De Patrocinio a Teuchitlán
¿Por qué el hallazgo de un campo de muerte del CJNG ha tomado más atención que otros descubrimientos macabros? En Teuchitlán, el horror se concentra en una hectárea


10 años antes de Teuchitlán, en abril de 2015, el país conoció la existencia de una enorme fosa clandestina, hendiduras naturales en la tierra del desierto que fueron usadas como depósito de restos humanos por los delincuentes que años antes asolaban la zona de La Laguna.
Era el ejido Patrocinio, del municipio de San Pedro, Coahuila, y fue una de las primeras veces que “campo de exterminio” se utilizó para describir un lugar donde un grupo del crimen organizado desaparecía los cuerpos en las de personas que habían asesinado.
En ese lugar, a 60 kilómetros al noreste de Torreón, se encontraron más de 4 mil fragmentos de huesos calcinados, además de tambos vacíos, ropa y casquillos. La ubicación tenía sentido: de 2006 a 2013, San Pedro fue guarida de una célula de los Zetas que peleó con el Cártel de Sinaloa el control del narcotráfico y las rentas criminales en La Laguna, una guerra que dejó casi 4 mil personas asesinadas y más de mil desaparecidas nada más en esta región.
Sin embargo, el hallazgo de Patrocinio nunca agarró la tracción en la opinión pública que tomó el hallazgo del campo de entrenamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación en Teuchitlán. El contraste entre la atención puesta en cada caso remite a una duda que siempre está presente en el análisis de una noticia. ¿Por qué un suceso atrae más reflectores que otro cuando parece que tienen la misma magnitud?
Ningún campo de adiestramiento o fosa clandestina encontrada en los últimos años ha generado tanto nivel de atención como Teuchitlán. No lo hizo el descubrimiento del campo de Tala, también del Cártel Jalisco Nueva Generación, que fue asegurado en 2017 y en 2019 un reportaje reveló los horrores del reclutamiento forzado.
Los detalles de ese reclutamiento los sabemos desde hace tiempo, como desde hace tiempo sabemos que todos los grupos criminales, el CJNG, Los Zetas, Sinaloa, La Familia, tiene la práctica de secuestrar y asesinar a rivales o reclutas y luego desaparecer sus cuerpos. Las diferencias en el nivel de atención suelen estar en los matices o el contexto de cada caso.
Hace una década, Patrocinio pintaba para ser un escándalo porque en los primeros titulares la cifra fue objeto de confusión. Algunos medios publicaron que se habían encontrado 3 mil 500 cuerpos en Patrocinio, lo cual hubiera significado todo un genocidio. Investigadores y los propios familiares que hicieron las búsquedas aclararon que eran fragmentos de restos y tenía que hacerse una investigación antes de saber cuántos cuerpos había en realidad. Al paso de los meses, más restos fueron encontrados hasta acumular más de 4 mil. Cuando dos años después el reporte forense concluyó que los cientos de fragmentos correspondían a solo seis cuerpos, Patrocinio ya no era tema.
Igual que en Teuchitlán, era inexplicable que las autoridades no supieran qué pasaba en Patrocinio. Habitantes del ejido y de ranchos aledaños en San Pedro relataban que desde lejos se podían ver columnas de humo, pero nadie le dio importancia. La presencia de los Zetas en San Pedro era notoria, usaban casas como refugio o centros de tortura. Pero a diferencia de Teuchitlán, el paraje donde se encontraron los restos no era guarida de los criminales, ni centro de reclutamiento o dormitorio. Sólo había restos humanos, algo de ropa y tambos de diésel. Patrocinio era solo el lugar donde fueron quemados los restos.
Suena insensible escribirlo así y no debería ser una diferencia significativa, pero mediáticamente lo es. Teuchitlán es un horror concentrado en una hectárea. Ahí se esclavizaba a jóvenes secuestrados, se les entrenaba para ser sicarios o halcones, se les ordenaba pelear entre ellos hasta la muerte para medir su resistencia y despojarlos de su humanidad. Ahí dormían, comían, convivían. Ahí morían y desaparecían.
