Una ‘narcopandemia’ en Culiacán, el terror que las mujeres queremos superar
Hace ya una semana que la ciudadanía en Culiacán, Sinaloa, volvió a encerrarse en sus casas para escapar de la muerte, así como en el 2020. Pero esta vez no por un virus, sino por miedo a ser víctimas de las balas perdidas
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A finales de julio, Ismael El Mayo Zambada García, supuesto líder del Cártel de Sinaloa, fue secuestrado por hombres que se suponía eran sus socios para ser llevado a Estados Unidos, donde fue detenido, según lo que reveló una carta firmada por él, y que compartió su abogado Frank Pérez. Desde entonces, se auguró una lucha de poder entre grupos delincuenciales en el Estado de Sinaloa. Nada estaba seguro, pero quedaba la zozobra.
Aunque ya se habían presentado diversos hechos violentos que se relacionaban a esta disputa después de la detención del líder delincuencial, no fue sino hasta el lunes 9 de septiembre que llegó lo que muchos llamaron como un “culiacanazo fragmentado”, (el término hace referencia a los episodios de caos, pánico y violencia que azotaron la ciudad tras los dos intentos de captura de Ovidio Guzmán López, uno de los hijos de El Chapo Guzmán, en 2019 y 2023) o bien, una “narcopandemia”.
¿A qué se refieren con “culiacanazo fragmentado”? En el 2019 el fallido intento de captura de Ovidio Guzmán, quien actualmente también enfrenta a la justicia en Estados Unidos, provocó un escenario de balaceras, bloqueos con autos despojados y posteriormente quemados, y pánico entre la ciudadanía, ya que todos estos hechos se desataron un día jueves 17 de octubre a las 14.30 de la tarde. La gente corrió a resguardarse donde pudo, las escuelas y comercios cerraron, y las calles se vaciaron. Miles de personas ya no pudieron regresar a sus casas y quedaron varadas en las calles, por lo que en redes sociales gente con mucha empatía y dispuesta a ayudar publicaba la dirección y fachada de sus hogares para recibir a aquellos desamparados que estaban cerca y que no tenían en donde refugiarse.
Mientras tanto, grupos armados pasaban con sus camionetas por toda la ciudad, despojaban a la gente de sus coches, amenazaban, bajaban a las personas de los autobuses y disparaban con total impunidad. El escenario, digno de una película de Hollywood, se prolongó hasta que cayó la noche. El mensaje era claro: Ovidio Guzmán tenía que ser liberado por las autoridades, si no, a los delincuentes —que incluso son defendidos por algunos desinformados con expresiones como “no son malos” o “ellos nos cuidan más que el Gobierno”—, no les importaría seguir matando gente inocente.
En esa ocasión, 51 reos del Penal de Aguaruto aprovecharon el caos para hacer un motín y fugarse de la cárcel.
Una amiga que vivió este suceso en un supermercado junto a su madre, lugar donde se tuvo que quedar a dormir con cientos de desconocidos, me ha relatado que no pudo salir de ahí hasta el día siguiente. Cuando se desataron las balaceras, corrió junto a su madre y una decena más de personas a resguardarse hacia una oficina que encontraron en su camino. Entre los que corrieron a resguardarse a ese sitio, estaba una madre con dos niños no mayores a cinco años, y a pesar de haber vomitado del pánico que sentía, intentaba cantarles una canción para distraerlos del sonido de las balas.
Las autoridades se vieron rebasadas ante un fallido e ineficaz operativo ese 2019, por lo que tuvieron que dejar libre a Ovidio Guzmán. Fue el propio presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien reconoció que se tomó la decisión para evitar un baño de sangre. El primer Culiacanazo dejó muertos y heridos por toda la ciudad, y, sobre todo, un trauma colectivo en los culiacanenses que fueron testigos de las sangrientas balaceras a plena luz del día por las calles de su ciudad.
Y lo que tanto se temía: hubo tiempo, espacio y condiciones para que eso se repitiera. Llegó entonces el segundo Culiacanazo. La ciudad quedaba paralizada por la violencia una vez más. En esta ocasión fue el 5 de enero del 2023, cuando el Gobierno federal intentó otra vez detener a Ovidio Guzmán. Esta vez lo logró.
A diferencia de la primera vez, el operativo inició cerca de las 2.00 de la mañana, cuando la mayoría de las personas estaban dormidas en sus hogares. Al despertar, la ciudadanía en redes sociales se enteró de que varias avenidas de Culiacán estaban bloqueadas con autos quemados, mismos que antes les habían sido despojados a decenas de personas desafortunadas que salieron muy temprano de sus casas sin haberse enterado de lo que estaba pasando.
