David Toscana, escritor: “Tengo una botella de champaña en casa para cuando le llegue la hora a Putin”
El escritor mexicano, premio de la Bienal Mario Vargas Llosa, participa como invitado de honor en la FIL de Monterrey y conversa sobre la libertad para crear, de las ampollas que levantan los escritores a las tiranías y la belleza de la escritura
David Toscana asiste como una celebridad de las letras norteñas de México a la Feria del Libro de Monterrey. Juega en cancha propia. Toscana (Monterrey, 63 años) ha sido el encargado de ofrecer el discurso inaugural de la feria con un hermoso alegato sobre la búsqueda de la belleza a través de la palabra, ha participado en charlas con escritores como la premio Pulitzer Cristina Rivera Garza, ha presentado libros de colegas y también ha hecho su propia presentación, con una nueva edición de su libro de cuentos Lontananza (Editorial Era), que narra historias de un grupo de parroquianos de una cantina del norte de México.
Cuenta Toscana que cuando escribió estos cuentos, hace un par de décadas, sus amigos lo retaban en broma diciéndole que no podría escribir sobre borrachos y cantinas, porque entonces no bebía alcohol. Acompañaba a sus amigos a esas cantinas mientras él se tomaba un chocolate y hasta le tocaba cargar con alguno cuando se pasaba de copas. La cantina, que se llama Lontananza, aún existe, a la par del Mercado de Juárez de esta ciudad industrial que alberga la feria del libro. “Le puse este título al libro porque este era un bar que se llamaba así porque estaba en la lejanía y me llama la atención que con el crecimiento de la ciudad quedó en la esquina que la dividen entre norte y sur, oriente y poniente. De día pasaba por ahí y leía la palabra y le daba significados en mi cabeza, porque me tardé mucho en saber qué significaba”, explica Toscana.
Este narrador regiomontano, como se les llama a los habitantes de esta ciudad de fábricas, se ha convertido en una de las voces más destacadas de las letras mexicanas. Ha ganado el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio de la Bienal Mario Vargas Llosa por su novela El peso de vivir en la tierra (Alfaguara), que también fue galardonada con el Premio Mazatlán de Literatura 2023. Una obra que es un tributo a los autores rusos que sufrieron la censura, la persecución, el destierro, la cárcel y muerte por ejercer su derecho a la libertad, debido a la alergia de los zares a la crítica o por las purgas stalinistas y la cerrazón soviética, como ocurre nuevamente con Vladimir Putin, el autócrata ruso. De la libertad para crear, de las ampollas que levantan los escritores a las tiranías y sobre la belleza de la escritura conversa el escritor, que ahora sí bebe, varios tequilas a lo largo de las fiestas y comidas a las que lo han invitado como una celebridad local, y compartiendo una copa de vino durante esta entrevista con EL PAÍS, en medio del bullicio de una feria que atrae a decenas de miles de lectores.
Pregunta. Suena muy gracioso eso de escribir un libro de cuentos sobre una cantina cuando usted no tomaba alcohol.
Respuesta. Durante mucho tiempo fui lejano al alcohol, no por razón moral o de salud, simplemente no me había acostumbrado a beberlo. Me hacían burla, porque yo llegaba al grupo literario con el que me juntaba en la noche todos los martes con Chocolala. Se reían mucho de mí y por eso vino el reto de que no podría escribir sobre cantinas. Había ciertos roces que tenían que ver con el posible realismo de las historias que cuento, pero no son historias de borrachos, a mis personajes casi nunca los muestro así. A partir de escribir este libro siempre me gustó la cantina como el lugar de diálogo, porque en las cantinas te juntabas a dialogar. Ahora tienen televisiones y tanta tontería que no te dejan hablar. Pero ese era el espacio del diálogo como en el siglo XIX fueron los cafés.
P. Un espacio, el de las cantinas, que se está perdiendo.
R. Ahora todo es una pantalla de televisión, de música, de cualquier cosa con tal de que no puedas conversar.
P. Tengo mucha, pero mucha curiosidad. Usted ha escrito en Letras Libres un artículo sobre la muerte, la muerte de otros. Dice: “Tengo en casa una botella de champaña aguardando a que le llegue la hora a alguno de mis Bélikov. Ojalá sea pronto porque la champaña no espera de muchos años”. ¿A quiénes quiere ver bajo tierra?
R. (Ríe). Nunca me acuerdo de mis artículos, pero sí me acuerdo por quién tengo la champaña y la tengo por Putin.
P. La muerte no siempre es una tragedia.
R. Claro que no siempre es una tragedia. En Fuente ovejuna se junta el pueblo y dice: “Todos estamos de acuerdo en que los tiranos deben morir”. Y creo, por ejemplo, que muchos nicaragüenses piensan del mismo modo. Hay un sacerdote español posterior al Siglo de Oro, el padre Juan de Mariana, que tiene todo un tratado sobre la muerte del tirano. Es muy interesante, porque te habla del derecho de matar al tirano, pero dice que no debes matarlo con veneno, porque no se diferenciaba entre el suicidio y que el tirano por su propia mano se tomara el veneno. Decía que no había que condenarlo al fuego eterno, simplemente había que matarlo.
