Las cuatro Sheinbaums
El talante del propio López Obrador y su deseo de trasladar, implícita o explícitamente, una agenda a su sucesora es todavía un tema ambiguo. Así pues, la candidata está jugando una estrategia cuidadosa
Las críticas que Claudia Sheinbaum ha realizado a la marcha del domingo han sido leídas como una contradicción con los gestos bien intencionados que ha realizado en dirección a los sectores medios, universitarios, intelectuales y a los pequeños y grandes empresarios del país. Vamos, a la llamada sociedad civil, aunque nadie en su equipo de trabajo invocaría lo que se ha convertido en un execrado término entre el obradorismo. Pero matices al margen, eso fue lo que llenó el Zócalo este fin de semana, más allá de los impresentables políticos colados entre los manifestantes.
La aparente contradicción en estas declaraciones de Sheinbaum es absolutamente lógica si entendemos la coyuntura en la que se encuentra. La transición de poderes entre el fundador de un movimiento y su sucesora constituye un caso inédito en la historia del país, no hay fórmulas mágicas que garanticen un relevo idóneo. El peso que López Obrador tiene dentro de su movimiento es tan personal que va más allá del poder que tenían los presidentes de antaño sobre el PRI. Incluso si posteriormente no desea intervenir, habrá cuadros y dirigentes que invocarán la ortodoxia, la fidelidad al legado del líder, como una carta para negociar agendas y posiciones con su heredera. De alguna forma ya lo están haciendo.
El talante del propio López Obrador y su deseo de trasladar, implícita o explícitamente, una agenda a su sucesora es todavía un tema ambiguo. En lo personal, me parece que es auténtico el deseo del fundador del movimiento de desvincularse del poder, pero la inercia empujará en sentido inverso. Me parece que ni siquiera Sheinbaum o el propio presidente están en condiciones de saber lo que pasará cuando la heredera tome decisiones que algunos del actual primer círculo consideren contrarias a un supuesto “verdadero obradorismo”.
Así pues, Claudia Sheinbaum está jugando una estrategia cuidadosa, conservadora. Si la marcha fue interpretada como una manifestación contraria al Gobierno de la 4T, la candidata de la continuidad está obligada, por esta lógica, a hacer un pronunciamiento en contra. Si la mayoría de la población aprueba la gestión de López Obrador, garantizar un relevo fiel es la carta más segura para ganar la próxima elección. Aritmética pura.
La Sheinbaum candidata de los próximos tres meses ofrecerá pocas pistas de lo que en verdad podemos esperar de su Gobierno. Con esto no quiero decir que una vez que llegue al poder gobernará siguiendo otras banderas, pero no tengo dudas de que la manera de aterrizarlas será distinta en más de un sentido respecto al estilo personal de López Obrador. Solo que no es el momento de mostrar tales matices.
De aquí a junio tendremos, pues, una primera Claudia Sheinbaum, la Sheinbaum candidata, fiel discípula del líder del movimiento. Una segunda política operará de junio a octubre. Será la Sheinbaum electa. Sobre todo, cuando obtenga la constancia oficial de su triunfo, lo cual haría irreversible y legítimo su ascenso a la silla presidencial, salvo alguna controversia constitucional; algo que ninguna fuerza política está en condiciones de imponer. Con todo, son meses en los que el presidente que se va, a diferencia de los anteriores, mantendrá sus mañaneras, sus seguidores y la fuerza íntegra del Estado en sus manos. Será una Claudia Sheinbaum con un poco más de confianza para ofrecer atisbos de su programa de Gobierno, pero con un tono y un contenido que no de pie a lecturas que conduzcan a roces o confrontaciones con el líder. Un período en el que ella tendría que hablar largo y tendido con el presidente (hoy, como candidata, no puede o no debería hacerlo), para detectar con la mayor precisión posible los temas que López Obrador encuentre intransitables, aun después de haberse ido. Es en el período de transición cuando debe detectar aquello que verdaderamente podría generar una reacción inesperada del líder cuando este se encuentre en retiro. En parte para evitarlo, en parte para postergarlo a la segunda mitad del sexenio.
Pero una vez habiendo tomado posesión, a partir del 1 de octubre, la nueva presidenta tendría que disminuir al máximo su conversación con López Obrador o mantenerla lo más discreta posible. De lo contrario dará municiones a los muchos que intentarán ganar terreno contra la primera mujer presidenta, argumentando una supuesta subordinación del tipo “el que manda no vive en Palacio”.
Esta será la tercera Sheinbaum. La del primer año de Gobierno. Tendrá que hacer magia para encontrar el equilibrio que le lleve a legitimar su liderazgo sin, al mismo tiempo, provocar inestabilidad política entre los cuadros y bases del movimiento. Su gabinete y primer programa de Gobierno habrán de incluir suficientes elementos para ofrecer una versión 4T más moderna y menos polarizante y que, al mismo tiempo, no genere presiones amenazantes desde la izquierda o el obradorismo. Me parece que esta etapa podría extenderse 12 o 18 meses de su Gobierno. Es decir, una especie de gabinete de transición, que ofrezca posiciones conciliadoras respecto a otras corrientes y espacios de reconocimiento a los inevitables excolaboradores de López Obrador.
Pero me parece que, si Sheinbaum desea llevar a la 4T a la siguiente fase, más refinada y moderna, tendrá que imprimir su propia visión cabalmente a partir del segundo año de su gestión. Esta sería la cuarta Sheinbaum. Pero solo podrá llegar a esta versión si puede gestionar con éxito la progresión de las tres primeras. Y hasta aquí solo he hablado de la transición interna, del riesgo del fuego amigo, no del otro fuego, el externo, que sin duda será intenso y brutal, pero ese es otro tema.
Coincido con lo que ha venido diciendo López Obrador: su sucesora será mejor presidenta que él. Nadie podría haber sustituido al tabasqueño en la operación del milagro que significa haber sacado a las élites del poder político y provocado un giro en el timón en favor de los más pobres. Políticamente es muy superior a Claudia Sheinbaum (y para el caso, a cualquiera en el México reciente). Pero a lo que se refiere López Obrador es que ahora se requiere a un jefe de Estado con otras características. Alguien quien, sin carecer de habilidades políticas, esté dotado para la Administración Pública, la dirección productiva de los equipos, la valoración, la planeación, el diseño y la ejecución. Si puede transitar este largo e intrincado camino, Claudia Sheinbaum podría convertirse en ese tipo de presidenta. Se la dejan, si hace lo necesario para que la dejen.
@jorgezepedap
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