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columna
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López Obrador y los de abajo

La oposición partidista y las élites económicas de México no comprenden por qué un presidente “sin resultados tangibles” continúa siendo la carta electoral más fuerte para 2021

Viri Ríos
Andrés Manuel López Obrador levanta la mano durante los eventos de la 65a inauguración presidencial de México en el Zócalo el 1 de diciembre de 2018.
Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo de Cuidad de México el 1 de diciembre de 2018.Manuel Velasquez (Getty Images)

La oposición partidista y las élites económicas de este país comparten una absoluta perplejidad ante el fenómeno Andrés Manuel López Obrador. No comprenden por qué un presidente “sin resultados tangibles” continúa siendo la carta electoral más fuerte para 2021. Se preguntan por qué su partido, uno que enfrenta la crisis más fuerte desde los años treinta y que contabiliza 203.000 muertes en exceso, pueda ser el puntero en 14 de 15 Estados.

En este texto nombro a esta perplejidad por lo que es: sesgo de élite.

Llamo “sesgo de élite” al conjunto de errores sistemáticos que cometen los de arriba, es decir, los estratos altos y medio altos de la sociedad mexicana, para interpretar la realidad de los de abajo.

Esta predisposición, presente en conocidos intelectuales y su estirpe, se caracteriza por concebir a las preferencias de ellos, las de una minoría educada y pudiente, como si fueran verdades indiscutibles y científicas. Su componente principal yace en interpretar la realidad de acuerdo con la visión de los privilegiados y a no concebir como interlocutor simétrico a aquellos que vocalizan la visión de los vencidos.

En este texto describo este sesgo por medio de un ejemplo concreto: las fuentes y razones del crecimiento económico en México. Con este ejemplo, muestro por qué la popularidad de López Obrador continúa imbatible frente a las elecciones del 2021 y planteo acciones concretas para revivir una democracia de alta temperatura, es decir, donde haya competencia real y constante, entre distintas opciones políticas.

[Sesgo de élite]

El sesgo de élite mexicano ha nacido de décadas de desigualdad y segregación territorial. En México, las personas de altos ingresos viven segregadas en vecindarios, escuelas y hospitales que el resto desconoce.

Esto no es reciente. La independencia mexicana fue dirigida por una élite criolla que era racista, la revolución fue ganada por la élite del norte que detestaba la idea de redistribuir la tierra, y el movimiento del 68 fue organizado por una clase media urbana sin conexión con el obrero.

México es un país que ha llamado independencia, revolución y revuelta a una rotación de élites.

Así, nuestro país ha adolecido por décadas de una ciudadanía de abaja intensidad, es decir, carecemos de personas que arranquen con arrojo el poder de manos de unos pocos. Por el contrario, la historia de México es la de un país donde las élites, no importa de dónde vengan, acuerdan de manera tácita que todo puede cambiar, pero los de abajo ahí se quedan.

Los de arriba, sin embargo, perciben otra cosa. Ven al país colapsarse al momento en que cualquier privilegio les es disminuido. En su profundo sesgo de élite se han acostumbrado a tener gobiernos que les piden permiso, burocracias que comparten sus preferencias, y un país donde ninguna reforma se proponía sin su beneplácito.

Una de las principales quejas de los de arriba al Gobierno de López Obrador, por ejemplo, es que este está destruyendo el crecimiento económico al subir los salarios y crear programas de transferencia de efectivo.

Hoy quiero retar esta idea porque es un sesgo de élite.

[Crecimiento económico]

El sesgo de élite impide a muchos ver que lo que llamamos “crecimiento económico” está determinado por (a) el modelo de crecimiento económico que escogimos, (b) la forma en la que decidimos medirlo, y (c) el estrato económico de las personas. Ninguno de los dos determinantes es independiente del sesgo de élite.

Primero, el modelo de crecimiento económico que escogimos no es aleatorio. Por el contrario, debido a nuestra propia historia, escogimos un tipo de economía que privilegia a las empresas exportadoras, dirigidas por los de arriba, a costa de los salarios, ganados por los de abajo.

Los de arriba dicen que no había opción. Que solo ese modelo sería efectivo para México.

Es falso. La alternativa era demandar que las empresas exportadoras capacitaran a sus empleados y que pagaran impuestos para financiar política industrial que permitiera integrar a empresas pequeñas y medianas en las cadenas de valor. No lo hicieron. Decidieron apostarle a la mano de obra barata y a la economía concentrada en pocas manos.

Quienes negociaron el NAFTA ven en su modelo “un éxito”, acusan de ignorantes a quien no lo ve como tal, y en su profundo sesgo de élite, incluso se atreven a decir que en México el campo es un éxito. Ignoran que, en el país del resto, donde ellos no viven y nunca vivirán, el 55% de las personas en las zonas rurales son pobres.