P. Hay tiranos que tardan mucho en morirse y mueren plácidamente en su cama.
R. Gioconda Belli tiene un par de poemas que si los leías en la época de Somoza los entendías perfectamente y si los lees ahora parece que los escribió ayer. Hay una repetición de las tiranías, que a mucha gente le gustan, pero cuando las tiene el vecino. Mucha gente le aplaude a lo que ocurre en Cuba, Venezuela e incluso en Nicaragua, pero porque eso está allá y ‘porque somo de izquierda’, pero desde cuándo la palabra izquierda se tiene que relacionar con tiranías o totalitarismo. Era todo lo contrario, pero ahora a mucha gente le gusta y le atrae. Mucha gente tampoco entiende para qué sirve la libertad.
P. ¿Y para qué nos sirve la libertad?
R. A mí la libertad me sirve para moverme, para pensar, para escribir lo que quiero escribir, para publicar las novelas que digan lo que quieren, para sentirme en movimiento y en pensamiento que puedo hacer lo que quiera. Me acuerdo mucho de un cuento de Chéjov, que fue un escándalo, Los campesinos, que narra que los campesinos que vivían bajo servidumbre se liberaron y que caían en tal miseria que dijeron que estaban mejor bajo la servidumbre. Mucha gente regañó a Chéjov, porque era políticamente incorrecto decirlo, pero sí, la libertad sirve para que la gente llegue a casa a sentarse a ver series de Netflix. Por eso se siente que somos un poco exagerados los escritores cuando estamos hablando tanto de esto y luego resulta que sí pagamos las consecuencias, como Sergio Ramírez, Giconda Belli, como tanta otra gente que quiere jugar el juego de la libertad a otro nivel.
P. ¿Los escritores deben tener un compromiso político?
R. Sí, pero cuando sienten la vocación de hacerlo, porque tampoco puedes obligar a un personaje como Juan Rulfo a que fuera activamente político. Él vivía en otro mundo, en un mundo de poética, de lecturas. En cambio, otros sí fueron mucho más beligerantes. El mismo Sergio Ramírez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa. Yo no me he casado con la política, no me interesa mucho y cuando me dicen que cómo participo respondo que lo hago con mis novelas. Esta última novela [El peso de vivir en la tierra] tiene que ver con la libertad de imaginación, con hablar de la represión que sufrieron los escritores. No lo predico directamente, pero sí me interesa verlo por analogía. Aprendes de la experiencia de otros.
P. En la inauguración acá de la FIL usted hizo un hermoso viaje por la historia de la literatura, desde los antiguos griegos. Y dijo: “Estamos aquí porque hace más de 2.500 años se supo que el ser humano podía enfrentarse a los conflictos a través de la palabra escrita”. Extraño, no, porque parece que estamos en un momento en el que parecemos no entendernos.
R. Si lees Don Quijote ves que no es una aventurita de caballero andante. Hay mucha cultura clásica detrás de él, hay religión, filosofía, pero ahora cualquier persona con cuatro palabras en la cabeza publica un libro. Ahora sí hay libros que no tienen nada de bueno y, además, existen todas estas redes sociales llenas de palabras, en las que nunca he participado, pero sí sé que de pronto la mente ya solo entiende un tuit. La brevedad de entender un tuit tampoco es que les dé la capacidad de entender un haiku, más bien hay una simplificación de la mente, que ya no puede encadenar muchas palabras juntas.
P. En esta misma feria Juan Villoro hizo una crítica fuerte hacia lo que llamó la “enajenación” de las personas por la tecnología, las pantallas, las redes. ¿Cree que el lector es un espécimen en extinción?
R. Si le preguntas a las editoriales te dicen que se están vendiendo libros más que nunca, pero la salud de la lectura no se mide por la venta de libros, sino por qué se está leyendo. Creo que el lector más que en extinción está en deformación. Sí están leyendo, aunque nos molesta ver que hay filas enormes para que les dediquen algunos libros bastante vacíos de un adolescente que ya está dando consejos para adolescentes, que nunca ha leído a los antiguos sabios para empaparse de la experiencia humana y también del lenguaje. El lenguaje ya es, en muchos casos, un mero instrumento para comunicar y ya no es el protagonista de la literatura, el que hace la belleza.
P. Usted hace magia con las palabras. Dígame cómo prepara un libro. ¿Cumple con esa imagen del escritor que sufre, atormentado ante la página en blanco?
R. Hay algo, pero no le llamaría sufrimiento. A veces a los escritores nos gusta dignificar o maximizar o darle cierta cosa de legendaria a nuestro oficio. Esto es un reto. Sí hay frustración, sí las cosas no salen. Tengo medio año trabajando una novela que lo más probable es que se vaya a la basura, pero no me siento frustrado. Me sentiría más frustrado si la publico y digo: ‘Esto no debí publicarlo’. El oficio de escritor es este descubrimiento que muchas veces cuesta trabajo, porque la escritura tiene su reto bien puesto. Y mejor los que aceptamos el reto, que quienes creen que todo es fácil y que todo lo que se me ocurre vale la pena escribirlo, porque buena parte de esta frustración, de esto que no se resuelve y lo tiras, nace de la autocrítica, que tiene que estar muy bien afinada.
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