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Porfirio Muñoz Ledo
Tribuna
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Adiós al político total

Porfirio Muñoz Ledo era una fuerza incontenible, decisión pura aunada al valor, pero sobre todo un hombre de Estado, que aun cuando desafiaba a presidentes tenía para con ellos la deferencia de reconocerles el cargo

Porfirio Muñoz Ledo
Porfirio Muñoz Ledo en una conferencia en Ciudad de México.Cuartoscuro
Salvador Camarena

Lo único que le faltó fue ser presidente, pero eso nunca amilanó al político total que fue Porfirio Muñoz Ledo, un peso completo del régimen anterior, protagonista de la transición, crítico sin miramientos de los gobiernos claudicantes que México ha tenido desde 1988, enfant terrible de la política mexicana a la que siempre demandaba ir a más, estar a la altura del Estado.

Hace 20 años, Adolfo Aguilar Zinser, otra ave de tempestades y quien con muchos años de diferencia ocupara el mismo cargo que Porfirio como representante de México ante la ONU, bromeaba mencionando las veces que en las Naciones Unidas la gente le recordaba al sparkling Muñoz Ledo.

Así eran las huellas que iba dejando, por México y el mundo, este orgulloso guanajuatense por adopción, con sus discursos, desplantes, inteligencia, arrebatos, ideas, polémicas… con su pasión y originalidad.

Si este mundo es de los que tienen la energía para conquistar las cimas, Porfirio era eso, una fuerza incontenible, decisión pura aunada al valor, pero sobre todo un hombre de Estado, que aun cuando desafiaba a presidentes tenía para con ellos la deferencia de reconocerles el cargo, la investidura.

Estuvo en la primera fila cuando, en parte por su empuje, se quebró el molde de la perpetuidad de los regímenes priistas, a los que en su momento, como no podría ser de otra forma, sirvió como el mejor de sus soldados, un adalid del culto a la personalidad presidencial hasta que defeccionó de la misma.

El 17 de septiembre de 1987 Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo marchan en la "Movilización de las 100 horas".
El 17 de septiembre de 1987 Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo marchan en la "Movilización de las 100 horas".Pedro Valtierra (Cuartoscuro)

Quién si no Porfirio iba a ser el que desafiara, desde las bancadas del Congreso y en una escena hasta entonces inconcebible, a un presidente, a Miguel de la Madrid, en un informe de gobierno. Nunca había pasado, hasta que con Porfirio al frente ocurrió esa interpelación al poder.

Quién si no él sería el primer opositor en contestar, en todo el sentido de la palabra, a un presidente de la República en otro informe de gobierno presidencial.

A Ernesto Zedillo, que días antes del 1 de septiembre de 1997 intentó hacerse indebidamente del control de una Cámara de Diputados cuya mayoría por fin el PRI había perdido, Muñoz Ledo le espetó en la cara, y de cara a la nación, que la pluralidad había llegado para no irse más y que el poder ahora era compartido porque, en una de sus más celebradas citas, recordó el juramento de Aragón: “Nosotros, que cada uno somos tanto como vos, y todos juntos valemos más que vos”*.

Ese era Porfirio.

Quién si no él fue impedido por Andrés Manuel López Obrador de repetir en San Lázaro en un intento del tabasqueño para bajarle el volumen a sus críticas por la sucia forma de legislar que tienen los de Morena.

Ahora la muerte ha logrado sacarlo del debate, pero algunos de sus momentos paradigmáticos y de sus punzantes críticas resonarán por cierto tiempo, como recordatorios de la conciencia política en la que él pretendió convertirse.

Por ejemplo, hoy son vigentes como nunca otras de las palabras que Porfirio pronunciara ese 1 de septiembre de 1997, estas de su autoría: “A partir de hoy y esperamos que para siempre, en México ningún poder quedará subordinado a otro, y todos serán garantes de los derechos ciudadanos, de la fortaleza de las instituciones y de la integridad y soberanía del país”.

