánchez, se enfrenta ahora a un momento de máximo riesgo: la dispersión electoral, en que los intereses de los diferentes grupos de la mayoría chocan inevitablemente por unos espacios con mucho voto colindante. Y en esta situación se pone a prueba la solidez de cada uno de los proyectos, porque de ella depende en buena parte el desenlace: la posibilidad de que esta mayoría vuelva a ser viable.

Y aquí, naturalmente, las miradas se desplazan hacia Unidas Podemos, donde la eterna psicopatología de las pequeñas diferencias que ha lastrado siempre a la extrema izquierda, de grupúsculo en grupúsculo hasta la derrota final, empieza a dar señales de regreso a la pelea. Con Yolanda Díaz en primer plano y Pablo Iglesias moviendo el tablero desde los márgenes, no será fácil que el proceso preelectoral no acabe en fractura. Y el futuro de la mayoría se complicaría enormemente. Si este sector va a las elecciones dividido, será difícil que, con el sistema de reparto de escaños, pueda conseguir los asientos necesarios para que la suma alcance a la hora de renovar el poder.

Como siempre, en escenarios electorales de confrontación, con el espacio llamado centro (este conjunto vacío que solo sirve como coartada de las deficiencias de las derechas o de las izquierdas) sin referentes, la caída de Podemos y compañía sería un regalo para el PP. Y se sabe que en estos sectores los conflictos —sobre todo cuando son de liderazgo— tienden a resultar irreconciliables. Siempre hay ingenuos actores que se consuelan con la fábula de los fracasados: cuanto peor, mejor. En política, el peligro está cerca: es en el espacio de cercanías donde se forjan las derrotas. Y es en el propio PSOE donde habitan los irredentos que darían por buena una victoria del PP para soltar lastre y volver al paraíso bipartidista. Melancólicos del pasado que no quieren reconocer el peligro real: el autoritarismo posdemocrático.


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