El presidente que juega al Monopoly con la política internacional
Donald Trump amenaza con aranceles y represalias, ofrece ayudas y utiliza los resortes de la economía para alcanzar sus objetivos
Hace justo un año, cuando apenas quedaban dos meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos que dieron a Donald Trump su segundo mandato, se estrenó The Apprentice, una película sobre la vida del millonario republicano. La obra repasa la relación que tuvo con ...
Hace justo un año, cuando apenas quedaban dos meses para las elecciones presidenciales en Estados Unidos que dieron a Donald Trump su segundo mandato, se estrenó The Apprentice, una película sobre la vida del millonario republicano. La obra repasa la relación que tuvo con Roy Cohn, un abogado sin escrúpulos, y describe la influencia que este ejerció sobre el joven Trump y desvela su forma de entender los negocios. Fue tal el impacto que algunos asesores aseguran que, aún hoy, el difunto Cohn sigue siendo su principal consejero. Los mismos colaboradores recuerdan que Trump aprendió de él tres reglas de oro: “Atacar, atacar y atacar”, “No admitir nada, negarlo todo siempre” y “Reclamar la victoria, nunca admitir la derrota”.
Quizá por esa influencia, el presidente de Estados Unidos tiene una visión mercantilista de la vida. Gestiona el Gobierno como si todas las políticas fueran un negocio y quisiera hacer dinero con ellas. Aprovecha, sin miramientos, todos los resortes económicos para conseguir sus objetivos con independencia de a quién le toca pagar la cuenta y sin tener en cuenta las consecuencias legales.
Uno de los casos más paradigmáticos de esta forma de hacer política es el rescate que ha prometido a Argentina. La Administración Trump ha ofrecido al presidente Javier Milei un rescate financiero valorado en hasta 40.000 millones de dólares para evitar la depreciación del peso y calmar a los mercados financieros que buscan hincar el diente sobre la alicaída economía argentina en pleno proceso electoral. Pero Trump ha condicionado la ayuda a que Milei gane las legislativas que se celebran este domingo. “Si no gana, nos vamos. Si pierde, no seremos generosos con Argentina”, remarcó el estadounidense la semana pasada en la Casa Blanca tras recibir a Milei. El apoyo del inquilino del Despacho Oval ha sido definitivo para que el libertario, que ha perdido apoyo en su país, no haya quedado descolgado de la carrera electoral, durante la cual han dimitido cinco ministros de su Gabinete. Pese a ese respaldo, considerado como una injerencia por la oposición argentina, el peso no ha logrado recuperarse de la depreciación que sufre desde hace meses.
El caso de Argentina muestra que la economía es la vía diplomática que mejor entiende Trump. A cambio de la ayuda, reclama a Milei que se aleje de China y ofrezca a las empresas estadounidenses garantías para extraer y tratar los prolíficos yacimientos de tierras raras del país austral.
Pero la decisión le está saliendo cara al republicano. Muchos agricultores y ganaderos del Medio Oeste se quejan de que la ayuda a Argentina está financiada con sus impuestos. Critican que Trump no cumple con el America First (América primero), que constituyó uno de los lemas de su campaña electoral.
Los granjeros protestan porque Argentina le vende la soja a China mientras ellos tienen los almacenes a rebosar, sus negocios decaen y encima su Gobierno le presta ayuda al país que les hace la competencia. El desafío comercial de Trump a Pekín ha provocado un cambio en el mercado del grano. Las empresas chinas han dejado de comprar en Estados Unidos, que hasta el año pasado era su principal proveedor, para hacerlo en Argentina y Brasil.
“El enfoque estratégico de la Administración de Trump se basa en una visión en la que no hay amigos, solo adversarios potenciales con los que no se ha cruzado la espada (aún). Visualiza un mundo de suma cero centrado en las ganancias relativas, donde a los Estados no solo les importa lo que obtienen del comercio sino cuánto ganan en relación con otros, especialmente con sus rivales. Y dado que todos son rivales potenciales, la cooperación tanto en comercio como en seguridad debe ser puramente transaccional y, sobre todo, con Estados Unidos”, escribía Cullen S. Hendrix, investigador principal del Peterson Institute, en un artículo publicado por el think tank.
Aranceles como artillería
Otro ejemplo de esta forma de hacer política es el uso que hace de los aranceles y del dinero de los contribuyentes estadounidenses para lograr sus fines. Trump admite sin tapujos que usa los gravámenes a la importación como artillería para conseguir sus metas. “La India y Pakistán, dos naciones nucleares, estaban a punto de enfrentarse. Y eso podría haber sido una guerra nuclear”, explicó el republicano la semana pasada en la Casa Blanca. Trump defendía que se merecía el Nobel de la Paz porque, según él, había puesto fin a siete guerras. Reconocía que utilizaba los aranceles como medida de presión. “El primer ministro de Pakistán acaba de decir que el presidente Trump salvó millones de vidas. Yo les dije: ‘Miren, si van a pelearse entre ustedes, no voy a hacer negocios. Lo que vamos a hacer es aplicarles un arancel del 200%, lo que les impedirá comerciar y no vamos a hacer negocios’. No, no, no, me dijeron. Y después de 24 horas, resolví la guerra a través del comercio”.