Segundo, muchos conciben la medición del crecimiento económico (el cambio del Producto Interno Bruto, PIB) como un dogma, una suerte de medida que nace madura y acertada en los árboles de los libros de economía. No es así. Debido a nuestra propia historia, y al sesgo de nuestras élites, México mide el PIB con base en producción y gasto, y no como hacen otros países, con base en ingreso y gasto.

El resultado es un enfoque en la empresa (productora) y no en los trabajadores (ingresos). Así, México no puede determinar con certeza aspectos básicos que nos ayudarían a entender las injusticias del modelo económico que escogimos. Por ejemplo, la proporción de la producción que se dedica a remuneraciones es, de facto, inmedible con suficiente certeza. Los ingresos se calculan con encuestas sesgadas. El SAT no da datos.

Así, muchas de las medidas de desigualdad y captura de ingreso que son comunes en otros países no existen en México. No es normal que la quinceava economía más grande del mundo sea tan discreta respecto al ingreso de su población.

Tercero, el aspecto más grave del sesgo de élite, sin embargo, se evidencia cuando se proponen las formas de crear desarrollo económico. Y cuando se juzga a López Obrador por las que propone.

Para los de arriba y las clases medias, el crecimiento económico ha venido de la economía de exportación. Por eso El Bajío ha crecido con tasas de tigre asiático.

Para los de abajo, la cuestión ha sido distinta. Los estudios de Campos-Vázquez, Lustig y Scott, han mostrado que la principal fuerza detrás de la movilidad social que ha existido en en México ha sido la labor del Estado. Es decir, los principales reductores de la pobreza y la desigualdad en las últimas dos décadas no han sido los salarios de la manufactura (como los de arriba creen), sino los programas de transferencia directa de efectivo (como los de abajo saben). De hecho, los bajos ingresos son la principal razón por la que el 48% de la población en México es pobre.

Por eso, cuando López Obrador propone aumentar el gasto público en transferencias directas, los de abajo celebran. La celebración no se debe al “clientelismo” o a que “no quieran trabajar”. Se debe a que, para los de abajo, la única forma probada, evidente y concreta de mejorar su situación ha sido las transferencias en efectivo.

Así, lo que los de arriba ven una ocurrencia electoral. Los de abajo lo ven como una solución efectiva. Los de arriba quisieran subsidios a la actividad exportadora. Los de abajo ven en dichos subsidios un ejemplo más de un Gobierno que gobierna para un comité de ricos.

Algunos podrán decir que es mejor para la economía subsidiar la exportación que aumentar la demanda agregada por medio de transferencias. La cruda realidad es que eso depende mucho de dónde uno se encuentre en la distribución de ingreso.

Si los de arriba quieren que los de abajo dejen de valorar más los programas sociales que sus sueldos, deben pagar mejor.

De hecho, la popularidad de López Obrador se debe a que él le está apostando más que otros a la economía de los de abajo. Por ejemplo, los subsidios, subvenciones, ayudas sociales y donativos han aumentado en 6% durante el sexenio de López Obrador. Esto significa que hay 38.000 millones de pesos más para los más pobres. Por el contrario, durante todo el sexenio de Enrique Peña Nieto, ese tipo de gasto se redujo en 4%.

A pesar de ello, no considero que el modelo de crecimiento económico de López Obrador vaya a ser suficiente porque no se está gastando lo suficiente. El incremento del 6% es menos de lo necesario y otras medidas no han sido implementadas. Los ultrarricos continúan pagando los mismos impuestos que las clases medias altas, el Estado se ha convertido en un administrador de la escasez, y el capitalismo sigue siendo un festín de monopolios.

[Construir democracia]

Hay una gran oportunidad para nuevos liderazgos. La tarea más importante de los de arriba es comprender que López Obrador es popular porque ofrece un diagnóstico que es correcto. Un diagnóstico que, para quien no tiene sesgo de élite, es sentido común: México es pobre porque sus políticas públicas han favorecido, sobre todo, a quienes más tienen.

La oposición tiene una oportunidad histórica para abrazar esta interpretación en vez de rechazarla. Hacerlo implicará que pisen callos de sus aliados de élite y propongan una manera efectiva de hacer realidad un país que funcione para todos. Es decir, dejar a un lado la retórica puramente populista que emplea López Obrador y darle un sentido eficaz de política pública.

Las mejores mentes de este país deben avocarse a crear un México radicalmente justo para los de abajo, y por única vez, no considerar como prioridad los intereses de los de arriba.

En el corazón de la oposición debe haber un clamor sincero y ambicioso por atender primero y ante todo a los de abajo. No es momento para que los de arriba ganen más. Retomar las ideas centrales que le dieron corazón a la plataforma de López Obrador, es una buena idea, darles pies y cabeza, es una idea excelente.

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