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El nuevo estilo de Claudia Sheinbaum se aleja del partido hacia un modelo institucional

La presidenta mexicana es sobria en los gestos y ha serenado la política interna cambiando los ataques personales por la crítica política

Claudia Sheinbaum durante la conferencia matutina realizada en Palacio Nacional, el 19 de diciembre 2024.
Claudia Sheinbaum durante la conferencia matutina realizada en Palacio Nacional, el 19 de diciembre 2024.Mario Jasso (Cuartoscuro)
Carmen Morán Breña

No hay dos personas iguales. Porque no quiere o porque no puede, el todavía corto periodo presidencial de Claudia Sheinbaum tiene rasgos bien distintos del que ejerció su antecesor, Andrés Manuel López Obrador. Seriedad, en la imagen y el comportamiento, podría ser la palabra que define a la mexicana, recientemente elegida cuarta mujer más poderosa del mundo por la revista Forbes. Su personalidad y su formación, estrechamente vinculada a la academia, la separan en el día a día del modelo al que la ciudadanía se había acostumbrado en el último sexenio, desenfadado y mitinero, pero también malencarado y burlesco. Las conferencias diarias en la mañana son el primer escaparate que proyecta la imagen de Claudia Sheinbaum: austeridad en el atuendo y los mensajes. El líder social, combativo y en permanente campaña electoral, ha dejado paso a una mujer sobria, una especie de Angela Merkel latina.

Casi tres meses después de llegar al poder, no se apagan todavía los ecos sobre la continuidad que representa respecto al gobierno de López Obrador, pero los gestos también son mensajes en política. Y no son pocos los que la mandataria viene desplegando. “Ella tiene ganas de diferenciarse”, sostiene Roy Campos, presidente de la firma encuestadora Mitofsky. Acudió al encuentro del G-20, que reúne a los líderes económicos mundiales, convocó a todos los gobernadores, del partido que fueran, en el Acapulco hundido por los huracanes mantuvo conversaciones a pie de calle con la gente. Son tres de los ejemplos citados por Campos que evidencian otra forma de gobernar, más institucional. “En el discurso deja claro que el Gobierno no es el partido, que no está en pleito permanente con la oposición”, afirma.

Ese tono diferente lo menciona también Khemvirg Puente, doctor en Ciencias Sociales y consultor político. Opina que “ha bajado la temperatura al debate político interno, porque no se engancha fácilmente y eso es bueno, porque la oposición se serena, ella se dirige a los adversarios políticos con respeto”, sostiene. “La polarización en México no va a cambiar, pero si se da solo en términos políticos y no personales ya es ganancia”, concede Puente.

Sheinbaum proviene de la carrera académica en la universidad, posiblemente el ámbito en el que se siente más cómoda. La exposición pública, sobre todo en el terreno del mitin y la campaña electoral, no es su hábitat, pero también a ello se ha tenido que acostumbrar, no en vano su trayectoria como servidora pública ya tiene unos lustros. Y siempre proyectó la misma imagen comedida y disciplinada, apegada a la ciencia y los datos. Las Mañaneras que inauguró López Obrador fueron un fenomenal instrumento de cercanía con el electorado que dio sus réditos, y cabe pensar que Sheinbaum no las habría seguido de haber considerado que podía ya desentenderse de esa tribuna pública. Esas conferencias diarias se han convertido ahora en el escenario para proyectar algunas diferencias con su antecesor.

Las instrucciones a los periodistas fueron inequívocas desde el primer día: no pueden intervenir por más de cinco minutos, ni formular más de dos preguntas, ni mencionar cuestiones personales. Tampoco llevar documentos, cartas, peticiones. Nada de hablar, comer o tomar café, ni usar el celular para hacer fotos. Se deshacía así de algunos de los aspectos más vergonzantes del periodo anterior y optaba por responder con sobriedad y sin ataques a las preguntas de los reporteros. La Mañanera se ha despojado en alguna medida de ese tono de lección política interminable que ha caracterizado a varios líderes en Latinoamérica. “Hasta puede llegar a ser aburrido y quizá no logre comunicar tanto, no hay que olvidar que a la Cuarta Transformación [el movimiento del expresidente Obrador] le sirvió como estrategia” para enviar mensajes al público, dice Martha Tagle, consultora de Género y Derechos Humanos.