No es el único caso en el que emplea instrumentos económicos para alcanzar sus objetivos. Trump hace política como si jugara al Monopoly. “La Administración Trump está usando los aranceles y las amenazas (arancelarias) como un instrumento contundente para abordar no solo los desequilibrios comerciales, sino también la crisis del fentanilo, las inquietudes sobre el procesamiento de Brasil de su expresidente Jair Bolsonaro y la negativa temporal de Colombia a aceptar migrantes deportados”, añade Hendrix.
El republicano ha conseguido que México refuerce el control de la frontera para reducir los flujos migratorios a cambio de no endurecer aún más los aranceles. Canadá está tratando de evitar el tráfico de fentanilo y a Europa le amenazó con unos gravámenes que hundirían su industria si no aumentaban el gasto en defensa porque Estados Unidos es el principal proveedor mundial de material militar.
Esta misma semana, sin haber recurrido a la vía diplomática, ha aumentado los aranceles a Colombia y ha retirado todas las ayudas económicas al país andino tras acusar a su presidente, Gustavo Petro, de ser un “líder del narcotráfico”.
“Los aranceles de Trump fueron deliberadamente coercitivos en varios países”, explica a este periódico Mark Weisbrot, codirector del Centro de Investigación Económica y Política (CEPR, en sus siglas en inglés). Este economista precisa que las exigencias que Trump presentó a los acuerdos con Canadá, México y Brasil incluían otras contrapartidas. “Ninguna de estas tiene como objetivo negociar el comercio”. Y prosigue: “El arancel del 10% a todos los países y las amenazas aún mayores se utilizaron para crear un entorno en el que los países llegarían a la mesa de negociaciones con gran desventaja y harían concesiones económicas y políticas”.
Trump defiende su heterodoxo modelo de gestión. “Si no se permite que el presidente de Estados Unidos negocie en nombre de este país con aranceles, nos veremos en una situación en la que nos convertiremos en un país del tercer mundo”, señaló esta semana. “Somos el país más rico del mundo gracias a los aranceles. Sin aranceles, seremos el hazmerreír. No quiero tener nada que ver con eso”, dijo Trump al ser preguntado por las deliberaciones del Tribunal Supremo, que tiene que decidir en dos semanas si el presidente puede establecer gravámenes comerciales de forma indiscriminada.
“En realidad, los aranceles, tal como los usa Trump, se han vuelto algo muy parecido a las sanciones económicas”, abunda Weisbrot. Y añade: “Las sanciones económicas, la mayoría de las cuales fueron impuestas por Estados Unidos, han causado la muerte de aproximadamente 560,000 personas al año. Esto equivale aproximadamente al número de personas que mueren en todo el mundo por conflictos armados”. Weisbrot ha publicado un artículo con otros investigadores en The Lancet Global Health detallando su tesis.
A la vista de los primeros 10 meses de Trump en la Casa Blanca, su primer mandato parece un ejercicio de moderación. En esta segunda vuelta está aprovechando la economía para amenazar a sus contrincantes en las mesas de negociación. Emplea incentivos negativos —como los aranceles— o positivos, como la ayuda a Argentina. Fruto de esa política de premios y castigos se entienden las sanciones que el millonario neoyorquino ha impuesto esta semana contra el sector petrolero ruso por su “falta de compromiso serio a un proceso de paz para poner fin a la guerra en Ucrania”. El estadounidense lleva meses tratando de poner fin a la invasión de Rusia, pero el presidente Vladímir Putin solo le ofrece buenas palabras.
China es el único actor del tablero global que, en el plano económico, parece resistírsele. El gigante asiático ha aumentado el control sobre las tierras raras y minerales críticos, que son esenciales para la industria tecnológica. Las empresas chinas controlan casi el 90% de los refinados de estos materiales. Trump ha respondido a su manera: con una amenaza arancelaria, que él mismo reconoce que no es “sostenible”. La escalada de la guerra comercial entre ambos países tiene en vilo al mundo. Se espera que los presidentes de EE UU y China, Xi Jinping, se reúnan en los próximos días en una cumbre en Corea del Sur para relajar la tensión. Ambos líderes saben que sus economías están tan interrelacionadas que abrir un conflicto comercial solo generaría más daño a ambas potencias.
Trump también aplica su visión mercantilista en la política doméstica. Ha presionado a las universidades de élite con retirarles fondos federales si no reduce el alumnado extranjero y eliminan las políticas de diversidad en la admisión y contratación. El republicano reclama a los campus que supriman todo lo que huela a “antiamericano” y sea “contrario a los valores conservadores”. También ha amenazado con consecuencias económicas a los despachos de abogados para que no defiendan a sus rivales políticos y a algunas empresas para que cumplan sus designios. Las grandes tecnológicas, por ejemplo, están reorientando sus inversiones hacia EE UU para contentarlo. Son conocidas sus amenazas con demandas judiciales millonarias a los medios o corporaciones críticas.