Claves para reducir los conflictos con tu hijo adolescente: de la serenidad a la comprensión sin olvidar darle su espacio
El joven necesita sentir que sus padres saben lo complicado que es para él hacerse mayor, que son conscientes que aún no está preparado para actuar y decidir desde la reflexión y que validan sus emociones
Si hay algo que desconcierta a las familias es mirar a su hijo y apreciar que casi no lo reconocen. Sentir que ha dejado de ser aquel niño dulce y cariñoso que no paraba de explicar todo aquello que hacía en el colegio para convertirse en un joven arisco y reservado al que le tienen que sacar las palabras a cuentagotas. Que solo muestra interés por sus cosas y quiere estar todo el día encerrado en su habitación, absorto en sus pensamientos y conectado con sus amigos a través de las redes socia...
Si hay algo que desconcierta a las familias es mirar a su hijo y apreciar que casi no lo reconocen. Sentir que ha dejado de ser aquel niño dulce y cariñoso que no paraba de explicar todo aquello que hacía en el colegio para convertirse en un joven arisco y reservado al que le tienen que sacar las palabras a cuentagotas. Que solo muestra interés por sus cosas y quiere estar todo el día encerrado en su habitación, absorto en sus pensamientos y conectado con sus amigos a través de las redes sociales. Un joven que va a la suya y que, en ocasiones, se muestra poco respetuoso y agradecido por todo aquello que hacen sus padres por él. Que quiere pasar la mayor parte de su tiempo con su grupo de iguales porque en él encuentra el apoyo y la comprensión que necesita.
La adolescencia es un período de desarrollo convulso, repleto de cambios que a las familias les cuesta mucho acompañar desde la calma y la empatía. Su llegada trae con ella muchos conflictos y desavenencias entre padres e hijos. El orden, las responsabilidades en el hogar, los estudios, la hora de volver a casa o las nuevas amistades son algunos de los motivos que desencadenan estas riñas. Momentos en los que la comunicación parece casi imposible y las cosas no fluyen como antes. Donde se pierden los nervios o se levanta la voz. Discusiones constantes que hacen que los progenitores sientan culpa, inseguridad o impotencia al percibir que el vínculo con su hijo está muy dañado.
Durante esta etapa el adolescente necesita sentir que sus padres saben lo complicado que en ocasiones es para él hacerse mayor. Que son conscientes que su cerebro aún no está lo suficientemente preparado para actuar y decidir desde la reflexión y aplacar los impulsos que a menudo le llevan a actuar de forma desajustada. Unos padres que validan sus emociones sin juzgarlas y le ayudan a dar respuesta a sus nuevas necesidades con su presencia y disponibilidad. Que le aceptan tal como es, con sus virtudes y defectos, y le enseñan con paciencia a hacer las cosas bien. Que confían en él y le dejan descubrir y diseñar con libertad su propio camino. Que le exigen para que cada día sea una mejor persona. Que le ayudan a construir desde la tranquilidad su nueva identidad.
Hay que comprender que la necesidad que tiene un adolescente de cuestionar la autoridad de sus padres es natural y necesaria, y ese será el primer paso para poder acompañar esta etapa de forma consciente y empática. En este período el adolescente necesita empezar a llevar las riendas de su vida y hacer las cosas a su manera y ritmo sin sentir que el adulto que le acompaña se pasa el día controlando, criticando sus errores o ridiculizándole porque no hace las cosas bien.
El segundo paso será entender que muchas de las conductas inapropiadas que tiene el adolescente son una manera errónea de demandar ayuda cuando se siente inseguro.
Estas son cinco claves que los padres pueden poner en práctica para disminuir el número de conflictos con su hijo adolescente:
- Para poder acompañar la etapa con serenidad es imprescindible que los progenitores conozcan las características propias de la edad. Este conocimiento permitirá entender la forma de actuar y decidir de su hijo adolescente, comprendiendo la rebeldía e impulsividad con la que a veces procede.
- Aceptando que ahora lo que necesita el adolescente es espacio, intimidad y libertad para poder crecer. Para experimentar y relacionarse con su entorno de forma muy distinta a la que hasta ahora lo había hecho. Una autonomía que le permitirá empezar a tomar sus propias decisiones y a asumir las consecuencias de las mismas.
- Propiciando una comunicación basada en el respeto donde el joven pueda expresar lo que siente o necesita sin sentir miedo a ser juzgado o etiquetado. Validar sus emociones será la mejor manera de crear un vínculo sólido y afectuoso y propiciar así que tenga ganas de compartir todo aquello que le pasa o necesita.
- Cuando el conflicto estalle, el adulto será el encargado de sofocar el incendio, no de avivar las llamas. Ofreciéndole el tiempo y espacio que necesita para calmarse, escuchando atentamente y hablando con un tono de voz adecuado, sin acusaciones y reproches. Ofreciendo soluciones creativas para solucionarlo desde el cariño y la intuición.
- Ofreciendo el tiempo que necesitan para aprender a descifrar el mundo complejo de los adultos. Un mundo que, en ocasiones, va demasiado rápido y es excesivamente complicado y exigente con ellos.
Los adolescentes necesitan a su lado a adultos que miren la etapa con serenidad, optimismo y que abandonen los patrones adultocentristas que tanto dañan las relaciones. Que no se pasen el día juzgando su forma de mirar al mundo y comprendan que sus hijos crecen y necesitan cosas distintas. Como dijo el escritor y predicador evangélico estadounidense Max Lucado: “El conflicto es inevitable, pero la lucha es opcional”.
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