Balaceras, bloqueos y persecuciones: la violencia del narco desata una noche de terror en Matamoros
Los enfrentamientos entre sicarios y fuerzas de seguridad paralizan varias colonias de la ciudad fronteriza. Abatido un jefe de plaza del Cartel del Golfo
La violencia del narco ha desatado otra noche de terror en Matamoros. A última hora del viernes los ataques de sicarios y los enfrentamientos con policías del Estado de Tamaulipas y efectivos del Ejército paralizaron al menos cuatro colonias de la ciudad fronteriza. Los vecinos reportaron balaceras, bloqueos de avenidas y persecuciones a través de las redes sociales. El gobernador, Francisco García Cabeza de Vaca, ordenó a las fuerzas de seguridad concentrarse en el municipio “para atender la situación de riesgo y en protección a la ciudadanía”. Al menos una persona falleció y dos resultaron heridas en medio del fuego cruzado, según han comunicado este sábado las autoridades, que también han informado de tres muertos y cuatro detenidos entre los narcotraficantes. Uno de ellos ha sido identificado como alias El Tigre, jefe de plaza del Cartel del Golfo en la localidad de Nuevo Progreso.
De las calles a los restaurantes y hasta un centro comercial, los tiroteos sembraron nuevamente el pánico en un territorio controlado por esa organización criminal. En los cines Plaza Fiesta los asistentes se tiraron al suelo para esquivar las balas mientras en las vías colindantes hombres armados emplearon camiones de la basura, autobuses y camionetas para cerrar el paso a los agentes en medio del humo producido por la quema de varios vehículos. En decenas de videos difundidos por los testigos, se escucha el mismo sonido de silbidos y detonaciones producidas por pistolas o armas de fuego.
El Grupo de Coordinación para la Construcción de la Paz de Tamaulipas, integrado por mandos de seguridad estatales y federales, ha informado de que “hubo una agresión a personal militar”. Los investigadores han identificado, a falta aún de las pruebas forenses, a uno de los narcotraficantes fallecidos como alias El Tigre, “jefe de halcones, así como jefe de plaza para la zona de Nuevo Progreso, el cual está considerado como objetivo prioritario por la justicia de Tamaulipas y Estados Unidos”. El comunicado del grupo policial confirma que “varios de los agresores huyeron a pie, perdiéndose al entrar a diversos sitios públicos de la zona centro de la ciudad”.
Hace justo una semana otro enfrentamiento entre el crimen organizado y uniformados dejó un balance similar de muertos. Y el de anoche es el enésimo episodio de una violencia sin control que asfixia a varios municipios fronterizos, de Matamoros a Reynosa o Nuevo Laredo, donde a finales de septiembre las autoridades localizaron un campamento con crematorios clandestinos. Un centro de exterminio a unos kilómetros de Estados Unidos, la punta del iceberg de una rutina hecha de horror, muerte y desapariciones.
México afronta una nueva crisis por el recrudecimiento de la guerra entre cárteles, especialmente en el norte del país. La Administración estadounidense, que anoche lanzó una alerta a su personal diplomático en Matamoros debido a la situación de alto riesgo, acaba de sellar con el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador un nuevo acuerdo de seguridad que aún está en ciernes y, en cualquier caso, llega después de años de inacción. Al expresidente Donald Trump nunca le interesó fijar una estrategia de lucha contra el narcotráfico ni fortalecer la relación bilateral con México. En los primeros meses de gestión de Joe Biden se ha percibido otra disposición. Desde Antony Blinken, que viajó hace semanas a Ciudad de México, a Juan González, enviado de la Casa Blanca para Latinoamérica, varios altos cargos han fijado en varias ocasiones como prioridad la reducción del tráfico de armas y de narcóticos.
El borrador del acuerdo hace hincapié en la importancia del desarrollo de las comunidades fronterizas y en la lucha contra el consumo de estupefacientes. Sin embargo, también medirá la capacidad de colaboración entre las fuerzas de seguridad de los dos países ante una violencia desatada que, una y otra vez, vuelve a reciclarse a lo largo de la frontera.
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