Los seguidores de Sheinbaum mantienen la prudencia: “Es pronto para opinar”
Cientos de miles de personas se arremolinan en el centro histórico capitalino para celebrar los primeros 100 días de gobierno de la mandataria morenista
La política mexicana avanza a un ritmo vertiginoso desde que la presidenta, Claudia Sheinbaum, juró el cargo hace tres meses. Un signo de los tiempos, en realidad, del que no escapa ningún país. La reforma judicial que prometía acaparar la agenda y los focos ocupa ahora un discreto segundo plano, desde donde sigue su cauce a trompicones y no exenta de problemas. Pero nadie se acuerda de ella, ni para bien ni para mal, en este domingo de cielo encapotado y agradable resol. La mandataria cumple 100 días en el Gobierno y lo celebra, como ya hizo su predecesor en innumerables ocasiones, con un baño de masas en el Zócalo de la capital, atascado en sus principales entradas desde las nueve de la mañana. Hasta allá han peregrinado cientos de miles de personas para escuchar el balance que la presidenta hace del comienzo de su mandato, pero el entusiasmo fiel que los ha llevado ahí contrasta con sus opiniones matizadas y prudentes sobre la acción del Gobierno durante este periodo.
“Es pronto para opinar”, dicen unos; “Falta mucho todavía”, añaden otros; “Es muy prematuro decirlo todavía [cómo lo está haciendo]”, completa una tercera. Nadie se atreve a hacer grandes valoraciones, reina la expectación y el buen ánimo, no tanto por lo que ha hecho ya, sino por lo que creen que puede llegar a hacer. Las preocupaciones, sin embargo, sí están claras y son las de siempre. “La inseguridad, la salud y la falta de servicios”, enumera María del Carmen Juárez, cirujana dentista de 69 años que viene desde Iztapalapa, la alcaldía más poblada y humilde de la capital. Los problemas internos se imponen al revuelo que ha causado la vuelta de Donald Trump a La Casa Blanca, aunque para muchos todo desemboca en el mismo sitio. “Es una cadenita”, dice Juárez, y ejemplifica: “Los aranceles pueden traer una crisis económica”. “Todo es parte de todo”, concuerda también Ángel Pavón, técnico de relojería de 63 años, esta vez en referencia al narcotráfico. “Trump quiere declararlos terroristas, ¿pero por qué no acaba con los que tiene allá?”, incide irónico: la realidad a un lado de la frontera no se entiende sin lo que pasa al otro lado.
Pavón ha llegado armado con una careta de Trump y una pancarta en inglés donde se lee Long Live Mexican America. Long Live the Fourth Transformation. Su esfuerzo creativo no le ha servido, sin embargo, para alcanzar la plaza. Como él, miles de personas se han quedado con las ganas de entrar al Zócalo de la capital y se han arremolinado hasta formar un ecosistema propio y ajeno al ágora en las calles aledañas, como la Avenida 20 de noviembre, que contaba con un par de pantallas públicas donde seguir el informe, o la Pino Suárez, donde la única forma de enterarse de lo que ocurría dentro era a través de los celulares propios o ajenos. En ellas, llenas en todo su largo y ancho, la gente comía resignada, hablaba con el que tenía al lado o seguía el ritmo de las batucadas que han seguido sonando hasta las 12 del mediodía, indiferentes al discurso político de la presidenta, en un intento de vencer el aburrimiento de quien se queda fuera de la fiesta.
Quienes han vivido la jornada con mayor resignación, sin embargo, han sido los vendedores ambulantes. Apenas habían vendido nada entre las nueve de la mañana y las doce del mediodía, y tenían la esperanza puesta en la multitud que pronto saldría de la plaza. Cuando el presidente era López Obrador, comentan unas comerciantes, vendían más. “Quizá [no venden tanto] porque no está la que tiene que estar”, replica sarcástica una manifestante, en referencia a la falta de mercadería con la imagen de Sheinbaum. Entre el merchandising todavía predominan los objetos del expresidente, y apenas hay unos cuantos peluches y remeras con el rostro de la nueva mandataria. “Esos [los de López Obrador] ya los tenemos”, añade esta vecina de la capital, que se ha quedado con las ganas de llevarse a casa algún muñeco de Sheinbaum. Unos metros más allá, otro comerciante parece darle la razón. Las únicas gorras y camisetas que ha conseguido vender eran de la nueva presidenta, no de López Obrador, de quien solo parece acordarse la propia Sheinbaum en su discurso y algún que otro militante fiel con la memoria todavía intacta.
La mayoría de los asistentes tienen ya la vista puesta en el futuro. La política no espera a nadie y las mujeres han sido las primeras en pasar página. “Nos empodera”, dice Reina Patricia Sanabria, ama de casa de 36 años. “La apoyo porque es la primera presidenta de México”, dice la también ama de casa Erika Sumano García, de 51 años. Para ellas, Sheinbaum representa la esperanza de conseguir “mejores oportunidades para las mujeres”, pero también de aplacar la inseguridad rampante en el país, de la que nadie se olvida hoy, y de plantar cara a las bravuconerías del vecino del norte. Casi nada. Con apenas 100 días a la espalda, la paciencia está todavía de su parte, pero por todo ello se le pedirán resultados más pronto que tarde a la flamante presidenta, de cuya autoridad nadie duda ya. Al menos este domingo, en el centro de la capital. Los vendedores ambulantes harán bien en tomar nota, e invertir en ella para la próxima convocatoria.
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