El calvario para encontrar a Rodrigo Mondragón, el aficionado de Cruz Azul muerto en CU: “A tu amigo lo mataron. Se les pasó la mano”
Familiares y amigos de la víctima denuncian que, tras el brutal ataque de un grupo de los elementos de seguridad en el Estadio Olímpico, su cuerpo fue escondido en el escenario deportivo sin que les notificaran sobre su paradero

Frente a un altar de la Santa Muerte, cientos de aficionados del equipo Cruz Azul se dieron cita el lunes por la noche al sur de la capital mexicana para honrar la memoria de uno de los suyos. Rodrigo Mondragón, de 32 años, falleció el domingo en la madrugada tras asistir a un encuentro de la Liga MX que enfrentaba a su equipo contra el Monterrey en el Estadio Olímpico, en la Ciudad Universitaria (CU). El clamor generalizado de la barra de la Marea Azul fue contundente: pedir justicia por su muerte. Daniel, nombre ficticio para preservar el anonimato, estuvo con Mondragón al salir del estadio antes del suceso. Denuncia que fueron víctimas de un brutal ataque por parte de un grupo de integrantes de Protección Civil de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y que estos escondieron el cuerpo sin vida de su allegado por al menos cinco horas sin que les notificaran sobre su paradero.
La Fiscalía de Ciudad de México ha dado a conocer que los cuatro guardias de seguridad que lo detuvieron, Isaac Brian N, de 24 años; Noé N, de 45; Luis Alberto N, de 47; y José Rodrigo, de 57, quienes fueron aprehendidos por la Secretaría de Seguridad de Ciudad de México el pasado domingo, han sido trasladados al reclusorio Oriente donde se definirá su situación jurídica. De acuerdo con la necropsia, la causa de muerte que se estableció fue asfixia por estrangulamiento.
La dirección general de análisis, protección y seguridad universitaria de la UNAM ha emitido un comunicado en el que explica que el incidente sucedió cuando se dispusieron a sacar a las personas que permanecen en los estacionamientos del recinto deportivo. El comunicado afirma que Mondragón “impidió violentamente su labor”. Las autoridades universitarias han manifestado que el aficionado se encontraba presuntamente en estado de ebriedad y habría agredido verbal y físicamente al personal de seguridad. Tras el supuesto altercado, este fue “sometido” por los elementos de seguridad para su entrega a las autoridades capitalinas. La versión del personal de los guardias indica que, al ser detenido y trasladado, la víctima “sufrió un desvanecimiento” y no pudo ser reanimado.
Carlos, otro amigo del fallecido que pide no publicar su verdadero nombre, coincide con Daniel en que Mondragón nunca fue “mala copa”. Admiten que su amigo sí había bebido esa noche, pero que el primer maltrato verbal vino de parte de Protección Civil de la UNAM cuando se disponían a “barrer” (sacar) a las últimas personas del estacionamiento del Estadio Olímpico. Fue al momento de salir del escenario deportivo, cuando dos camionetas les cortaron el paso y les impidieron dejar el recinto.

