Un plan sin garantías ni justicia
El plan de paz hecho público por la Casa Blanca contiene muchas imprecisiones, zonas grises y un amplio margen para interpretar aspectos clave para el futuro de Gaza y de toda la región
Existe un clamor mundial para que se ponga fin al horror retransmitido casi en directo que sufre la población de Gaza. Las imágenes que llegan desde allí desde hace 725 días resultan insoportables para muchísima gente en todo el mundo. Eso explica que cualquier atisbo de alto el fueg...
Existe un clamor mundial para que se ponga fin al horror retransmitido casi en directo que sufre la población de Gaza. Las imágenes que llegan desde allí desde hace 725 días resultan insoportables para muchísima gente en todo el mundo. Eso explica que cualquier atisbo de alto el fuego sea recibido con esperanza, e incluso con desesperación. El plan presentado por el presidente estadounidense, Donald Trump, el pasado lunes junto al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, entra en esa categoría de wishful thinking, es decir, un pensamiento ilusorio que parte de una actitud optimista consistente en creer que algo se hará realidad simplemente porque se desea que así ocurra, ignorando la evidencia o la racionalidad.
El plan de 20 puntos hecho público por la Casa Blanca ―que fue elaborado por el yerno de Trump, Jared Kushner, y el ex primer ministro británico Tony Blair, cuyo nombre está ligado a la ocupación ilegal de Irak— contiene numerosas imprecisiones, zonas grises y un amplio margen para interpretar aspectos clave para el futuro de Gaza y de todo Oriente Medio. Si algo ha demostrado Netanyahu a lo largo de su vida política es que puede decir una cosa y hacer la contraria de forma constante sin que eso le pase factura entre parte de su electorado y en Washington. Diga lo que diga el plan de Trump, los objetivos y los incentivos que mueven a Netanyahu siguen siendo los mismos: alargar el estado de guerra en el que está Israel para así mantenerse en el cargo de primer ministro —de forma que la sociedad israelí no le pida cuentas por su fracaso el 7 de octubre— y aferrarse a la inmunidad del cargo —para evitar ser juzgado por los casos de corrupción a los que se enfrenta—.
Algunos gobiernos, sobre todo occidentales, esperan que el plan de Trump sirva para pasar página a dos años de atrocidades a escala industrial, y así calmar los ánimos de sus opiniones públicas. Se imaginan que ese plan puede imponer una situación de conflicto gestionado como la que existía antes del 7 de octubre de 2023. Es decir, que Israel mantenga la ocupación del territorio mientras se genera una ilusión de que en el horizonte se atisbará la quimérica solución de dos Estados. Imaginan que, una vez desmanteladas las capacidades militares de Hamás y su presencia política en la Franja, esta se convertirá en una especie de protectorado gobernado por actores externos que cuenten con el visto bueno de Israel.
Por su parte, los gobiernos árabes e islámicos que han dado su beneplácito al plan de Trump no cuentan con mucho margen de maniobra para enfrentarse a una Casa Blanca y un Congreso estadounidense que dan un apoyo incondicional a todo lo que haga el Gobierno israelí. Esos gobiernos buscan frenar la deriva belicista en la que está inmerso el Estado de Israel, que ha extendido sus ataques a distintos países de Oriente Medio, incluido contra un socio de Estados Unidos (Qatar), con la esperanza de que no se produzca un estallido bélico regional que desestabilice sus países y economías. Creen que la materialización del plan de Trump impedirá que Netanyahu y sus socios de Gobierno avancen en su proclamado plan de construir el “Gran Israel”, con la ampliación de las fronteras del Estado a costa de otros vecinos, y mediante la expulsión de la población palestina de Gaza primero y luego de Cisjordania, presentada como “emigración voluntaria”.
A pesar de las dudas, una cosa está clara: lo que se ha presentado no es un plan de paz. Sus promotores no han ofrecido nada que ponga fin a la ocupación del territorio palestino y que haga realidad el derecho de su pueblo a la autodeterminación. Tampoco lo es porque deja de lado los dos componentes principales de la justicia: la igualdad y la libertad. Esas son las únicas armas que pueden garantizar la seguridad y la paz para las sociedades de Israel y Palestina de cara al futuro.