Escalofríos en la calor

Tenemos la costumbre de interpretar la historia como una línea de avance continuo, pero somos incapaces de apreciar los retrocesos

Afganos intentan entrar en el aeropuerto de Kabul para huir del país este lunes.STRINGER (EFE)

Quienes crecimos durante la llamada Guerra Fría, que enfrentó a los soviéticos y estadounidenses, creíamos que aquellos días jamás regresarían. Sin embargo, pese a que los bloques andan sutilmente difuminados, comprobamos que esa dinámica de opuestos sigue presidiendo las relaciones mundiales. Que la dictadura bielorrusa haya logrado sostenerse pese a las protestas interiores tiene mucho que ver con el apoyo ruso, un sostén imprescindible...

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Quienes crecimos durante la llamada Guerra Fría, que enfrentó a los soviéticos y estadounidenses, creíamos que aquellos días jamás regresarían. Sin embargo, pese a que los bloques andan sutilmente difuminados, comprobamos que esa dinámica de opuestos sigue presidiendo las relaciones mundiales. Que la dictadura bielorrusa haya logrado sostenerse pese a las protestas interiores tiene mucho que ver con el apoyo ruso, un sostén imprescindible que responde a intereses en la zona. Aún más enigmático es lo que sucede en Oriente Próximo, donde al juego habitual entre Estados enfrentados se suma una tensión explosiva que afecta a los transportes petrolíferos. Una cooperante española lleva semanas encarcelada sin que nuestro país se atreva a exigir a Israel pruebas del presunto delito. Mientras tanto, el antisemitismo crece en Europa de la mano de partidos políticos. China echa un pulso a quien ose desafiarla. En las últimas semanas se han confirmado las condenas desmesuradas contra tres ciudadanos canadienses en respuesta a la retención de una directiva de Huawei a la espera de su extradición a Estados Unidos por presunto espionaje. El hecho de que una empresa con la que están familiarizados los usuarios occidentales protagonice un escándalo judicial no parece afectar al comercio, que sigue regido por unas pautas irónicamente independientes.

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Desde que el Gobierno Trump impuso nuevos aranceles a China para establecer un pulso en su intercambio comercial, las tensiones estallan de tanto en tanto. La represión de los demócratas en Hong Kong no ha tenido apoyo práctico en ninguna región por miedo a las represalias del imperio oriental. Ahora, con el abandono estadounidense de Afganistán, también parece repetirse la situación de Siria, donde China y Rusia pretenden ocupar el mando que los Estados Unidos ha abandonado, pues las guerras y la intervención exterior no cuentan con el apoyo de una población fatigada y obsesionada en su propio ombligo. La crisis sanitaria, cuyo origen China se niega a dejar investigar, ha venido a interponer un filtro brutalmente desasosegante. Todos los países se han replegado hacia sí mismos y en los próximos años soportaremos la retahíla infame de referirnos a las naciones como ganadoras y perdedoras de un duelo que no vemos. La semana pasada un espía al parecer al servicio de Rusia fue detenido en Alemania y alguien diría que caminamos hacia atrás a marchas forzadas.

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Tenemos la costumbre de interpretar la historia como una línea de avance continuo, pero somos incapaces de apreciar los retrocesos. El propio conflicto de Afganistán en el que regresan al poder los radicales que sacan de las escuelas a las niñas y persiguen todo atisbo de progreso social, nos debería enseñar a apreciar cómo a un paso adelante le siguen dos atrás. Ahora el armamento militar que ha supuesto miles de millones de inversión pasa a servir para consolidar un Estado amenazante y causar otro éxodo masivo. Los mismos que defendieron el negocio de las armas como solución, abanderan hoy la crítica como si fueran inocentes del todo. El juego brutal con la presión migratoria convertida ahora en arma arrojadiza entre naciones, nos aboca a un futuro complejo apto para oportunistas electorales. Quizá agosto no es el mejor mes para temblar, pero en plena ola de calor basta pensar en el panorama internacional para sentir escalofríos.

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