De epicentro nazi en México a refugio indígena: las dos vidas del Casino Alemán
El edificio, en el centro de Ciudad de México, pasó de ser punto de reunión del nazismo a la base de una organización triqui, que usa el lugar como sede y alojamiento desde hace 30 años
En las fotografías de aquel México en blanco y negro de los años 30 se ven algunas nubes sobre ese viejo edificio del Distrito Federal en el que ondean dos banderas nazis. También la silueta de una persona que trata de estirar la tela, quizá consciente de que la estampa está siendo retratada para la eternidad. Dos esvásticas recortadas contra el cielo de la capital, a casi 10.000 kilómetros de la boca del lobo que era entonces Berlín. El Casino Alemán, en pleno centro de Ciudad de México, funcionó en las décadas de 1930 y 1940 como un punto de reunión de los integrantes y colaboradores del partido de Adolf Hitler. El tiempo, en uno de esos enrevesados caminos que toma a veces la historia, hizo de las suyas: sesenta años después, pasó a ser la base del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), una organización indígena especialmente combativa originaria de Oaxaca, con principios ideológicos similares a los del zapatismo.
Una mañana soleada de mayo de 2022, casi un siglo después de que se tomaran las fotos con las banderas nazis, Francisca coloca ropa en la fachada del Casino Alemán, que es ahora un gran escaparate de artesanías. La mujer es chaparra, de piel morena apergaminada y huipil rojo. Vende ropa artesanal en la puerta del edificio, junto a otras mujeres que se refugian del calor bajo sombrillas de playa. Sonríe con la cara de quien ya está de vuelta de todo ante las preguntas de los reporteros y vuelve a su labor sin decir una palabra. La calle López arde con el bullicio del centro de la ciudad. Pasean turistas, vendedores callejeros, coches que hacen sonar la bocina.
El contraste ha sido el protagonista indiscutible de este edificio. Su historia es la de un péndulo que ha transitado entre uno de los momentos más oscuros de la humanidad y una realidad de pobreza y resistencia. En la década de los 30, el nombre de Hitler era apenas un rumor lejano que llegaba desde el viejo continente. Algo todavía desconocido para la población mexicana. Pero su impacto en el país fue mayor de lo que se piensa. “El nazismo tuvo muchísima influencia en México” señala Alicia Gojman, doctora en Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que ha estudiado el tema en profundidad. “Manejaban a toda la colonia alemana, como 6.000 personas. No todos eran pronazis, pero los volvieron. Sino, amenazaban a sus familias”, sostiene.
“No solamente tenían labores propagandísticas. También amenazaban a negocios judíos y les cobraban por no atacarlos. Cada vez había más agentes nazis”, amplía la experta. El Casino Alemán, recuerda, era una especie de club privado donde se juntaban diferentes organizaciones, “todas a favor del nacionalsocialismo”. “Era un punto de reunión disfrazado. Publicaban un periódico con un tiraje enorme, y la propaganda que llegaba, entraba desde el Casino”.
En 1938, el presidente Lázaro Cárdenas expropió las explotaciones petroleras a las compañías norteamericanas y británicas que operaban en México. La nacionalización condujo a un clima político extraño de cara al exterior, justo cuando en Europa daba comienzo la Segunda Guerra Mundial. “En México había un sentimiento muy proalemán, cosa que hoy en día no se reconoce. Estaba el caldo de cultivo para hacer alianzas”, apunta el historiador de la UNAM Mauricio Pilatowsky. Muchos personajes relevantes de la vida cultural y política mexicana veían con buenos ojos los planteamientos nacionalistas de Hitler. Por ejemplo: José Vasconcelos, prócer de la educación en México, fundó la revista El Timón, una herramienta de difusión de ideología nazi financiada directamente por Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del Führer, como explica Pilatowsky en un artículo.
El Partido Nacionalsocialista Alemán llegó a contar con 150 miembros en México, según un reportaje del medio alemán Deutsche Welle (DW). La Gestapo se movía con libertad por el país y existían unos 50 grupúsculos nazis que funcionaban de forma paralela, muchos bajo el paraguas del embajador alemán. Incluso la esposa del diplomático reunía a las mujeres de otros políticos para ver películas propagandísticas, cuenta Gojman. “Una gran mayoría de los cónsules eran agentes nazis y pertenecían al partido. El cónsul de Uruguay, Nicaragua, Noruega, Bolivia…”, dice la historiadora. Todo llegó a su fin en mayo de 1942: un submarino alemán hundió un petrolero mexicano al confundir la bandera con la italiana. El país tomó partido por los Aliados, expulsó a los nazis y clausuró el Casino Alemán.
Fotografías del Che, murales de Zapata y altares a la Virgen de Guadalupe
Una radio escupe los acordes de una canción de los Cranberries. “Demasiados recuerdos”, suspira Ernesto Martínez, un joven de 28 años con voz aniñada mientras vigila las ropas que vende. En la fachada del edificio se observa ese cóctel de tradición y modernidad que es, tantas veces, la Ciudad de México: un cartel indica que se aceptan todo tipo de tarjetas de crédito para pagar las artesanías indígenas. Aunque últimamente el negocio está flojo, se lamenta Martínez. Él nació en el Casino Alemán y vivió aquí hasta que tuvo 7 años. Entonces, un enorme incendio devoró la construcción desde la azotea hasta la planta baja. “Luego cada quien tomó su rumbo. Unos rentaron, otros se fueron a sus pueblos. Estuvo clausurado un tiempo y luego nos dejaron volver a trabajar”.
