Vida pública de Francia Márquez

La candidatura de Márquez a la vicepresidencia de la República no es cálculo mediático de las asesorías electorales sino fruto del hecho insoslayable de que obtuvo más de 770.000 votos

La activista colombiana y candidata a la vicepresidencia, Francia Marquez, durante un acto de campaña el 13 de marzo, en Bogotá.RAUL ARBOLEDA (AFP)

Para quienes no la conocíamos de antiguo, su lucha comenzó hace casi un década cuando, en 2014, encabezó una marcha de mujeres de su comunidad para llamar la atención sobre los crímenes que la minería ilegal de oro comete en Colombia desde hace décadas.

Son crímenes de todo orden, escandalosamente impunes, que desde hace siglos, todos los de la explotación del oro en América que aún no termina, han cobrado en nuestros países muchísimas vidas humanas. En Colombia, como en Brasil y Venezuela, por cit...

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Para quienes no la conocíamos de antiguo, su lucha comenzó hace casi un década cuando, en 2014, encabezó una marcha de mujeres de su comunidad para llamar la atención sobre los crímenes que la minería ilegal de oro comete en Colombia desde hace décadas.

Son crímenes de todo orden, escandalosamente impunes, que desde hace siglos, todos los de la explotación del oro en América que aún no termina, han cobrado en nuestros países muchísimas vidas humanas. En Colombia, como en Brasil y Venezuela, por citar solo dos naciones suramericanas, siguen aún comprometiendo la vida futura de millones de habitantes de las regiones más expoliadas, y a la vez, más abandonadas.

Fue aquella una marcha memorable a la que se opuso absolutamente todo lo que los poderosos del mundo suelen oponer para sofocar el respeto y la solidaridad que personas como Francia Márquez logran infundir hasta en los más indiferentes. La lucha de esta mujer admirable, de apenas 40 años, se equipara ya en denuedo a la de los más legendarios paladines de los pobres de Iberoamérica en cualquier época.

Márquez ha narrado en muchas ocasiones la indefensión y el desaliento que abatía a su comunidad de La Toma, en el valle del Cauca, cuando se dispuso recorrer los 350 kilómetros que la separan de Bogotá, al frente de una peregrinación de 80 mujeres que cambió no solo su vida sino la fisonomía política de Colombia de un modo tan radical que nadie pudo preverlo en aquellos momentos.

Sus adversarios eran nada menos que las multinacionales de la minería, las organizaciones paramilitares del narcotráfico, la secular, cómplice inercia del Gobierno, el condescendiente cinismo de los medios, el perverso sistema de partidos-caciques colombianos, la estulta indiferencia de las mayorías en un país cansado y escéptico.

Francia Márquez ha explicado en muchas ocasiones las circunstancias que dieron origen a sus luchas. En su relato recurre una fecha: 1636, año que los anales fijan como el de la llegada a La Toma de los ancestros africanos de esa comunidad, esclavizados durante la Conquista para explotar, justamente, las minas de oro.

Numerosas organizaciones ambientalistas y feministas del mundo han incorporado a sus registros la ejemplar carrera de Francia Márquez como ambientalista. En un continente donde la defensa del ambiente se paga a menudo con la vida, los activistas como ella actúan bajo constante amenaza de muerte. Apenas el año pasado, Colombia se estremeció ante asesinato de Gonzalo Cardona, un abnegado ambientalista, defensor del loro “orejiamarillo”, hermosa especie, endémica en el departamento del Tolima y amenazada de extinción.

Se calcula en 10 millones la población afrocolombiana, en un país con más de 50 millones de habitantes. La candidatura de Francia Márquez a la vicepresidencia de la República, en dupla con el candidato izquierdista Gustavo Petro, no es cálculo mediático de las asesorías electorales sino fruto del hecho insoslayable de que, en una consulta abierta sobre precandidaturas, Márquez obtuvo más de 770.000 votos, siendo la tercera persona más votada.

He vivido ya siete años seguidos en Colombia, país que frecuento desde hace treinta, y me ha tocado observar de cerca los drásticos cambios que la firma del acuerdo de paz, en 2016, han obrado en el talante electoral del país.

Las presidenciales de este año serán las segundas en llevarse a cabo sin que impere un clima de guerra y también las primeras en las que las izquierdas tienen clara opción de ganar la primera vuelta.

La sola posibilidad de que una abogada afrodescendiente y feminista, madre soltera y representante legítima de una comunidad sistemáticamente preterida sea candidata a la vicepresidencia habría hecho esperar que las fuerzas del status quo —que incluyen, sin duda, a la izquierda que mayoritariamente apoya a Petro— se tomarían las cosas, ya que no con tolerancia, con la templanza propia de una democracia consolidada.

No ha sido así: desde los barones de la derecha “liberal” hasta los mejores valedores de la corte de Gustavo Petro han rechazado escandalizados los decires de Francia con no disimulado racismo. Reaccionan como si la preeminencia alcanzada por Francia Márquez fuese una gracia otorgada por un estamento patriarcal. Como si su candidatura fuese artificio de la mercadotecnia electoral. Todo ello me ha hecho recordar las frases iniciales de El hombre invisible, la estremecedora novela del gran escritor afroamericano que fue Ralph Ellison:

“Soy un hombre invisible. No un espectro como los que acosaban a Edgar Allan Poe. Tampoco un ectoplasma del cine de Hollywood. Tengo sustancia, soy de carne y hueso; soy fibra y fluidos y hasta se diría que poseo una mente. Soy invisible simplemente porque alguna gente se rehúsa a verme”.

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