Porfirio no fue fácil para sus contemporáneos. Su inteligencia no le ahorró escándalos y choques. Pero se daba sus mañas para seguir avanzando en lo que se proponía. Ejemplo de ello fueron las negociaciones de los noventa para la reforma del Estado, esa que nos trajo instituciones como el INE.

Esas pláticas estuvieron a punto de frustrarse porque Carlos Castillo Peraza, dirigente nacional del PAN y con una cabeza a la altura de la de Muñoz Ledo, resentía abusivos términos con los que frecuentemente el entonces perredista zahería a los blanquiazules.

El yucateco se levantó de la negociación, y no fue sino por los oficios del tricolor Santiago Oñate que las pláticas pudieron seguir, pero sin que los opositores, sentados en la misma mesa y con una botella de por medio, se dirigieran directamente la palabra: ya fuera Castillo o Porfirio, ambos le decían al líder nacional priista lo que proponían o contestaban a alguna propuesta, pero sin hablarse entre ellos. Así se construyó esa reforma. Porque así como era capaz de romper, era igualmente bueno para componer.

En 1988 llegaría al Senado como parte de la ola renovadora de la democracia que él junto con Cuauhtémoc Cárdenas e Ifigenia Martínez impulsaron desde el PRI y luego fuera de este.

Liberado de la disciplina priista, habiendo sido dos veces secretario de Estado (Educación y Trabajo fueron esas carteras) y líder nacional del PRI, construyó junto con el ingeniero Cárdenas el primer partido de izquierda que sería mucho más que una voz testimonial.

Si las alternancias ocurrieron, si la pluralidad se volvió normal, si a la izquierda por fin le fue reconocida su pertinente agenda de derechos y democracia, fue porque con ellos al frente nació y se consolidó el PRD. De esos lodos son los polvos que hoy desperdicia Morena.

Inquieto sin remedio, abandonaría a los suyos para irse a la aventura de una elección presidencial bajo las siglas del PARM. Animó la competencia del 2000 y aunque no pudo convertirse en un factor de riesgo para los otros candidatos, su originalidad y argumentos eran como siempre notables.

Su manera de ser original se daba hasta en los más elementales detalles. En esa elección, por ejemplo, el extinto semanario Enfoque entrevistó a los candidatos a la presidencia. Y hasta en las preguntas sobre cosas triviales, platillo favorito, destacaba: cerdo con verdolagas, contestó Porfirio mientras Fox et al. salían con las sobadas fórmulas de toda la comida mexicana.

Al final de esa campaña, Muñoz Ledo ayudaría una vez más a la democracia sumándose a la alternancia foxista, cuyo gobierno le defraudaría, cosa que le facilitó el volver a la izquierda, a la batalla de López Obrador, con el que llegaría al poder en 2018.

Diputado en la legislatura que el 1 de diciembre de ese año escuchó el juramento de Andrés Manuel como titular del Ejecutivo —él le entregaría la banda presidencial—, Porfirio no pudo reelegirse en 2021 porque su libertad de pensamiento no fue bienvenida en el lopezobradorismo.

Lo dejaron sin curul pero desde Twitter, y desde cada rincón del país, siguió su prédica del deber ser de una República a la que en sus últimos días veía en riesgo.

Los achaques mermaron su salud, y si su voz ya era poco clara, su pensamiento, en cambio, no perdió brillo ni filo.

Hombre de Estado, famoso por no hacerse cargo de las cuentas en los restaurantes, bon vivant donde los haya, elegante bailarín, orador astuto y de una cultura avasalladora, que se preparen en el otro mundo, porque vaya que les dará lata con su chisporroteante verbo e indomable personalidad.

Ah, pensé que era eterno, contestó alguien al conocer la noticia de su deceso, a los 89 años. Eso parecía.

*Tomo las dos citas de: Juntos valemos más que vos... El ritual del informe presidencial y el nuevo balance de poderes en México, de Álvaro F. López Lara.

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