Héctor Aparicio buscaba a su hijo desde hace ocho años, ahora también lo buscan a él
El 5 de febrero de 2017 desapareció José Alfredo, de 17 años, en Tihuatlán, al norte de Veracruz, el mismo lugar donde ahora se pierde el rastro de su padre
Este 5 de febrero se cumplen ocho años desde que José Alfredo Aparicio desapareció en Tihuatlán, al norte de Veracruz. Tenía 17 años, el cabello corto, castaño oscuro, una cicatriz en la ceja derecha y el codo fracturado. Este 5 de febrero se cumplen 10 días desde que Héctor Aparicio desapareció en Tihuatlán. Tiene 47 años, el cabello negro, algo cano, una cicatriz en el entrecejo y el corazón estrujado. Este 5 de febrero es día de aniversario y falta un padre para poder recordar a su hijo.
Hay un México de tragedia, uno al que le faltan 110.000 personas. Las cifras oficiales se repiten tanto que parece que esconden la tierra revuelta, las familias astilladas, el desvelo de la búsqueda. Son los colectivos de familiares los que buscan en México a los desaparecidos; es ese rastreo de huesos el que los hace vulnerables a los ataques. Hace solo un año que el caso de Lorenza Cano, quien buscaba a su hermano, cimbró al país. A la buscadora de Guanajuato se la llevaron y en el camino mataron a su hijo y a su marido. En estos últimos meses también han asesinado a su yerno. Una familia en búsqueda masacrada.
El último diagnóstico de seguridad elaborado por el Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México registra que entre 2011 y 2024 han sido asesinados 22 familiares de personas desaparecidas; además, desde 2018 nueve buscadores han sufrido desaparición forzada: cinco han sido localizados sin vida, tres con vida y falta Lorenza, que todavía no ha sido encontrada. Todos ellos fueron secuestrados por hombres armados. A esta lista de un Estado que falla se ha añadido ahora el nombre de Héctor.
“Hola, amigos. ¿Qué tal? Mi nombre es Héctor Aparicio Martínez, soy padre también de un desaparecido como muchos de ustedes, lo saben lo que estamos viviendo ahorita. El nombre de mi hijo es José Alfredo Aparicio Delgado”, se oye al hombre en un video, grabado por el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, a final de 2021. “Desde el momento de su desaparición no he sabido nada de mi hijo. Lo he buscado, ya denuncié y pues seguimos en la lucha, con pruebas de ADN, información que podemos recabar, ahora sí que apoyándonos en colectivos y esperando que las autoridades hagan más por nosotros, por los mexicanos que estamos pasando esta situación y que tenemos personas no localizadas, porque no pueden ser desaparecidos, no pueden desaparecerse de la nada”.
Así de la nada desapareció José Alfredo y así de la nada se han llevado a su padre. El buscador fue visto por última vez este 26 de enero en Tihuatlán. Era domingo y su teléfono dejó de dar señal. Todo apunta a que fue secuestrado. Después de no recibir respuesta a llamadas y mensajes, su familia presentó la denuncia por desaparición. El ataque fue un golpe durísimo para sus compañeras del colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera Poza Rica, quienes llevan años juntos en cada rastreo. “Estamos impactados, con muchísimo dolor”, dice a EL PAÍS Maricel Torres, dirigente del colectivo, “el señor Héctor es un miembro muy activo, siempre buscando lugares para salir a las búsquedas, siempre pendiente de cómo podía apoyar a otras familias”.
Héctor fue quien acompañaba a Leticia de la Rosa en un terreno cerca de Tihuatlán cuando encontraron los restos del padre de la buscadora, el taxista José de Jesús de la Rosa, secuestrado en 2016 en Metlaltoyuca, Puebla. “Es una persona muy empática, también por la situación que vivió su hijo”, cuenta la mujer. “Él, nunca, nunca dejó de buscar a su hijo”, insiste Maricel Torres, que cuenta que Aparicio acudía además periódicamente a penales y también acompañaba a hacer difusión: “Él trabajaba y buscaba, siempre con la esperanza de encontrar a su hijo”.
Tihuatlán ha sido centro geográfico del horror de la desaparición. Es en esta zona petrolera del Golfo de México donde se han encontrado por los menos 12 espacios, llamados cocinas, en los que se hacía desaparecer a las víctimas dentro de hornos o tambos gigantes. Uno de ellos es el rancho La Gallera, donde los fragmentos óseos se cuentan por cientos, algunos ya imposibles de identificar. Escenario del terror de Los Zetas hace más de una década, la región sufrió la omisión de Gobiernos consecutivos; solo hace dos años que encontraron 13 cuerpos en congeladores en viviendas de Poza Rica, que forma parte de esta misma mancha urbana.
En el norte de Veracruz el temor corre. Por eso el colectivo de Héctor Aparicio no puede salir todavía a buscarlo, ni su familia a dar declaraciones. “Lo importante es que nos den información de dónde está, él tiene que seguir aquí con nosotros buscando a su hijo. Cualquier información, todo dato sirve”, recalca Torres, que pide ponerse en contacto con la Fiscalía de Veracruz, con la Comisión Estatal de Búsqueda veracruzana o con su propio colectivo. “Él es un hombre fuerte, de carácter, en apariencia era un hombre rudo, pero tenía un gran corazón”, narra la líder de la organización. “Próximamente se iba a hacer una diligencia por el hijo del señor Héctor, algo que va a estar pendiente, se va a retomar cuando él regrese”, afirma Torres, que también busca a su hijo Iván Eduardo Castillo, quien desapareció en 2011 después de cenar con unos amigos en Poza Rica; también tenía 17 años.
México ha sido señalado y reprendido por las instancias internacionales —como el Comité de Desaparición Forzada de la ONU— por su negligencia en proporcionar verdad y justicia a las familias de los desaparecidos. A muchos de los cuales, además, se les vio por última vez en manos de policías, ministerios públicos o militares. Ahora, ante la desaparición de un nuevo buscador, la Brigada Nacional de Búsqueda exige respuestas a las autoridades: “Las familias buscadoras salimos a las calles, cerros, lagos, desiertos en búsqueda de indicios de nuestros seres queridos desaparecidos, y esta labor nos pone en una situación de vulnerabilidad. Son las familias quienes ponemos el cuerpo en las búsquedas y por ello estamos expuestas a un riesgo constante. Insistimos a la autoridad en que trabaje en detener las agresiones y desapariciones de todas las personas que buscamos y para detener este escandaloso crimen de lesa humanidad”. Ellos ya hacen su parte, ahora falta el Estado.
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