La ciudad volvió a quedar paralizada un día entero. Con el trauma de no poder salir a realizar las actividades cotidianas porque podrían convertirse en víctimas de alguna bala perdida, las personas volvieron a encerrarse.
Como decía al principio de este texto, casi dos años después, muy temprano el lunes 9 de septiembre se reportaron enfrentamientos entre civiles armados y militares, sobrevuelos de helicópteros de las Fuerzas Armadas, vehículos blindados abandonados y quema de algunas unidades en distintas zonas de la ciudad. Las clases en todos sus niveles fueron suspendidas, al igual que el servicio de transporte público. Las cortinas de los negocios de casi toda la ciudad también fueron cerradas. Los enfrentamientos continuaron hasta la noche.
Al día siguiente las clases se reanudaron, los comercios abrieron y las personas salieron a trabajar, con la confianza de que este tercer Culiacanazo iba a ser, como los anteriores, de un solo día. Más tarde, la población se dio cuenta de que esta vez era diferente, la violencia ha continuado todos los días desde entonces. Por esa razón se ha dicho que es un Culiacanzo fragmentado, de muchos momentos violentos.
El miedo constante de morir
Los niños no han podido regresar a las escuelas desde entonces. Aunque algunos días de la semana las clases no fueron suspendidas oficialmente, la mayoría de las madres han decidido no mandar a sus hijos a las escuelas debido a que viven con el miedo constante de quedar en medio de una balacera. Todo el tiempo temen por su seguridad.
Se ha hecho muy viral una fotografía que fue tomada después de que un hombre fuera asesinado en el estacionamiento de un supermercado. En la imagen se puede apreciar a militares y a una mujer embarazada que le cubre los ojos a su hijo vestido del Hombre Araña para que no vea el cuerpo de la persona asesinada tirado en el piso, ni las armas largas de los elementos del Ejército mexicano.
Dicha fotografía me recuerda a la historia que me contó mi amiga. Las dos madres dentro de sus posibilidades, una con una canción y otra tapando los ojos, tratan de proteger a sus hijos de la realidad violenta de la ciudad. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Inegi, tres de cada diez mujeres que son madres, también desempeñan el rol de jefas de hogar.
Tapa con tus manos de madre esta violencia sin sentido.#violencia#culiacan #Periodismo #fyp pic.twitter.com/2WixB29n0Z
— Marco Ruiz (@stereostarm) September 14, 2024
El encierro forzoso también llamado “narcopandemia”, está siendo un desafío para la población sinaloense, pero principalmente para aquellas madres que tienen que salir a trabajar para llevar el pan a sus hogares o no ser despedidas de sus trabajos, y al mismo tiempo, hacerse cargo de sus hijos resguardados para que no les toque alguna bala.
El “narcomundo” involucra a las mujeres de distintas maneras. El machismo es una de las prácticas asociadas a él. Por lo tanto, es común que se lleven a cabo un conjunto de actitudes y comportamientos que discriminan y marginan a la mujer por su sexo. Esto se observa en los limitados papeles que les son asignados a las mujeres, como último eslabón del sistema.
De acuerdo a Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), los principales trabajos de las mujeres en el mundo del narco, no son de los que obtienen grandes beneficios. Si no que están relacionados con el traslado de droga, un delito sencillo de perseguir. La organización señala que a menudo madres solteras, acaban transportando drogas para poder llevar comida a sus hijos. En este mundo de violencia, también ellas llevan las de perder.
Igualmente, se puede observar en el estereotipo social sobre las “mujeres de los narcos”, la cosificación de sus cuerpos y la forma en la que son desaparecidas por ser parejas de hombres involucrados en el narco o asesinadas en los espacios públicos. A lo masculino le corresponde lo dominante, mientras que lo femenino es lo dominado.
Además, las madres de los hombres involucrados en este mundo y que se convierten en víctimas de la desaparición forzada, deben aceptar la indiferencia de la sociedad y las autoridades ante el dolor por sus hijos desaparecidos, torturados o asesinados.
Si bien, la guerra del narcotráfico perjudica a la sociedad en general, es fundamental conocer la forma en la que vive la realidad del narco, cada población, como las mujeres, para poder atender el problema de fondo, sin solo pensar en imponer sanciones o castigos.
La violencia que genera el narcotráfico ha sido admirada como una escena de película; las autoridades cada vez más confían en que se vuelva cotidiana e irrelevante, y las víctimas continúan en la lucha para que no sea normalizada.
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