El largo y cálido verano

Las consecuencias que ya está teniendo el cambio climático imponen la necesidad de responder con medidas concretas en diferentes ámbitos de acción

Una mujer se protegía el sábado del sol en Córdoba.Salas (EFE)

Con su primera ola de calor en el mes de mayo y todo lo que ha venido después, 2022 va camino de ganarse el título de largo y cálido verano. Como aquella película de Paul Newman donde el clima asfixiante de un pueblo de Misisipi traspasaba la pantalla, entre incendios, pirómanos falsos y reales, y un Orson Welles al frente, tan rotundo como siempre. Aunque el título está bastante disputado, al menos si recordamos que 14 de los 15 años más calurosos desde que existen los re...

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Con su primera ola de calor en el mes de mayo y todo lo que ha venido después, 2022 va camino de ganarse el título de largo y cálido verano. Como aquella película de Paul Newman donde el clima asfixiante de un pueblo de Misisipi traspasaba la pantalla, entre incendios, pirómanos falsos y reales, y un Orson Welles al frente, tan rotundo como siempre. Aunque el título está bastante disputado, al menos si recordamos que 14 de los 15 años más calurosos desde que existen los registros se han vivido en lo que llevamos de siglo.

Con todo, es innegable que 2022 presenta fuertes méritos, con un ritmo generoso de trofeos fugaces, más dramáticos que halagüeños. Temperaturas récord. La peor temporada de incendios del siglo. La de más superficie quemada. Un golpeteo intenso y continuo de cifras desastrosas, acompañado de imágenes difíciles de olvidar: de la ternura del corzo deshidratado rescatado por los brigadistas forestales en Zamora a la desesperación de quienes habían perdido su casa o sus animales. Aunque quizás la imagen más dura no la hemos visto, sino imaginado: la del trabajador municipal de la limpieza de Madrid buscando en internet qué hacer ante un golpe de calor poco antes de su muerte.

El cambio climático es una realidad que empieza a tener consecuencias en el presente. Un marco en el que viejos problemas estallan con más facilidad y peores consecuencias. Esa es la percepción que se va imponiendo de manera generalizada, aunque todavía queda quien defiende que siempre ha habido veranos achicharrantes plagados de incendios desbocados. Menos unánime es la gestión de esa percepción. ¿Qué hacer ante esas consecuencias? Las líneas de acción futuras y presentes se entremezclan en el habitual juego de reproches.

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Sobre cómo intentar frenar los avances del cambio climático hay multitud de planes, dibujados y en marcha, a medio y largo plazo, que implican esfuerzos paulatinos desde ya, por lo que suelen tropezar con la dificultad de adoptar medidas ante problemas lejanos. Sin embargo, ante las consecuencias del hoy no cabe esa excusa y se impone la necesidad de responder con medidas concretas en diferentes ámbitos de acción. Tras lo vivido las últimas semanas, el laboral y el forestal no ofrecen dudas. Revisiones en los planes de prevención de riesgos laborales, flexibilidad horaria y una apuesta por el teletrabajo como medida de emergencia son algunas de las alternativas sobre la mesa en el primer caso. La elaboración de planes forestales anuales y no temporales o la puesta en marcha de brigadas profesionales públicas estables y coordinadas lo son en el segundo.

Pero los efectos de estos veranos arrasadores alcanzan otros campos y grupos. El agrícola, el escolar o uno que olvidamos con frecuencia: el de las personas sin hogar, para quienes no sólo el frío supone un riesgo mortal. Como recuerda la ONG Hogar Sí, vivir una ola de calor en la calle implica exponerse a temperaturas de más de 40° en un entorno pensado en evitar su presencia, con un mobiliario urbano hostil, fuentes públicas y lugares cubiertos cerrados y cada vez menos zonas arboladas. Decisiones municipales que deberían replantearse desde la responsabilidad y la apuesta por un modelo social inclusivo.

Si los veranos van a ser largos, que sean más cálidos que achicharrantes.


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