Espiar, deporte mundial

No respetar las comunicaciones privadas es una regresión impura y dañina que se ampara en esta estúpida sumisión tecnológica que llamamos progreso

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, habla por teléfono a su llegada al Parlament el 28 de abril.Quique Garcia (EFE)

Espiar y dejar rastro es como estafar con factura. Pero es el descaro de nuestros días. En el espionaje a los líderes independentistas catalanes por parte de los servicios secretos españoles hay huellas que señalan hacia algo que definitivamente anda torcido en nuestra comprensión de la amplitud de las libertades. A estas alturas ya sabemos que desde cuerpos policiales se fabricaron informes falsos para salpicar en prensa a personajes incómodos...

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Espiar y dejar rastro es como estafar con factura. Pero es el descaro de nuestros días. En el espionaje a los líderes independentistas catalanes por parte de los servicios secretos españoles hay huellas que señalan hacia algo que definitivamente anda torcido en nuestra comprensión de la amplitud de las libertades. A estas alturas ya sabemos que desde cuerpos policiales se fabricaron informes falsos para salpicar en prensa a personajes incómodos. Conocemos presiones, escuchas y funcionamientos erróneos durante el mandato de Rajoy, cuando se utilizaron fondos públicos para destruir pruebas incriminatorias contra su partido a raíz de los papeles de Bárcenas. Pero hay algo más que se torció en ese periodo y cuyas consecuencias señalan al caso que nos ocupa. El Gobierno del PP decidió evitar el referéndum ilegal del 1 de octubre por medios policiales antes de encarar el asunto con la firmeza política que precisaba. El resultado lo conocemos: uno de los grandes fracasos de los servicios secretos nacionales, que ni localizaron las urnas ni desaconsejaron al Gobierno la respuesta con uso de la fuerza frente al referéndum ilegal, por lo que durante aquella mañana se dejó una imagen dañada del país y sus instituciones que quizá era lo que más perseguían los secesionistas catalanes.

La fuga de Puigdemont y algunos de sus colaboradores tuvo un doble efecto. Por un lado, profundizó la errática capacidad de acción del espionaje español para afrontar un asunto que es político. Desde entonces, los episodios caóticos se suman sin mucho sentido. Pero también, en el bando secesionista causó estupor esa división de estrategias, creó un agujero enorme de traición y sinsentido, por el cual algunos protagonistas encaraban penas de prisión y otros jugaban a héroes de cartón piedra. Los indultos aprobados por el Gobierno de Sánchez retrataron a este como alguien valiente frente a una opinión mayoritaria en contra y ayudó a evidenciar la desincronía y el encono entre las familias independentistas. Pero el espionaje ahora apunta indiscriminadamente incluso al presidente y a la ministra de Defensa, por lo que urge trabajar para esclarecer responsabilidades en una bola de nieve que no hace más que crecer y crecer.

Este caso, que tiene recorrido político y judicial, coincidió con la publicación de las conversaciones privadas del presidente de la Federación de Fútbol. La fuente era su móvil descerrajado. ¿Por quién? A nadie le ha importado. El programa Pegasus deja rastro y salpica a todos los gobiernos que lo han adquirido de la empresa NSO con la autorización del país de la patente, Israel. Prácticamente el mundo entero está espiado a través de su móvil y ordenador. Y la pregunta es si este avance tecnológico fortalece la seguridad del mundo o por el contrario, termina de destrozar las libertades tal y como las conocíamos. Espiar a abogados y representantes políticos e institucionales es muy grave. Este fracaso operacional es un nuevo error de estrategia política frente al desafío catalán cuando mostraba signos de agotamiento. Visto en el contexto internacional, con guerra incluida, suena a una generalizada crisis de fe en la democracia por parte de sus propios representantes. No respetar las comunicaciones privadas es una regresión impura y dañina que se ampara en esta estúpida sumisión tecnológica que llamamos progreso.

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