Los militares, en el rancho La Vega: patadas en la cara, tablazos y agresiones sexuales
Tres docenas de jóvenes, cautivos del CJNG en un campo de entrenamiento en enero, denuncian tortura y abusos por parte del equipo castrense de rescate. La burocracia del operativo muestra contradicciones de los cuerpos de seguridad


El Ejército llegó al rancho La Vega en la tarde del 29 de enero, entre las 16.00 y las 17.00, según los cautivos. Ninguno de ellos alberga dudas sobre su adscripción, el “verde pixelado” de sus uniformes como prueba. Entraron al galpón disparando, dicen varios, 38 en total, recluidos allí por el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que durante años ha manejado un programa de reclutamiento forzado en esa región de Jalisco, en el centro de México, a hora y media de la capital, Guadalajara. Tras los disparos iniciales, entendibles, quizá, por la supuesta presencia de integrantes del grupo criminal en el lugar, el operativo derivó en una cacería despiadada. En pocos minutos, las víctimas del CJNG se convertían, también, en víctimas de la violencia de los militares.
Patadas en el estómago, en la cabeza y en los genitales, tablazos en las nalgas, tornillos clavados en los brazos, bocas y narices rotas, ahogamiento en cubetas de agua, cinturonazos en las plantas de los pies… Las declaraciones de los 38 rehenes del grupo criminal, captados mediante apetitosas ofertas de trabajo compartidas en redes sociales, indican que los militares, integrantes supuestamente del 32 Batallón de Infantería, les hicieron pedazos. En sus declaraciones, a las que ha tenido acceso EL PAÍS, todos señalan algún tipo de maltrato, tortura e incluso agresiones sexuales, además de amenazas. Este diario se puso en contacto el viernes con la dirección de Comunicación Social de la Secretaría de la Defensa Nacional, vía mensaje de texto, pero no ha obtenido respuesta.
Pese a las denuncias de los cautivos, que fueron detenidos tras la intervención militar y recluidos en prisión, antes de que el juez soltará a la mayoría –36 de 38– días más tarde, los militares niegan toda participación. En los informes rendidos en horas posteriores y en entrevistas presentadas al juzgado, de los que este diario tiene copia, los uniformados señalan que solo llegaron al lugar horas más tarde, reduciendo el intercambio con los rehenes a su traslado, desde el rancho, a un centro médico. La burocracia del operativo muestra que fue la Guardia Nacional, y no el Ejército, quien llegó primero al galpón. El mando de la Guardia Nacional que firma el informe como primer respondiente señala que los militares llegaron a las 19.30.
La misma burocracia muestra, sin embargo, contradicciones entre los dichos del mando de la Guardia Nacional y el teniente a cargo de los militares que llegaron al galpón. En una entrevista rendida a los defensores de varias de las víctimas, a principios de febrero, el oficial retrasa todavía más su hora de llegada al galpón. No fue a las 19.30, como dice el mando de la Guardia Nacional, sino a las 00.45, ya en la madrugada del día siguiente. Las irregularidades trascienden el actuar de las corporaciones castrenses. Ante las denuncias de tortura por parte de las víctimas, el juez al frente de la causa ordenó que se diera vista a la unidad de derechos humanos de la Fiscalía General de la República (FGR). Siete meses más tarde, los avances son nulos. Preguntado al respecto, el portavoz de la dependencia dejó los mensajes sin contestar.
Dos mujeres
De entre todas las denuncias, destacan las de las únicas dos mujeres detenidas en el rancho La Vega. Ambas llegaron del Estado de México para trabajar de cocineras, engañadas, como el resto, por el CJNG. Una tiene 18 años y la otra, 30. La primera cuenta: “Llegó un tipo con una tabla y empezó a tablear a todos, primero con ropa. Después dijeron que me desnudara y me golpearon. [Luego] llegó uno y me dijo que cerrara los ojos. Me levantó la cabeza (...) me dijo, ‘yo soy el que te golpeo, soy Tecas, si te preguntan, soy tu novio’. Entonces llegaban [los demás] y me preguntaban, ‘¿quién es tu novio?’ Y si no respondía me golpeaban. De ahí, ese mismo [Tecas] agarró el palo, me dijo que me bajara los pantalones y mi ropa interior, me dijo que me abriera mis glúteos y pasó como acariciando mi recto por unos dos minutos, lo pasaba arriba y abajo”.
El relato sigue. Dice que otros militares llegaron y le “acariciaban los senos, me metían las manos en mis partes íntimas (...) el llamado Tecas (...) traía guantes negros, me metió sus dedos en mis genitales por unos dos minutos mientras grababa”. La segunda mujer, de 30 años, da un relato similar. Dice que primero los golpearon a todos con una tabla, luego le hicieron quitarse la ropa y la sentaron en una silla. “Me volvieron a dar con la misma tabla. Ya no aguantaba los golpes, resbalé y me volvieron a parar. Luego me volvieron a tirar al piso. Se acercó uno y me pateó la costilla, me aplastó la cabeza contra el piso”. Luego le ordenaron que se diera la vuelta y levantara las piernas. “Me acariciaban con el palo con que nos golpeaban, en mis partes. Uno de ellos se puso guantes y me metió los dedos. Y dijo, ‘¿quién de ustedes está reglando?’ No le contesté y dijo, ‘ah, entonces sí pueden coger”, zanja.
Además de las dos mujeres, los militares agredieron sexualmente al menos a un hombre, F.D.F.C., de 21 años. Según su declaración, el joven fue agredido a golpes, le pisaron en la cabeza, le pegaron en las plantas de los pies “con una cuerda y una tabla”, también le dieron “tablazos en los glúteos” y le “picaron el ano” con un palo. Sobre la autoría de los maltratos, señala sin ningún tipo de duda a los militares, por su “tipo de uniforme pixelado”. Las referencias sobre el uniforme pixelado o verde pixelado son constantes en las declaraciones. Varios de los 38 insisten además en que primero llegaron los militares y luego la Guardia Nacional. De hecho, algunos insisten en que cuando llegó la Guardia Nacional “ya se calmaron los militares”.
La saña de los soldados es mayor en algunos casos. Por ejemplo, H.R.G., un hombre de 42 años de Tabasco, uno de los de mayor edad que había reclutado el CJNG, señala que los militares le dieron “culatazos” con sus armas y patadas. “Me decían que me iban a matar por traidor, ya que les dije que había sido militar. Dijeron que era un hijo de la chingada y me daban cinturonazos en las plantas de los pies”. Todo el rato le preguntaban que dónde estaban las armas y el resto de los integrantes del grupo criminal. Esas preguntas, según el relato de los cautivos, fueron una constante en los interrogatorios. Algunos de ellos señalan que aquella sesión de torturas duró entre tres y cuatro horas. Otros dicen que los militares eran alrededor de 25.
En al menos un caso, la paliza de los soldados ocasionó lesiones graves. Se trata de Edgar N, un hombre de 38 años que, además, acabó detenido, procesado por posesión de cartuchos y cargadores de arma de fuego. Ello, pese a que el informe del mando de la Guardia Nacional señala que, cuando lo registraron, solo llevaba encima un teléfono celular. Según su relato, los soldados le pisaron la cabeza, le pegaron en las plantas de los pies con una cuerda y una tabla y le dieron tablazos en los glúteos. La saña fue tal que acabó en el Hospital Civil de Guadalajara Fray Antonio Alcalde, con un pulmón colapsado.
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