Mondragón iba por delante junto con otros cinco amigos. Daniel iba en otro coche con seis. La ventana de su automóvil no se podía bajar, pero lo primero que le alertó fueron sonidos de golpes y zapatazos. Este grupo de seguridad, que traía uniforme rojo con azul y no portaba un distintivo de la UNAM en su vestimenta —según recuerda—, golpeaba a uno de los acompañantes de Mondragón. Daniel, que tiene porte grande, se puso delante de los agresores para guarecerlo. Recuerda que los elementos de seguridad eran 20 al menos. “No sean pendejos, son un chingo”, les reclamó. Dice que él no había ingerido alcohol esa noche. Al levantarse del suelo, vio que ninguno de sus amigos o las personas que los habían acompañado estaban ahí. Al único que logró reconocer que se dirigía hacia él, era a Mondragón, que venía con la boca llena de sangre.
Mondragón trató de volver a su coche para salir, arrancó el motor, pero no lo logró. Llegó más seguridad del estadio en coches que se usan en el campus para la seguridad. Es cuando volvieron a agredir a Mondragón. Daniel, que se encontraba a unos 10 o 15 metros de él, trató de protegerlo, pero al menos una decena de funcionarios se colocaron frente a él. Me dijeron: “Si tú te metes, vas a ser el siguiente”. Trató de sacar su celular para grabar las agresiones, pero se quedó paralizado por la escena al ver las patadas y los golpes con los puños que le asestaban.
Daniel recuerda que uno de seguridad que llevaba en su uniforme un distintivo de la UNAM, les gritó “sin golpes” a los que llevaban el uniforme rojo con azul, pero no le hicieron caso. Al ver que ya no se podía mover, es cuando lo agarraron entre 10, lo cargaron y lo metieron en una camioneta en la parte de atrás. “Se subieron aproximadamente 10 en la cajuela y lo siguieron pateando. Yo nada más alcanzo a ver cuando uno le deja caer con la rodilla hacia el cuerpo. Quiero pensar que fue para que ya no se moviera”, complementa. “Yo vi cuando lo subieron a la camioneta. Hasta pareció que llegaron por un narco, lo sometieron superfuerte”, cuenta Gael, otra persona presente que pidió el anonimato, que también abandonaba el estadio tras el partido.
A partir de ese momento, comenzó el calvario para Daniel y la esposa de Mondragón, Rebeca Pérez. Los elementos de seguridad capitalina y de la UNAM, asignada por la Liga MX para el encuentro, no les daban información sobre el paradero de su allegado. Eran las 00.20 del domingo 26 de octubre y llevaban dos horas tratando de dar con su ubicación. Por intuición, se comenzaron a mover entre delegaciones cercanas. Fueron a una agencia del Ministerio Público en Tecualiapan, pero les dijeron que ahí solo había 14 detenidos del club Monterrey. Regresaron al escenario deportivo, el responsable de asuntos legales que rodea al estadio y CU les dijo que no podía ocuparse de ellos en ese momento. Les dejó su número, su nombre y se fue. Decidieron ir a la alcaldía de Viveros de Coyoacán, donde se ubica el hospital Adolfo López Mateos. Tampoco lo encontraron. Intentaron ubicarlo durante una hora y media vía telefónica por Locatel, un servicio de asistencia para encontrar a personas extraviadas en Ciudad de México. No tuvieron suerte.

Ya habían pasado seis horas desde que se lo llevaron y decidieron regresar al estadio con un grupo de aproximadamente 40 personas, entre amigos y conocidos de su amigo, para que les tomaran en serio. Elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) capitalina, según cuenta Daniel, trataron de darles versiones de que Mondragón se encontraba en Tlalpan. Otro policía le dijo a Rebeca Pérez, la esposa, que estaba en Azcapotzalco. Llegó otro contingente de la SSC y uno de ellos se identificó como el comandante a cargo.
Le dijo a Pérez que iba a hablar con ella. Daniel se quedó a escasos metros, pero alcanzó a escuchar: “Lo mataron los de la seguridad de la UNAM”. Fue en ese momento que volteó y le pidió explicaciones al policía. Este recalcó: “Te voy a ser sincero y voy a ser tajante. A tu amigo lo mataron los de la seguridad de la UNAM. Se les pasó la mano’, me dijo el policía. ‘¿Cuánto quieres por decirme la verdad?’, le dijo Rebeca. ‘Te estoy diciendo la verdad. Se les descontroló y no supieron qué hacer. Nunca lo presentaron en un hospital ni en ninguna delegación. Lo tuvieron retenido las seis horas adentro del estadio, dándole primeros auxilios para intentar revivirlo y que la noticia no explotara”.
Se dirigieron al Ministerio Público de la alcaldía Tlalpan Centro II. Eran las 8.00. Hicieron el peritaje. La esposa y padre de Rodrigo Mondragón ingresaron para reconocer el cuerpo y confirmaron que era él. La institución académica no se ha referido por ninguno de sus canales a las acusaciones de brutalidad por parte de su personal de seguridad. EL PAÍS contactó a Protección Civil de la UNAM, pero hasta la publicación de este texto no obtuvo respuesta.
En un comunicado publicado este lunes, la UNAM ha afirmado que ha brindado toda la información y grabaciones solicitadas por la Fiscalía capitalina para el esclarecimiento del caso. “Desde el momento en que se tuvo conocimiento de los hechos, se brindó toda la cooperación a las autoridades capitalinas y se proporcionó la información requerida sobre este lamentable hecho que ha consternado a la comunidad universitaria, con el fin de facilitar el desarrollo de las indagatorias correspondientes”. Mientras, el sentimiento generalizado de la familia de Mondragón y la Marea Azul, barra a la que perteneció por más de una década, es el de exigir justicia para Monky, como todos lo conocían.
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