Carta de amor a Uvalde
Todos los habitantes tenían una relación con quienes fallecieron, el impacto de la matanza reverbera en cada casa, en cada calle y en todos aquellos que queremos a la ciudad
Viajo a menudo a la frontera de Coahuila con Texas, un territorio con códigos entendibles solo para quienes ahí habitan, visiones en blanco y negro reducen la problemática a migración y a narcotráfico y pierden de vista una compleja relación. Ambos países se influyen mutuamente en temas múltiples: cultura, arte, lenguaje, economía, político, educación, deporte, bienes raíces, comercio, trabajo y, por supuesto, amistad y romances. Amo esta frontera, me seduce de manera permanente la calidez de su gente y la belleza del paisaje, sus ciudades y pueblos los llevo en mi corazón. Del lado mexicano, Ciudad Acuña, Piedras Negras, Zaragoza, Morelos, Allende, Villa Unión, Guerrero, Nava. Del lado americano, Del Río, Eagle Pass y Uvalde. Cuento con amigos y gente querida en estos lugares, por eso me ha dolido tanto lo ocurrido en Uvalde.
Uvalde es una pequeña ciudad. En los últimos años, dada su cercanía con San Antonio y Austin, por su clima más o menos benigno y por encontrarse en camino a uno de los parques nacionales más visitados de los Estados Unidos, el Big Bend National Park, se disparó un boom en el mercado de bienes raíces, sobre todo, de ranchos. A la zona la cruzan varios arroyos y ríos, lo cual propicia tierras para la crianza del ganado y goza de abundante fauna silvestre, lo cual atrae a cazadores de todo el país. Ello ha detonado un acelerado crecimiento económico, en particular en el área de servicios y aumentó, de forma significativa, la demanda laboral. Uvalde se convirtió en imán para trabajadores ilegales. Ahí se establecieron, ahí nacieron sus hijos y se creó un entramado híbrido donde el español y el inglés se hablan de manera indistinta.
La mayoría de los habitantes de Uvalde son mexicano-americanos, algunos de ellos texanos desde hace varias generaciones atrás. No solo son empleados, como algunas visiones reduccionistas quieren hacerlo ver, ostentan posiciones de poder. Basta ver los apellidos de origen latino en representantes populares, sheriffs, propietarios de agencias de bienes raíces, dueños de hoteles y de restaurantes, para comprobarlo. Interactúan de manera activa con los pobladores anglos en un intrincado tejido llamado identidad texana. Sería iluso descartar el racismo y la segregación racial en esta zona, hay ciertamente una tensión, pero no suficiente para romper la armonía social o para crear obstáculos en el ascenso político o económico de quienes poseen raíces mexicanas.
La masacre es doblemente dolorosa por ser ejecutada en una zona vulnerable: una escuela primaria. Las víctimas no solo son los niños muertos, sino los aterrados compañeros que quedarán cicatrizados de por vida por el incidente y marcará por siempre la historia de Uvalde. La masacre abre el debate sobre la venta de armas en un condado donde el ramo cinegético es de vital importancia económica y social, y para el estado de Texas, que se considera fieramente independiente y que ve en cada ciudadano armado, un combatiente dispuesto a defender la libertad frente a la tiranía de un Gobierno autoritario. La mayor parte de los habitantes de Uvalde, a pesar de la masacre, se opondrán a la regulación de la venta de armas. Consideran que la prohibición de rifles de uso militar, como los AR 15 que usó el asesino, derivará en una cascada de leyes que terminarán por anular la posesión de cualquier arma, lo cual, según su punto de vista, contraviene la constitución de los Estados Unidos.
Para evitar en gran medida estos asesinatos en masa, facilitados por la capacidad de disparos y letalidad de las balas, será necesario regular la venta de rifles militares, con los cuales, importante decirlo, no se caza. Para lograrlo es necesario quitar de la mente de los defensores de las armas de que habrá un efecto dominó que a la larga llevará a la prohibición total. Demostrar sanidad mental para obtener una de estas armas es, a mi juicio, el único camino para resolver este problema. A menudo, los políticos americanos mencionan el caso de México, donde existe un control férreo de la venta de armas, pero que detenta uno de los índices de homicidio más altos del mundo. Su argumento: el ciudadano común no puede defenderse, mientras que los malhechores y sicarios matan a mansalva a gente inerme. La regulación, concluyen, es absolutamente inútil.
Mientras esto se resuelve, una ciudad vela sus niños muertos. De una forma u otra, todos los habitantes de Uvalde tenían una relación con quienes fallecieron. El impacto de la matanza reverbera en cada casa, en cada calle y en todos aquellos que queremos esa ciudad.
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