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100 días después
Columna
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La vida en Sinaloa después de El Mayo y su captura

Más allá de operativos inservibles, declaraciones y promesas vacías del gobernador y cárteles que no dan un día de tregua, a veces se nos olvida que más de un millón de habitantes no han podido regresar a sus actividades cotidianas

Violencia en Culiacán, Sinaloa
Un camión con mercancía bloquea la Avenida Aztlán y Benjamín Hill tras ser incendiado, el 13 de septiembre en Culiacán (Sinaloa).José Betanzos Zárate (CUARTOSCURO)

El 25 de julio pasado, el Gobierno de Estados Unidos capturó al legendario capo mexicano Ismael El Mayo Zambada, uno de los líderes fundadores del cártel de Sinaloa junto con Joaquín El Chapo Guzmán. Se trató de la caída más inesperada en la historia criminal moderna de México, pues El Mayo no había pisado una cárcel en sus 35 años de carrera criminal. En la misma operación fue detenido un hijo del Chapo, Joaquín Guzmán López, quien presuntamente secuestró a Zambada y lo llevó en un avión a El Paso, Texas, donde fueron capturados. El cártel de Sinaloa, una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo, está dividido en varias facciones, siendo dos las principales: la de los hijos del Chapo (por ello llamados ‘Chapitos’) y la del Mayo.

De esta captura han pasado 100 días y en estos poco más de tres meses hemos escuchado a mandos militares decir que la escalada de violencia no va a parar hasta que los criminales así lo decidan; hemos visto desplegados cientos de elementos para reforzar la “seguridad” – así con comillas-; fuimos testigos de burdos montajes de la fiscalía estatal, expuestos por la Fiscalía General de la República; y por supuesto también contabilizamos los cientos de muertos en masacres que no paran.

Pero más allá de operativos inservibles, declaraciones y promesas vacías del gobernador y cárteles que no dan un día de tregua, a veces se nos olvida que más de un millón de habitantes no han podido regresar a sus actividades cotidianas. Aquí testimonios de personas que viven día a día un “culiacanazo” sin fin.

“De que ha habido balaceras, asaltos, persecuciones y uno que otro decapitado a veces, sí. Desafortunadamente, eso viene con el pan nuestro de cada día. Pero cuando la ciudad es sitiada, cuando hay enfrentamientos con los militares, cuando se cierran carreteras, cuando la ciudad se paraliza; cuando estamos todos encerrados porque a las cinco de la mañana nos empiezan a llegar mensajes de que hay desmadre: que ya se tomaron carros, que están cerradas calles, que están despojando camiones y que ya cerraron tales carreteras, se escuchan los helicópteros, ese es el que nosotros conocemos como culiacanazo. Nomás llevamos dos, y este culiacanazo fest que tenemos desde el 9 de septiembre”, me explica el arquitecto Benjamín Vega, habitante de esa ciudad.

En otra entrevista, una profesora de primaria que solicitó anonimato me dice esto: “yo no lo puedo normalizar, ahorita sales y te encuentras a la Marina, a la Guardia Nacional, a la estatal, porque aparte quitaron a los tránsitos y a los municipales, y por un momento cuando no estaba tanta patrulla de los otros de los servicios que mencioné, pues sí estabas como más expuesto. Ahorita también hay sobrevuelos de helicópteros, de avionetas, donde lo hacen por aire, entonces a veces eso te da cierta tranquilidad, pero no es una vida normal, eso no es algo que uno esté acostumbrado, pues”.

Benjamín se niega a comparar las balaceras como si se hablaran de días lluviosos: “Lo que creo que quieren normalizar es que vivamos como: ‘así como a veces te toca que llueve, bueno pues a veces te va a tocar balacera’. A veces te va a tocar que un sábado a las tres de la tarde pasen por el centro comercial mientras estás con tu familia en un restaurante de carnes, y veas a los militares empuñando rifles de asalto porque están siguiendo a quién sabe qué”, dice Benjamín.

Una de las formas más notorias en que el gobierno pretende normalizar la situación es al negarse a suspender las clases. A finales de septiembre, luego de cuatro semanas en que las escuelas seguían abiertas pero sin estudiantes, algunas autoridades escolares advirtieron que habría consecuencias para los alumnos que no completaran su curso presencial, por lo que grupos de padres empezaron a colocar mantas exigiendo al gobierno regresar a las clases virtuales, modalidad aplicada durante otra crisis: la pandemia de Covid-19.

Y es que la situación ya era insostenible: el personal escolar se veía obligado a asistir a las escuelas corriendo su propio riesgo, pero si los alumnos acudían, también arriesgaban su vida. La tensión escaló al grado de que en una secundaria, los padres encadenaron la puerta en protesta por la negativa de suspender las clases oficialmente (porque en la praxis no había, los padres no arriesgaban a sus hijos).

Otra habitante de Culiacán, la activista Esmeralda Quiñonez, lo compara con un huracán: “¿Sabe qué es lo más complicado? Cuando viene un huracán te puedes preparar, sabes cómo actuar con eso. Pero ¿cómo te preparas para esto? ¿Cuánto se va a tardar? Eso es lo peligroso, lo feo. Tiene más de un mes y no sabes cuándo va a parar. Aunque mucha gente piense que es el pan de cada día para los sinaloenses, no es así. Yo me sentía segura en Sinaloa, yo siempre he dicho que si eres alguien honrado, no te metes con nadie, estás tranquilo, puedes andar a gusto. Pasaban cosas pero no tan fuertes como las que están pasando ahora”.

Aunque el saldo total de las afectaciones de esta crisis se verá hasta que concluya, desde ya los culichis están pagando el costo de la guerra entre facciones del cártel de Sinaloa. Cien días después de la captura de Zambada y Guzmán López, así describen su situación: “No vive uno, sobrevive”, me dice la maestra. “Es una sobrevivencia con mucha incertidumbre, con impotencia y con miedo y también con mucha tristeza. Porque hay mucha gente que está cerrando sus negocios, amigos que, los negocios que tenían de cena, de comida, ya no pueden mantenerlos”.

El arquitecto Benjamín Vega trabaja en el sector construcción que ha sido uno de los más impactados por la reducida movilidad. “En mi caso particular, yo como arquitecto sí traía varias obras, unas remodelaciones, mantenimientos, impermeabilizaciones y ahorita pues la gente está encerrada en su casa. Sí hay obras, sí hay chamba, pero está muy difícil conseguir albañiles, hubo un tiempo que las carreteras se cerraron, los insumos a veces no te llegaban, yo considero que se puso peor”.

Una maestra, una activista y un arquitecto sobreviven Culiacán 100 días después, la vida diaria no conoce de juicios en Nueva York, ni de ocurrencias de seguridad que se dictan desde la Ciudad de México, sabe de escuelas cerradas, albañiles sin trabajo, personas que han dejado de vivir al día con la esperanza de que no acumular otros 100 días más de balaceras y masacres.



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