La historia es un dominó: después de que el Gobierno mexicano cerrara el Casino Alemán, entregó el edificio a la Confederación Nacional Campesina, que a su vez se lo cedió al Consejo Nacional de los Pueblos Indígenas (CNPI). Entonces entró en juego Mult. “En 1993 se expulsó a estos señores [CNPI] y se quedó el edificio para la organización”, aseguraba el líder del colectivo triqui, Pascual de Jesús González, en una entrevista de agosto de 2012 para Notimex, la agencia de noticias estatal. Y Mult lo utilizó para acoger a la población indígena que lo necesitara, como un espacio de reunión y para realizar actos políticos.
La planta baja del edificio es oscura y parece un museo de lo estrambótico: en una esquina descansa un Chrysler New Yorker blanco que hace mucho que no ve la luz del sol; un altar a la Virgen de Guadalupe; una vieja moto; carritos de vendedores callejeros; gatos que pululan a su antojo y los excrementos que dejan tras de sí. Las cicatrices del fuego todavía se ven en sus paredes color carbón, en los pilares desnudos que quedaron allí donde las llamas echaron el suelo abajo. El dedo de Ricardo de Jesús (27 años) señala la habitación donde vivió con su familia durante cinco años, que ahora no es más que un enorme hueco vacío, requemado, con el piso derruido. “Viene demasiada gente preguntando por el Casino Alemán. Algunos piensan que todavía es casino. Entran y preguntan que dónde están las máquinas”, se ríe.
De Jesús recorre el edificio. Ahora vive fuera y solo viene a trabajar. Apenas quedan paredes que no estén recubiertas: murales; mensajes políticos; homenajes a los pueblos originarios; fotografías del Che Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos; grafitis con la cara de Emiliano Zapata; llamados a la resistencia indígena. Un collage barroco revolucionario entre muros que parecen a punto de derrumbarse. En la segunda planta hay una oficina que usan los responsables de Mult, un gran auditorio con escenario y 14 filas de sillas blancas desconchadas, las mismas en las que se sentaban los nazis en 1930. Allí se juntan cuando hay celebración. A veces contratan una banda de música. El escenario, repleto de antiguas pancartas, mantas y artículos dispares cubiertos de polvo que han acabado allí almacenados con los años, es peligroso. La madera cruje bajo los pies y muchas de las tablas están quebradas.
También hay algunas habitaciones. Ahora viven unas 10 familias, aunque antes del fuego el Casino Alemán llegó a dar refugio a más de 100. Las condiciones son precarias. “Es difícil vivir aquí, las casas arriba son de aluminio, para el baño hay que bajar, todo es compartido”, recuerda Azucena Merino (18 años), que residió aquí hasta el incendio y ahora solo viene a vender ropa. “De niño lo agarras de cotorreo, cuando vas creciendo dices: ‘No manches, aquí vivía yo’. Sí estuvo medio gacho [feo]”, rememora también De Jesús. La habitación de Benjamín y su mujer está en la tercera planta, la que da a la azotea. Tienen una cortina de ducha por puerta. Ella está cocinando, pero no quiere hablar con los periodistas ni que entren al cuarto. Su marido se gana la vida arrastrando un carro para vender café y pan por las calles. Dice, extrañado por la pregunta, que allí están bien.
A la azotea se llega por una escalera de caracol oxidada y estrecha. Las junturas entre la estructura metálica y el cemento se ven agrietadas. La terraza está casi vacía. Quedan las cuerdas de tender la ropa que cuelgan de un lado a otro haciendo surcos en el aire. Y las astas donde hace un siglo hondeaban esvásticas. Pero De Jesús recuerda cuando hace años aquí vivían decenas de familias bien juntas en cabañas de aluminio, plástico y madera. Ahora, solo hay una chabola de techo bajo en la que vive una de las primeras triquis que llegó al casino. Pero está sorda y no habla castellano, se excusa el joven. Muchos de los más mayores se han marchado a otras casas alquiladas o cedidas por el Gobierno. Otros ya han muerto. Y por si el fuego y el paso de los años no fueran suficiente, una cañería se rompió e inundó el suelo de la azotea.
—El edificio estará dañado
—Pues sí, pero ha aguantado los terremotos del 85 y el 2017. Ha aguantado demasiado.
En los últimos años, a las amenazas de los años se le han sumado los buitres inmobiliarios, que lo sobrevuelan a la espera de poder hincarle el diente. A pesar de su estado, el edificio se encuentra en una localización privilegiada para construir hoteles de lujo u oficinas, a apenas unos pasos del Palacio de Bellas Artes. De Jesús asegura que incluso han sido atacados por grupos armados que intentaban expulsarlos. Él recuerda por lo menos tres intentos. La última vez, 25 hombres saltaron a la terraza desde las azoteas de los edificios contiguos, pero lograron repelerles. Los responsables de Mult, apunta, negocian constantemente con el Gobierno de la ciudad para conseguir mejores casas para los habitantes del Casino. Mientras tanto, en algún lado tienen que vivir, y siguen acogiendo a quien lo necesita.
Donde lucieron dos esvásticas, hoy queda supervivencia.
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