Solo una diplomacia de paz puede rehacer la imagen de Brasil en el mundo
El país necesita más que nunca embajadores capaces de presionar al Gobierno ultraderechista actual para que no quiebre las lindes de la democracia
Desde los tiempos de la dictadura militar, nunca la imagen de Brasil en el mundo se vio tan deteriorada como hoy. En el pasado fue una diplomacia seria, preparada, de paz y no de guerra, la que proyectó en el mundo la cara amable, festiva y pluricultural de Brasil. Hoy aquella imagen se ha deformado. ¿Cómo recuperarla? Solo con una diplomacia como la del pasado, reconocida y respetada en el exterior.
Este país es hoy visto por el mundo como si estuviera en guerra contra sí mismo, con la política y la cultura maltrecha por ideas oscurantistas, con políticos e intelectuales que quieren dejar el país, por lo que necesita una diplomacia capaz de devolverle su mejor cara, deteriorada por políticas de exclusión y olvido de lo social. Hasta el presidente del Congreso, Rodrigo Maia, de centroderecha, ha criticado al presidente de la República, Jair Bolsonaro, al afirmar que “no tiene una preocupación, una palabra para el brasileño pobre”. Según él, Bolsonaro "solo se preocupa de las corporaciones, las que no pasan hambre ni se quedan desempleadas”.
Con un Brasil así, existe el peligro de que su diplomacia se endurezca con diplomáticos ideologizados, con más ganas de participar en la guerra que de crear un clima de paz. Desde los tiempos más antiguos hasta hoy, la diplomacia se ha ido forjando, en todo el mundo, con banderas de paz y diálogo, no de confrontación y divisiones. Un ejemplo actual lo presentan Corea del Norte y del Sur. Solo una diplomacia a la altura de su misión, que es forjar la paz y evitar la guerra, ha hecho posible que ambos países no hayan entrado en un espantoso conflicto armado.
Busquen todas las definiciones de diplomacia y verán que se resumen en esta: “Actuar con diplomacia es tener respeto por el prójimo, sabiendo lidiar de modo pacífico ante las diferentes situaciones y comportamientos". Siempre aparece la diplomacia asociada a una misión de paz y no de guerra. En las Leyes de Manú , el texto más antiguo de Derecho Internacional llegado hasta nosotros del Antiguo Oriente, ya aparece que “el arte de la diplomacia es capaz de impedir las guerras y fomentar la paz”.
No parece que en el Brasil de hoy la diplomacia que se quiere implantar sea la de la paz, sino más bien la de la confrontación, guiada por diplomáticos que quieren que el país vuelva a las teocracias del pasado dando más importancia a la Biblia que a la Constitución. El último ejemplo de que el país está viviendo un cambio en su misión diplomática, que no deja de preocupar, es que el presidente Bolsonaro haya presentado como embajador en Washington a su hijo Eduardo, de 35 años, diputado federal, sin ninguna preparación en el mundo diplomático y conocido por sus ideas de ultraderecha beligerante y sus bravatas que llegaron a constreñir a su mismo padre que acabó pidiendo perdón por él. Fue cuando al final de la campaña electoral en la que ya aparecía Bolsonaro como favorito, su hijo Eduardo afirmó que si era necesario cerrar el Supremo Tribunal Federal, para ello bastaban “un cabo y dos soldados”, lo que le valió la calificación de “golpista” por parte del decano del Supremo, Celso de Mello.
En la misma campaña a favor de su padre, dirigiéndose a las mujeres de su partido, el PSL, les dijo textualmente: “Las mujeres de derechas son más guapas que las de izquierda”, y añadió: “Las de derechas tienen más higiene. Ellas no muestran los pechos ni defecan en la calle”.
Brasil está en una encrucijada en el momento en que más necesita embajadores en el exterior, capaces de presionar al Gobierno ultraderechista actual para no quebrar las lindes de la democracia.
Los Gobiernos pasan y el país, en su entraña, es siempre mejor que las caricaturas que de él presentan los políticos. Y serán los diplomáticos, de fuerte componente democrático y de diálogo, sean de derechas o de izquierdas, los encargados de mantener vivas en el exterior el rescoldo de las mejores y más ricas esencias de la brasilianidad.
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