En Patrocinio no se encontraron cientos de prendas de vestir o zapatos, que evocan las galerías de Auschwitz, ni libretas con apuntes o cartas de despedida, o maletas o mochilas de viaje. Teuchitlán estaba repleto de muestras de humanidad más allá de las simples cifras de víctimas.
Patrocinio no era el único lugar de La Laguna donde criminales mataban y dejaban cuerpos. El nombre de sitios donde colectivos de personas buscadoras han encontrado restos es un repaso de la geografía de la región: El Venado, San Antonio de Gurza, San Francisco Aguanaval, Flores Magón. Ejidos alejados de la zona urbana donde se abre la inmensidad de lo que le dio nombre a la región, una antigua laguna. Es muy fácil desaparecer cuerpos en esta zona plana y de matorrales. Por eso lo encontrado hasta ahora es apeas una fracción de las atrocidades que ahí ocurrieron.
Como Teuchitlán, Patrocinio está a 60 kilómetros de una zona metropolitana con una importante presencia de fuerzas de seguridad. Así como es difícil de creer que el fuerzas federales y estatales de seguridad (Ejército, Guardia Nacional, policías locales) no supieran que ahí secuestraban y mataban y quemaban cuerpos, era difícil creer que hace década y media las autoridades tampoco supieran lo que ocurría.
Pero en 2015 la violencia en La Laguna era más memoria que actualidad, para ese año se había concretado una drástica reducción en la violencia criminal, desde homicidios hasta secuestros y asaltos. La percepción de seguridad aumentaba, los Zetas estaban desterrados y el hallazgo en Patrocinio fue tratado más como un fenómeno de historia reciente que de doloroso presente. Por el contrario, Teuchitlán es el recordatorio de una presencia constante y destructiva del Cártel Jalisco Nueva Generación y una evidencia del dominio actual que tienen en el occidente del país.
En Patrocinio tomó tiempo darle sentido al hallazgo, aun cuando éste fuera repentino y dramático. El análisis de los fragmentos duró meses, las búsquedas de los colectivos se movieron a otros parajes y la dimensión del horror fue tomando contornos borrosos en el espacio y el tiempo. Ocurrió igual con el hallazgo de una fosa clandestina en Veracruz, que a lo largo de tres años arrojó más de 22 mil restos humanos, pero evidencia de que ahí habrían sido enterradas casi 300 personas, porque había 298 cráneos.
Por eso Teuchitlán atrae mayor atención, porque el llamado rancho Izaguirre concentra en un solo lugar lo que hemos visto a retazos en otros, como Patrocinio. Ninguno es más importante que otro, ni debe serlo Pero al pasar por los filtros de los medios de comunicación y las redes sociales, los resortes emocionales de la audiencia se activan de manera distinta, y en este caso han convertido a Teuchitlán en un escándalo.
La crisis de inseguridad en La Laguna llevó a un cambio de estrategia y a una mayor colaboración entre autoridades y colectivos, que hizo posible que juntos realizaran los llamados “barridos” que descubrieron depósitos de restos como el de Patrocinio. Por lo visto, ahí también hay una diferencia con Teuchitlán, al ver la decepción de familiares de desaparecidos tras la visita.
La negligencia y las omisiones de las autoridades son la otra cara de la moneda de las atrocidades que cometen los cárteles. Éstos avanzan gracias a la impunidad. El rancho Izaguirre es una prueba contundente, y como ahí se juntan todos los elementos que nos han indignado como sociedad desde hace años, será difícil barrerla debajo de la alfombra. Si esto lleva a una respuesta más contundente para combatir el crimen organizado y llevar justicia a los familiares de víctimas, el horror será transformado en algo positivo.
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