Además de rebajar la temperatura de la política interna, los consultados coinciden en que el tono puede ser útil en la arena exterior. “Con Trudeau o con Trump [en Canadá y Estados Unidos], con los que tendrá que hablar, puede ayudar”, sostiene Tagle. “Para López Obrador las Mañaneras eran de lucha, para conservar el poder, y la personalidad de Sheinbaum no es el poder, a ella le marcarán más las políticas reales, le puede pegar una mala gestión en seguridad, o en economía, mientras que a López Obrador no le afectó ni la mala gestión en la pandemia”, apunta Campos. “Su objetivo es más gobernar que ganar elecciones, ella es más política y él era un líder social”, añade.

La pandemia de coronavirus fue, precisamente, uno de los momentos en que la ciudadanía percibió con mayor claridad la diferencia de liderazgos. Un simple cubrebocas, del que nunca se despojaba Sheinbaum, marcó la enorme distancia con el escapulario de la Virgen de Guadalupe que exhibía sonriente López Obrador como toda protección ante el virus. Tampoco se colocó la mascarilla Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud y encargado de la gestión de la crisis, ni otros secretarios del Gabinete. El lado científico de la entonces jefa de Gobierno de la ciudad se mostraba en su plenitud y si alguna vez abandonó la disciplina de sus filas, esa fue clara y contundente.

No caben esperar muchas diferencias políticas entres dos líderes del mismo partido. Ella misma ha dejado claro que no se separaría de las grandes líneas marcadas en el sexenio pasado, por más que eso le genere severas críticas de sus adversarios. Es más política que líder social, más institucional que cercana al pueblo, más académica que mitinera, pero quizá sea su condición de mujer la que marca otras grandes diferencias. “Les pasa a todas las mujeres símbolo, que se ven en la necesidad de dar una imagen de seriedad, asumir actitudes fuertes para ser tomadas en consideración, escuchadas”, dice Tagle. Son exigencias autoimpuestas por el ámbito en el que se mueven. Hasta cierta masculinización, se diría, como muestran esos austeros trajes de sastre de los que no se separa a diario, solo cambiados por atuendos bordados y de color en sus giras de fin de semana. “Es lo que se impone, hay que demostrar siempre que vales y que puedes”, explica Tagle.

“El rol que desempeña manda un poderoso mensaje a las niñas de este país”, añade Campos. “No solo de que se puede llegar, sino de que la herramienta para ello es el estudio, que los estudios sirven”. Aventura el analista que habrá menos continuidad de la que parece entre ambos líderes y que “aunque la influencia de López Obrador es impresionante, ella ejerce el poder y toma decisiones”. “Creo que poco a poco iremos viendo cómo se habla menos de esa continuidad, tengo la esperanza de que se verá pronto la fuerza de una mujer científica”, asegura.

El sociólogo Puente afirma también que la preparación académica y la trayectoria de servidora pública confieren a Sheinbaum “modos diferentes que no tienen solo que ver con la personalidad y que tienen efectos tanto en el estilo de gobernar como en el de comunicar. Es menos propensa a la frivolidad que López Obrador, es crítica, pero no ataca en lo personal”, afirma el analista. “No creo que veamos en ella comentarios machistas, ni xenófobos, ni fuera de lugar, a los que estábamos acostumbrados”. El teatrillo de las Mañaneras, viene a decir, ha tocado a su fin.

Uno de los ángulos que mencionan todos es la diferencia entre un presidente que siempre echaba la vista atrás “para culpabilizar a los anteriores gobernantes”, que siempre “se ponía de víctima”, respecto de Sheinbaum, que no puede ejercer ese papel, porque el anterior, para empezar, es de su partido.

Como sea, las Mañaneras, el gran escaparate de la imagen, se han ido despojando del color guinda y se ha optado por las cenefas de bordados, el símbolo inequívoco de que se trata de un gobierno, no de un partido, y que lo ejerce una mujer. Será la política lo que marque la diferencia real, pero los gestos, también son política.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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