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DEBATE PRESIDENCIAL
Tribuna
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Ataques y más ataques machistas

Nombrar a las mujeres ha sido una lucha histórica, pero ni Sheinbaum ni Gálvez se refirieron a la otra por sus nombres durante el debate, reduciéndose mutuamente a una caricatura

Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum en el segundo debate presidencial
Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum durante el segundo debate presidencial, el 29 de abril.INE
Brenda Lozano

Hay dos candidatas a la Presidencia de la República, estamos a poco tiempo de que una de ellas esté en el más alto mando de poder en México ―algo inédito e histórico―, y la mayoría de las mesas de análisis posteriores al segundo debate están únicamente formadas por hombres. ¿Cómo analizar este debate? ¿No será que los tiempos deben estar también a la par? Este debate llamado La ruta hacia el desarrollo de México estaba centrado en la economía: uno de los temas más sensibles en este país y, sin lugar a dudas, el tema más difícil de hablar para una mujer, más aún en público y más aún en una contienda electoral. De los tres debates este acentúa las dificultades que tiene una mujer que aspira al más alto mando de poder porque cómo hacerse notar, qué tono usar, cómo argumentar y, sobre todo, cómo mostrar autoridad en este tema. En el formato de este segundo debate en el que se hicieron ocho preguntas por un sorteo entre la ciudadanía en distintos puntos del país, se presentaron además otros temas que problematizan aún más el hecho de que una mujer esté a la cabeza en lo económico, como la primera muy buena pregunta sobre qué hacer ante la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres, o la otra planteada por una mujer indígena de San Juan Chamula, preguntando sobre qué se piensa hacer para apoyar a las mujeres indígenas y la niñez. Estas preguntas ponen sobre la mesa el tema central que es la desigualdad, la diferencia de ingresos por una cuestión de género y los temas de cuidados asociados con las mujeres, urgentes a tratar. Pero en el debate, más que respuestas, hubo ataques y más ataques, ¿pero por qué ataques machistas ―como el que las candidatas no se hayan nombrado una a la otra― cuando son dos mujeres aspirando a la Presidencia?

Nombrar a las mujeres ha sido una lucha histórica. Con nombre y apellido en la política, en las artes, en todos los rincones en los que son y han sido invisibilizadas. Claudia Sheinbaum no nombró a Xóchitl Gálvez durante el debate, la llamaba “la candidata del PRIAN” y “la corrupta”, resumiendo así las implicaciones que tienen los partidos de coalición. El tema aquí es que el insulto es la reputación de los partidos que representa. Gálvez llevó su postura de no nombrar a Sheinbaum aún más lejos, la llamó una y otra vez “la candidata de las mentiras”, quitándole así todo poder y partido. Sacó una pancarta con el perfil de Sheinbaum caricaturizándola con una larga nariz, una etiqueta que decía “Pinocha” y en un par de ocasiones sacó otra pancarta del escándalo en el que se vio envuelto su expareja, refiriéndose varias veces a él como su marido. Como si una mujer para mostrar su autoridad, su poder, tuviera que atacar a otra tal como el machismo lo haría: sin nombrarla, caricaturizándola, haciendo referencia a su vida sentimental. A lo que tiene que ser una mujer independiente, alguien que no se subordinada a un hombre, y de ahí que otro de los ataques por su parte haya sido “yo me mando sola, no como otras” cuando, de hecho, no es un pleito de tú a tú, y mandarse sola es lo último a lo que aspiran un país y una democracia.

Para ponerlo en otras palabras, ha habido varios ejemplos de mujeres en altos cargos alrededor el mundo que han buscado “masculinizarse”, por ejemplo, en su aspecto, tanto en puestos de gobierno como en el sector empresarial. Por masculinizarse me refiero a la forma de vestir más bien asociada a que el poder lo ejercen los hombres. Algunos comentarios en redes sociales hacían referencia a cómo estaban vestidas ambas candidatas, criticaban a Sheinbaum por ir vestida como una monja y a Gálvez por su holgado huipil, atacando, de paso, su cuerpo desde la gordofobia. Lo simbólico de su forma de vestir ―Sheinbaum con el color guinda de su partido y Gálvez con una artesanía― son parte de su discurso y de su autoridad. Pero si usaran vestidos o colores asociados con lo femenino, estarían relacionadas con la debilidad, la fragilidad, y la imagen es también parte de su discurso. Gálvez eligió un huipil mientras agredía como una estrategia de dominación, ¿y eso representa otro tipo de dominación? ¿Cómo puede plantarse en un estrado y debatir con otra candidata sin caer en el discurso masculinista, peyorativo, machista de dominación?

En el segundo debate chilango, ocurrido la semana pasada, Santiago Taboada subió varias veces la voz a Clara Brugada. Tampoco la nombraba, usaba su nombre como adjetivo, claramente como adverbio o como cualquier otra cosa menos como una mujer en la contienda por el mismo puesto que él. Su manera de mostrar autoridad es el mismo mecanismo: atacando, mostrando autoridad imponiéndose.

Tal vez debamos pensar más sobre los problemas del no nombrar, especialmente no nombrar a otra mujer, no nombrar a otra mujer en un debate en el que las dos aspirantes contienden al mismo puesto de poder. Y de paso pensar por qué no invitan a mujeres a las mesas de análisis posteriores al debate que sigue, a la par de los tiempos. Ambas candidatas son parte ya de la estructura de poder, ¿por qué vemos técnicas como si estuvieran fuera de la estructura de poder en una posición débil en la que la otra tiene que dominar desde un discurso machista? Ese es el poder al que aspira Gálvez, ¿uno que busca someter a las mujeres? O, tal vez, tenemos que redefinir qué es el poder, ya que por primera vez ambas son parte de la estructura de poder.

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