La investigación apunta a tres cómplices más en el asesinato de los hermanos Tirado y su tío en la colonia Roma
Los tres nuevos sospechosos son del entorno de los cuatro ya detenidos. Fuentes cercanas a la investigación niegan que se trate de sicarios profesionales. La Fiscalía de Ciudad de México ha confirmado la detención de una mujer presuntamente implicada en el caso
Hay un último cabo suelto que resolver en un caso ya de por sí enmarañado. La investigación apunta a que pudo haber tres cómplices más en el asesinato de los hermanos Tirado y su tío el pasado viernes en la colonia Roma de Ciudad de México. Según han confirmado a este diario fuentes con conocimiento del proceso, hay al menos dos personas más, posiblemente tres, que ayudaron a los cuatro detenidos —miembros de una misma familia, Blanca (madre), Sally (hija), Azuher (yerno) y Randy (nieto)— a cometer el homicidio múltiple. Sin embargo, los nuevos implicados no son sicarios profesionales, siempre según la fuente, que prefiere conservar su anonimato y el de los sospechosos para no entorpecer las pesquisas. Al contrario, de acuerdo con su relato, son también allegados de la familia sin experiencia criminal. La tarde de este jueves, la Fiscalía de Ciudad de México ha confirmado también que se investiga a una mujer que ha sido detenida por su probable participación en este delito.
Los investigadores trabajan ahora para resolver este último ángulo ciego, después de que cuatro de los presuntos culpables ya estén detenidos y tres de ellos —Blanca, Sally y Azuher—, los instigadores del homicidio, se encuentran en prisión provisional durante al menos los próximos seis meses. Jorge Tirado, de 35 años, su hermano Andrés, de 27, y su tío, Luis González, de 73, fueron hallados sin vida el pasado domingo en una casa de la calle Medellín 113, en el corazón adinerado de la capital mexicana. Los dos jóvenes, un actor y un músico con cierta fama en el panorama cultural, desaparecieron el viernes. El sábado las redes sociales se llenaron de sus imágenes y un llamado a encontrarlos.
Los hechos parecen sacados de una mala novela policíaca. Blanca trabajaba como enfermera de un anciano enfermo que vivía en Medellín 113. El hombre necesitaba cuidados constantes y ella residía en la planta baja de la vivienda como parte de su acuerdo. Su hija y su yerno vivían con ella. El hombre falleció en mayo y la procesada trató de quedarse con el inmueble argumentando que había sido pareja del difunto, pero no pudo acreditarlo legalmente. Al lugar se mudaron González y su esposa, Margarita María Ochoa, de 72 años. Ochoa era hermana del anciano propietario. Procedentes de Jalisco, ella y su marido se instalaron en la casa en junio, mientras resolvían los trámites legales para poder vender el edificio, ya que este se encontraba intestado (cuando el propietario muere sin hacer herencia o la sucesión no está clara). Durante ese tiempo, convivieron con los presuntos asesinos, a los que permitieron seguir viviendo allí. Los hermanos Tirado llegaron en agosto y también se quedaron con sus tíos.
Pero Blanca y su familia tenían otros planes: querían hacerse con la residencia y cuando Ochoa estaba terminando los trámites legales, la secuestraron junto a sus familiares. A los tres hombres les amordazaron en una bodega de la casa, les golpearon y acabaron matándolos a golpes. A Ochoa la dejaron con vida para que pudiera cederles la propiedad del inmueble. Ahora, la investigación apunta a que en ese proceso, además de la enfermera, su hija y su yerno, participó también Randy, el nieto, y dos o tres personas más, allegadas de la familia, a las que llamaron para pedir ayuda. “Ni modo que sean sicarios profesionales, no en el sentido estricto sicarios. Son cómplices”, sentencia la misma fuente.
La torpeza y la falta de experiencia se interpusieron en su camino. Utilizaron sus teléfonos móviles, fáciles de rastrear, para pedir ayuda. También dejaron los cadáveres desde el viernes hasta el domingo en la residencia, donde los encontró la policía junto a los tres detenidos. No permitieron acceder a la vivienda a un hijo de Ochoa, que preocupado por la falta de noticias sobre sus padres, se presentó en Medellín 113. Ante la negativa, el hombre interpuso una denuncia en la Fiscalía que fue la pista definitiva que permitió a los agentes acceder al inmueble. Son algunas de las razones que hacen que los investigadores nieguen que se trate de sicarios profesionales: actuaron de manera errática y descuidada.
En el centro de todo, Medellín 113. Una casa de piedra de dos plantas, erigida en el porfiriato y con un pasado señorial, pero sobre todo, localizada en la Roma: uno de los barrios más exclusivos de la capital, inmerso en un feroz proceso de gentrificación que está elevando aún más los precios. Hacerse con la propiedad puede implicar grandes beneficios para sus dueños. Suficientes como para matar por ella. Según fuentes de la investigación, una vez que la policía identifique a los otros cómplices, el proceso penal habrá concluido: “Creo que vamos a cerrarlo más o menos rápido por como se están dando los acontecimientos. Tenemos a las otras personas, los vínculos con los que ya están detenidos...”. El futuro de los sospechosos quedará, entonces, en manos de la justicia.
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