El Gobierno de Sheinbaum trata de aplacar un movimiento sin rostro y con muchos intereses
El malestar social por el asesinato de Carlos Manzo estalla en unas movilizaciones con ecos en la ultraderecha regional pero sin una ideología clara


El asesinato del popular alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, ha generado una ola expansiva que el Ejecutivo de Claudia Sheinbaum no previó. En un país donde la violencia se ha apoderado de parte del territorio, el brutal homicidio del regidor michoacano ha disparado un malestar social que parecía controlable para un Ejecutivo que presentaba una estrategia de seguridad exitosa. La incapacidad para evitar el crimen ha resquebrajado el discurso triunfalista del gabinete presidencial y ha servido de caldo de cultivo para unas movilizaciones que este sábado reunieron a unas 17.000 personas en la capital mexicana con agendas muy distintas y una única consigna clara: el rechazo al Gobierno de Morena. Lo demás ―quién está detrás, qué ideas las sostienen y cuáles son las demandas concretas― es una incógnita que obliga a la presidenta a hacer frente a un nuevo adversario que no tiene rostro pero sí muchos intereses que resuenan en la ultraderecha regional.
Sheinbaum, bregada en la batalla contra una oposición política clásica y anquilosada, a la que despacha sin gran esfuerzo en sus conferencias matutinas, encara ahora un movimiento sin una forma definida ni un líder al que dirigirse. Las protestas, inicialmente atribuidas a la generación Z, que agrupa a los menores de 28 años, evidenciaron que el sujeto era mucho más diverso del previsto e incluía a jóvenes, mayores y muy mayores: algunos de ellos ligados a los partidos de las otras bancadas y otros directamente con discursos que se incrustan en las corrientes trumpistas que atraviesan el continente. Así, las legítimas demandas por un país más seguro y con menos corrupción conviven en el magma con quienes se sitúan fuera del espectro político mexicano, poco dado a los extremismos, pero hoy permeable a las dinámicas regionales, que miran de reojo lo que sucede en el país norteamericano. Ningún fenómeno es ya solo local.
El presidente estadounidense, Donald Trump, aseguraba este lunes haber visto lo que había pasado en la Ciudad de México a lo largo del fin de semana. “Hay algunos problemas graves por allá”, dejaba caer. “El Gobierno mexicano está al borde del colapso”, amplificaba también Alex Jones, el conocido locutor de radio ultraderechista y teórico de la conspiración, que cuenta con más de cuatro millones de seguidores en la red social X, clave en la convocatoria.
La desdibujada agenda del movimiento hace que todos los sectores críticos traten de atraerla hacia sí, y no es casual: esta es la primera iniciativa que logra colocarse en la agenda política de un Gobierno que controla todos los resortes del Estado y que está encabezado por una política con apabullantes índices de popularidad. Entre los rostros que han tratado de abrirse paso por esa brecha se encuentra el empresario mexicano Ricardo Salinas Pliego, con el que el Gobierno mantiene una larga disputa política y judicial por las deudas con el fisco que arrastra desde hace más de una década.
La presidenta le ha acusado de azuzar las movilizaciones y de financiar la campaña antimorenista. El magnate, por su parte, le ha devuelto las acusaciones y se ha subido al tren del descontento social. “Lamento que la encargada del despacho en Palacio Nacional intente deslegitimar y minimizar a los ciudadanos críticos. Es vergonzoso verla inventar complots para desacreditar a la juventud”, ha escrito el quinto hombre más rico de México, que la semana anterior se encontraba con el mandatario de El Salvador, Nayib Bukele, al que ensalza como referente de una potencial presidencia propia.
En la órbita de las autodenominadas marchas de la generación Z se encuentra también el rastro de otras caras de la derecha mexicana, como Lilly Téllez o Xóchitl Gálvez, que devuelven al presente la Marea Rosa, el movimiento que aglutinó a la oposición contra el entonces mandatario Andrés Manuel López Obrador. Las denuncias de “narcogobierno”, la forma peyorativa con la que las bancadas del PAN y el PRI hacen referencia al Ejecutivo morenista, anclan al menos un pie de las movilizaciones en el lenguaje y la agenda de la oposición, que se ha volcado en recuperar algo del terreno perdido.
“Son las mismas caras de siempre”, ha dicho Claudia Sheinbaum este lunes en un intento de definir y desacreditar a un adversario que se antoja más escurridizo de lo habitual. Son algunas de las caras de siempre, pero no solo. La investigación presentada por el propio Gobierno apuntaba la participación de bots e influencers que agregan su propio aderezo a una contienda atravesada tanto por las disputas nacionales como por el contexto internacional.
El propio emblema de los convocantes, la calavera con el sombrero de paja de la serie de anime One Piece, ilustra la complejidad de un movimiento que bebe de otros pero que no termina de ser su equivalente. Ese mismo símbolo fue utilizado en otros lugares del mundo, como Nepal, donde el hartazgo de la generación más joven logró tumbar al Gobierno que previamente había decretado el apagón de las redes sociales. A pesar de la réplica estética, México no es Nepal. La presidenta del país norteamericano goza de un gran respaldo social, también entre los más jóvenes, uno de los grupos sociales a los que presta más atención junto con los más mayores.
La enorme confusión se ha vuelto lo único claro en unas movilizaciones en las que el sentido original, el malestar por el asesinato del alcalde michoacano, ha quedado diluido y opacado por el aluvión de imágenes que dan cuenta de la violencia con la que terminó la jornada, que dejó 120 heridos: 100 policías y 20 civiles. Las fuertes imágenes, ausentes de contexto, recorren el mundo al servicio de distintas agendas que rellenan el hueco que dejan unas protestas sin un mensaje claro o con demasiados mensajes reclamando su lugar dentro del batiburrillo. A todos ellos debe responder ahora la presidenta, que no tiene, todavía, otro par de ojos al que dirigirse.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma











































