La travesía de una mexicana para escapar de Ucrania: “Esta guerra ha sido una pesadilla”
La chihuahuense Ivette Rossano narra su viaje de tres días en pleno conflicto armado para llegar de Kiev a Rumanía
Bombardeos, detonaciones, sirenas antiaéreas. Toques de queda. Carreteras y negocios colapsados. Temperaturas bajo cero. Filas kilométricas en los pasos fronterizos. Esos han sido algunos de los obstáculos que la mexicana Ivette Rossano ha tenido que sortear en un viaje de casi 600 kilómetros y tres días de recorrido junto a su esposo, su cuñada, su hijastro de nueve años y su perro para escapar de la invasión de Ucrania en un coche de alquiler. “Esta guerra ha sido una pesadilla, pero afortunadamente estamos bien”, cuenta la chihuahuense de 41 años, que huyó a primera hora del viernes de Kiev y llegó a Rumanía en la madrugada del lunes.
Ha pasado mucho, en muy poco tiempo. Apenas el jueves, cuando todavía era la noche del miércoles en México, Rossano contaba a este diario que se había despertado por el estruendo de las explosiones que retumbaba en las ventanas de su departamento, en el centro de la capital ucrania. Las primeras horas del conflicto estuvieron marcadas por la incertidumbre. Mientras decidían qué hacer, ella y su familia tuvieron que refugiarse en una estación de metro cercana, horas después de que el Gobierno de Vladímir Putin declarara la guerra y lanzara una invasión por tierra, mar y aire. “Nos han pedido quedarnos en casa y que estemos tranquilos, que Ucrania está preparada para lo que venga”, contaba.
A las siete y media de la mañana del viernes, una caravana de tres familias de la comunidad mexicana salió de Kiev para alcanzar la frontera con Rumanía. “Todo cambia de un momento a otro, de una hora a otra”, afirma Rossano. Miles y miles de familias buscaban salir de Ucrania. La Organización de las Naciones Unidas calcula que por lo menos 680.000 personas han llegado a los países vecinos y la Unión Europea prevé que haya hasta siete millones de refugiados por el conflicto. Lo que antes tomaba un par de horas, ahora toma mucho más. “La carretera es prácticamente un estacionamiento”, asegura la chihuahuense.
En el primer día solo pudieron avanzar 85 kilómetros. En esas circunstancias, detalles que podrían pasar desapercibidos se convierten en grandes obstáculos. Llenar el tanque de gasolina les tomó, ejemplo, más de tres horas. Hay cada vez mayor escasez de agua y comida y en el camino deben buscar alojamientos sobre la marcha para pasar la noche, con la mayor parte del tiempo sin internet. Cuando consiguen señal, las imágenes de los ataques llegan una tras otra, amigos y conocidos escriben escondidos en bunkers y otros integrantes de la comunidad mexicana tratan de ayudarlos a encontrar gasolineras poco concurridas, direcciones para llegar a Rumanía y lugares dónde quedarse.
Llegar a la frontera es la primera parte de la odisea, la otra es cruzarla. La familia Rossano-Naumov abandonó el coche que habían rentado y que tenían que haber entregado desde hace días para encontrarse a pie con una fila de kilómetros y kilómetros para salir de la zona de guerra y peleas encendidas por la desesperación colectiva. “Había gente que llevaba 30 horas esperando a pasar”, cuenta. Al momento de llegar a la garita empezó a nevar y Rossano admite que se le salieron las lágrimas. “Sientes que es una prueba tras otra, tras otra”, confiesa. “Dios, ¿cómo puede pasar esto?”, se cuestionaba cuando un grupo de voluntarios cristianos ortodoxos le ofrecían un café y un sándwich, y le repetían que Jesús estaba de su lado.
La espera en el cruce fronterizo es tan larga que da tiempo a pensar en formas de seguir superando las complicaciones y sobrevivir. En un punto, su esposo, de nacionalidad australiana y ucrania, y su hijastro, que no tiene papeles, avanzaron por separado para argumentar que el niño de nueve años no podía salir solo del país y que le permitieran acompañarlo a pesar de estar obligado a quedarse por la ley marcial que impide la salida de los hombres entre los 18 y los 60 años.
“Llegar a Rumanía fue un respiro”, dice Rossano, que fue recibida por el embajador Guillermo Ordorica en la ciudad fronteriza de Siret y se aloja en uno de los hoteles que las autoridades mexicanas han dispuesto. Una oportunidad para descansar y recuperar fuerzas, comprar comida y lavar la ropa. “Mi esposo y mi cuñada se fueron solo con lo que llevaban puesto”, cuenta.
Alrededor de una treintena de mexicanos han salido de Ucrania con ayuda de la embajada mexicana o por sus propios medios. Otro autobús con 18 miembros de la comunidad, sus familiares y la embajadora en Ucrania, Olga García, salió esta mañana de Kiev y esperan alcanzar Rumanía cerca de la medianoche, hora local.
Si todo sale como está previsto, en las próximas horas uno de cada cinco mexicanos en Ucrania habrá abandonado la zona de conflicto, entre 40 y 50 personas. La misión diplomática reconoce que aún hay decenas de connacionales atrapados y que no han podido salir porque sus ciudades están prácticamente sitiadas. El plan es que los dos primeros grupos que ya han cruzado viajen por tierra a Bucarest, la capital de Rumanía, desde donde se planea que despegue este jueves un avión de la Fuerza Aérea Mexicana enviado por el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
La Cancillería dice que es posible que haya otros vuelos humanitarios de repatriación para sacar a la mayor cantidad de personas posible, aunque todavía no están confirmados. Tras seis días de guerra y tres días de huida, la aparente calma de las últimas horas se ve trastocada por el ruido de sirenas de ambulancia, las historias de los amigos que acaban de llegar a territorio rumano y los testimonios de quienes resisten y aún no han logrado escapar después de seis días de conflicto. “Finalmente estamos seguros, aunque todavía no nos sentimos tranquilos”, dice Rossano antes de colgar el teléfono.
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