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Elecciones México
Columna
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En sus marcas, ¿listos? ¡Fuera!

Ahora comienza la campaña sin prefijos. Se pronostican tsunamis de propaganda e información, así como tres debates presidenciales, tan esperados como poco vistos

Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez en eventos de precampaña.
Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez en eventos de precampaña.EFE / Getty
Vanessa Romero Rocha

Un parto. De los 363 días que durará la batalla por dirigir los destinos de nuestra nación, ya han transcurrido —como un veloz zumbido— más de dos tercios. En apenas 93 días, en la soledad de la casilla electoral, cada mexicano mayor de edad podrá conjugar el verbo votar como mejor le venga en gana: algunos optarán por el homenaje y el respaldo; otros tacharán condena y rechazo.

Los pañuelos se agitan en despedida de los 41 días de intercampaña. Han cumplido su cometido: apaciguar la guerra de guerrillas que azotaba al interior de los dos bandos que hoy se disputan la elección más grande de la historia contemporánea de México. Hoy, todos los candidatos —los buenos, los malos, los peores, los sorteados y los colados—, así como las aspirantes a la presidencia, Sheinbaum y Gálvez, permanecen firmes en sus posiciones: listas para emprender la carrera al son del disparo inicial. El tercer candidato, Álvarez Máynez, según nos dicen, sigue en el vestidor del estadio. Su falsa tercera vía no le alcanzó ni siquiera para salir a calentar. Ni en la competencia ni en este texto lo echaremos de menos.

Atención al estado de las contendientes. Ambas muestran señales de desgaste y algo de fatiga. A lo largo de su travesía por el nebuloso terreno de la intercampaña, una y otra exhibieron músculo, tambaleos, guiños y algún refunfuño.

Empiezo con Gálvez, quien desde el inicio de la intercampaña —por estrategia, necesidad o mezcolanza—, tuvo una presencia notable en los medios de comunicación. Con 24 puntos por debajo de su contrincante, lo suyo era doble o nada. Matar o morir. Ese día o nunca.

La hidalguense empezó la etapa intermedia del proceso electoral en ascenso, tras la cargada mediática que respaldó su discurso de cierre de precampaña. Uno de filiación argentina, que dejó a sus simpatizantes regocijados al considerarlo el primer discurso serio de la campaña y que pugnaba por sustantivos que nadie puede en buena fe repudiar: la vida, la verdad y la libertad.

Aquel portentoso sermón demostró que la confesión de corruptelas —hoy lejana e impune— de Marko Cortés había provocado un milagro. Como resultado del renovado antagonismo entre los liderazgos de Acción Nacional y Alejandro Moreno, Gálvez —bendito sea dios— dejó de servir a dos amos y dio el tiro de gracia a sus movimientos dubitativos: se desplazó hacia la derecha, portó un crucifijo, cambió el huipil por el traje sastre, adoptó un lema libertario y se fotografió con Felipe Calderón. Su primer mitin de campaña será —no podía ser de otra manera— en Irapuato, Guanajuato. Que no quepa duda de la prevalencia de los principios azul y blanco que la rigen.

La candidata opositora también emprendió —interrumpió, retomó y volvió a interrumpir— sus Conferencias de la Verdad; contrató granjas argentinas para posicionar su agenda digital y, en un intento controvertido, corrió al extranjero a gritar “¡Lobo, lobo!” para luego ser perseguida a flechazos. Una doble le bastó para salir con vida de aquella súbita batalla en Nueva York. Perduró más el recuerdo del remedio que el de la corretiza.

Por el lado de Sheinbaum, la disminución de su presencia mediática durante el receso fue notable: menos exposición da lugar a menos errores. Sus apariciones se limitaron a entornos controlados y se intensificaron hacia los días finales con un ciclo de entrevistas en los noticieros más duros de la radio. Salió bien librada. Durante la intercampaña, la exjefa de Gobierno optó —ante los ojos guasones de quienes le llaman calca— por seguir el consejo de su mentor: ¿por qué conformarse con recorrer el país tres veces cuando se puede hacerlo cuatro?

Mientras la candidata de Morena acumulaba kilómetros en el odómetro, el presidente no pudo quedarse quieto y optó por sacudir al gallinero en tres ocasiones. El primer zarandeo agitó al Congreso con dos decenas de reformas constitucionales —siempre una más provocativa que la anterior— desafiando a Sheinbaum a conciliarlas, a veces con calzador, con las cien propuestas surgidas de sus propios Diálogos por la Transformación. Risas nerviosas, a veces desencajadas. La tensión entre el programa conciliador de la candidata y el radicalismo presidencial se advirtió en todo el país.

El segundo sobresalto llegó con la sugerencia matutina del presidente respecto a las intervenciones de su administración sobre decisiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Diluviaron vituperios y sombrerazos.

El tercer y último traqueteo —por falta de tiempo— implicó la violación de leyes de protección de datos personales en perjuicio de una reportera del New York Times que buscaba divulgar un reportaje sin sustento sobre el presunto financiamiento ilegal de las campañas electorales del mandatario. El movimiento generó tanto unánimes quejas públicas como un cambio radical en el tema de la conversación. Punto para el presidente.

Pero no todo fue desequilibrio y contradicción. Durante la intercampaña las candidatas lograron, en ocasiones, alguna simetría. Así, por ejemplo, ambas visitaron al Papa Francisco: un movimiento tan sincronizado como juicioso. Hace algunas semanas, la mitad de los votantes de derecha manifestaban su preferencia por la candidata oficialista, mientras que un diez por ciento menos se inclinaba por la candidata del PAN. ¿Habrá podido alguna de las dos cautivar algún punto en su visita vaticana?

En la misma línea compensatoria, para el segundo día de las campañas, ambos bandos habrán desfilado con su propio séquito humano alardeando el apoyo popular que los respalda: la cuadrilla rosa liderada por quien fuera el presidente del instituto electoral (tomaría tiempo explicar el enredo) y la guinda encabezada por la propia candidata oficialista. Una de las candidatas, dirán tirios, marchó en busca de respaldo, mientras la otra, dirán troyanos, se paseaba ya alzada en hombros. Cada quien describirá a su cada cual.

Hasta aquí hemos llegado. Si la carrera terminara hoy, según las encuestas más recientes (Buendía & Márquez), la ganadora vestiría de guinda, dejando a la candidata rojiazul rezagada 23 puntos. Los ajustes —los totes y los titos— realizados por Xóchitl Gálvez durante el periodo de intercampaña solo le habrían permitido acercarse un raquítico puntito a Claudia Sheinbaum. Tanto brinco estando el suelo tan parejo.

Ahora comienza la campaña sin prefijos. Se pronostican tsunamis de propaganda e información, así como tres debates presidenciales, tan esperados como poco vistos.

Paciencia. En trece semanas y feria, se producirá el choque frontal que coronará a la reina. El segundo día de junio, acudiremos en anónima masa a las casillas para hacer lo que uno cree que hace al votar: delegar, premiar, reivindicar para uno o para todos.

El tres de junio llegará otro tiempo distinto a este, y dejaremos atrás el viejo mundo de categorías estáticas. Ese día —cuando cada hashtag acabe de tajo y el entusiasmo unificador se apacigüe— podremos susurrar un par de te lo dije y retomar nuestras vidas como si nada hubiera pasado. La multitud se dispersa.

Mientras tanto, ¡arrancan!

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