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TIERRA DE LOCOS
Columna
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El eterno retorno del peronismo

“Viva Perón” puede ser un grito de guerra que quiere decir una cosa, la contraria o lo que a cada uno se le ocurra

Ernesto Tenembaum
El presidente argentino Mauricio Macri habla con Miguel Ángel Pichetto, su candidato a vicepresidente.
El presidente argentino Mauricio Macri habla con Miguel Ángel Pichetto, su candidato a vicepresidente.HO (AFP)

Hace muchos años, el gran escritor argentino Osvaldo Soriano escribió una breve y hermosa novela llamada No habrá más penas ni olvido, en la que intentó describir la esencia del peronismo, o tal vez la inexistencia de tal cosa. En una de sus escenas más dramáticas, dos militantes, uno de izquierda y otro de derecha, se disparaban uno al otro, y caían muertos, mientras ambos gritaban “¡Viva Perón!”. Eran los años setenta. Dentro del peronismo había una facción revolucionaria que impulsaba la lucha armada y era resistida a tiros por sectores del sindicalismo. Unos gritaban “Perón, Evita, la patria socialista”. Los otros: “Perón, Evita, la patria peronista”, o “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”. Y todos ellos cantaban, muy conmovidos, el mismo himno, la celebre marchita:

Los muchachos peronistas,

todos unidos triunfaremos,

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Un tal Fernández
El día en que Eva Perón cumplió cien años
Cristina, o ese fuego que no se apaga

y como siempre daremos

un grito de corazón:

Viva Perón, Viva Perón.

Los tiempos han cambiado mucho. El general Juan Domingo Perón, como su nombre lo indica, fundador del peronismo, murió hace nada menos que 45 años. Evita, hace 67. Ya nadie piensa tomar las armas para hacer la revolución socialista en la Argentina ni en casi ningún otro lugar del mundo. Y, afortunadamente, las disputas ideológicas no se resuelven a tiros. Pero hay algo que sigue igual: el peronismo es un factor dominante en la política argentina y la definición de su esencia es tan compleja como entonces. “Viva Perón” puede ser un grito de guerra que quiere decir una cosa, la contraria o lo que a cada uno se le ocurra.

Esto queda patente en la manera en que han armado las candidaturas para las próximas elecciones presidenciales, que se realizarán en octubre. Mauricio Macri, el presidente más antiperonista surgido de la democracia argentina, acaba de sorprender al designar como su candidato a vicepresidente a Miguel Ángel Pichetto, un dirigente peronista muy destacado desde hace veinte años. Pichetto fue uno de los jefes parlamentarios que respondió ciegamente a Cristina Kirchner durante su Gobierno. Macri y Cristina se odian. Pichetto pudo trabajar para ella y ahora cruzar el río Jordan y alinearse con él. Nadie, sin embargo, podrá acusarlo de no ser peronista, porque peronista es un concepto muy abarcativo.

Cristina, en cambio, sorprendió a la Argentina semanas atrás cuando designó como su candidato a presidente a un señor llamado Alberto Fernández, quien había sido primero su jefe de Gabinete, y luego un feroz opositor que llegó a calificarla como psicópata. Así las cosas, hace cinco años Pichetto era de Cristina y Fernández era opositor a ella. Ahora es exactamente al revés. Cada 17 de octubre se celebra en la Argentina el día de la lealtad, la más significativa celebración peronista. Ese día, Pichetto y Fernández, estén donde estén, cantan “Perón Perón qué grande sos. Mi general. Cuánto vales”.

Además de las fórmulas que encabezan Macri y Fernández, hay una tercera fórmula que integran un economista peronista llamado Roberto Lavagna, y Juan Urtubey, un gobernador peronista. Cualquier persona formada en estructuras partidarias tradicionales sería incapaz de entender esta lógica. Es que es realmente muy difícil. ¿Si son todos del mismo partido, por qué van en partidos diferentes?

Es que el peronismo no es un partido, es un sentimiento, dicen unos. Porque es un movimiento, dicen otros. Perón, ese general que influyó tanto en la historia argentina, decía: “Somos como los gatos. Cuando gritamos, los demás piensan que nos estamos peleando. Pero en realidad nos estamos reproduciendo”. El peronismo, entonces, es una estructura de poder de donde salen gran parte de los hombres que gobiernan la Argentina. La pregunta lógica sería. Pero ¿qué piensa esa gente? ¿Son chavistas, proyanquis, estatistas, promercado, abortistas, provida, de izquierda, de derecha? Si uno mira la historia, ha habido peronistas para todos los gustos: tercermundistas, y alineados con Estados Unidos, al punto tal de definir ese vínculo como “relaciones carnales”, castristas y fascistas, neoliberales y estatistas, partidarios de la globalización y proteccionistas, guerrilleros revolucionarios o pistoleros parapoliciales de ultraderecha. “Todo en su medida y armoniosamente”, decía una célebre frase de Perón, signifique eso lo que signifique.

En cualquier caso, si un partido contempla todas las ideologías eso quiere decir, al mismo tiempo, que difícilmente tenga alguna. Una mirada ideológica debería criticar esos rasgos que, al mismo tiempo, han sido una de las razones por las que, pese a todo, el peronismo sobrevive: su increíble capacidad de adaptación, de adquirir la forma del recipiente que la impone cada década.

Fenómeno casi único en el mundo, hasta Mauricio Macri, el presidente que se propuso terminar con el peronismo, acaba de rendirse ante él, para intentar ser reelecto.

Tal vez Macri, al menos en esa capacidad de adaptarse, sea un peronista in the closet.

Vaya uno a saber.

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