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Pensándolo bien
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La disputa por la capital

El ‘obradorismo’ sigue siendo más fuerte que cualquier otra organización política en Ciudad de México, pero es evidente que hubo un desplazamiento de votantes hacia las opciones de la oposición

Andrés Manuel López Obrador vota en la elección presidencial de 2018
Andrés Manuel López Obrador vota en la elección presidencial de 2018, la última vez que estuvo en la boleta.Alejandro Cegarra (Bloomberg)
Jorge Zepeda Patterson

Las perspectivas de la izquierda para conservar la presidencia en las elecciones del próximo año son tan firmes, como inciertas las de mantener el control de la Ciudad de México, su bastión tradicional. Si bien toda la atención parecería concentrarse en la disputa por la silla presidencial, y por más que la oposición asuma que ninguna guerra está perdida antes de ser librada, el verdadero pulso entre obradorismo y oposición se dará en dos trincheras: la capital del país y el Congreso. Las perspectivas sobre este último tendrían que ser motivo de otro texto. Por ahora concentrémonos en la capital.

Para decirlo rápido, si en las elecciones intermedias de 2021 la elección de alcalde hubiese estado en juego, el resultado habría pendido de un hilo. Morena apenas consiguió el 38,7% de los votos, aunque con sus aliados sumó 48%. Los partidos de oposición PAN, PRI y PRD prácticamente empataron ese resultado con 47%. Movimiento Ciudadano habría hecho la diferencia con 3,5%. Estos números dejan aún mucho margen de maniobra al partido que se encuentra en el poder, al tratarse prácticamente de un empate técnico. Y por lo demás, no está claro que reacción tendría el votante del PRI o del PAN ante un candidato ajeno a su partido, en caso de ir a una campaña unidos.

Sin embargo, hay dos temas preocupantes para la causa del presidente de cara a las elecciones del próximo año. Por un lado, la tendencia, por otro los candidatos. Entre 2018 y 2021, Morena descendió 22% en el número de votos recaudados; el PAN aumentó 40% y el PRI 27%. Parte de este impacto podría atribuirse a que López Obrador no estuvo en la boleta, como sí lo había estado tres años antes; pero el hecho es que tampoco lo estará en 2024. Lo cierto es que, por vez primera en mucho tiempo, la suma de estos dos, PRI y PAN, superó a Morena (antes PRD): 1.617.186 votos contra 1.577.989. Insisto, por sí mismo, el obradorismo sigue siendo más fuerte que cualquier otra organización política en la capital, pero es evidente que hubo un desplazamiento de votantes hacia las opciones de la oposición. La pregunta de fondo es si se trata de un fenómeno coyuntural, atribuible a candidatos o al momento político, o es un desplazamiento tendencial, un desencanto que lejos de desaparecer podría confirmarse o incluso acentuarse.

La reacción de López Obrador al día siguiente de estas elecciones parecería dar cuerpo a la segunda hipótesis. El presidente lamentó profundamente el abandono de las clases medias a su proyecto, acusándolas de un creciente conservadurismo por sus actitudes aspiracionistas. Y aunque luego matizó, lo cierto es que la polarización política que ha mantenido en su discurso, que tiende a bifurcar al país exclusivamente en una oposición entre pobres y ricos, poco ha hecho para construir puentes hacia el centro político. El diagnóstico del presidente parecía correcto: en efecto, Morena perdió 9 de las 16 delegaciones de la capital, esencialmente las del poniente, las más prósperas social y económicamente hablando. Las clases medias esta vez no votaron por el obradorismo. Pero si AMLO atinó en el diagnóstico, no necesariamente abordó la mejor estrategia de cara a un restablecimiento de la tácita alianza política que había existido entre la izquierda y esos sectores en la capital. La persistencia de un discurso binario (estás conmigo o contra mí) y la deliberada identificación casi exclusivamente con los sectores más populares, en ocasiones en términos beligerantes, son sin duda muy eficaces para efectos del votante a mar abierto en el país, pero abona mucho menos a la población capitalina, incluyendo las clases medias y medias bajas.

El otro tema es la relativa pobreza de los posibles candidatos para 2024. A diferencia de la elección presidencial, en la que Morena exhibe una batería más atractiva que la de la oposición, no parece ser el caso de la capital. Hasta ahora se mencionan cinco posibles figuras: Martí Batres, Mario Delgado, Omar García Harfuch, Rosa Icela Rodríguez, Ariadna Montiel. Las dos últimas son menos conocidas y cabría preguntarse si Morena querría lanzar la candidatura de mujeres a las dos posiciones más importantes en la elección del próximo año, en caso de que Claudia Sheinbaum sea la abanderada principal. Batres y Delgado, por su parte, han sido figuras protagónicas y polémicas dentro de las corrientes morenistas y arrastran negativos y resistencias internas que operarían en su contra. García Harfuch, responsable de seguridad de la ciudad, sería probablemente más capitalizable en términos de popularidad, aunque en este momento es el menos cercano al primer círculo presidencial. En suma, mientras que Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard son figuras de enorme peso, comparados con la pobreza de los precandidatos de la oposición, en el caso de la Ciudad de México no existe esa ventaja. Al margen de la opinión que merezcan Xóchitl Gálvez, Lía Limón, o varios de los actuales jefes de Delegación, no parecen estar en obvia desventaja frente a los precandidatos del partido en el poder.

La disputa por la Ciudad de México no es cosa menor de cara al futuro político del país. Como se sabe, desde hace 26 años la Ciudad de México ha estado en manos de la izquierda. No solo es el bastión histórico o la base territorial desde la cual creció el movimiento, también es el laboratorio social, político y jurídico que introdujo gran parte de la agenda de la izquierda moderna en el país; temas de género, derechos humanos, ambientales, políticas públicas sociales y culturales. Su pérdida tendría no solo un duro carácter simbólico, pues sembraría dudas sobre la capacidad del obradorismo para mantener un proyecto transexenal más longevo que el del PAN, que duró doce años. Pero también tendría un impacto en la operación para el próximo sexenio. Se trata de la segunda posición más importante en términos políticos; no solo constituye un precandidato de facto para las siguientes elecciones, ofrece una tribuna privilegiada para disputar la agenda política del país. Basta recordar la pesadilla que representó para Vicente Fox la presencia del Peje en la capital.

Frente a los resultados del 2021, López Obrador afirmó que había existido un descuido en el manejo político de la ciudad y dio a entender que él mismo se aseguraría de subsanarlo. No obstante, resulta evidente que la sucesión presidencial y la agenda nacional lo han distraído de esta tarea. Los temas y el tono siguen siendo poco propicios para atenuar cualquier cosa que hayan sido los motivos por los cuales una parte de estos votantes abandonaron a la izquierda, o a esta izquierda. Transcurridos 17 meses de esas elecciones y a otro tanto de la próxima jornada electoral, el panorama no parece haber mejorado, pese a lo mucho que está en juego.

@Jorgezepedap en Twitter

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