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La muerte de un aspirante a policía pone en cuestión la dureza de los “bailes” de instrucción en Argentina

Emanuel Garay, de 19 años, sufre una deshidratación severa por entrenar bajo el sol, con más de 40 grados y sin agua

Federico Rivas Molina
El cadete Emanuel Garay, en una foto familiar.
El cadete Emanuel Garay, en una foto familiar.Archivo
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La provincia norteña de La Rioja es una de las más calurosas de Argentina. El sol del verano eleva los termómetros por encima de los 40 grados y los riojanos resisten las horas más duras protegidos en sus casas. Salvo que sean aspirantes a policía. La semana pasada, 12 cadetes de entre 19 y 26 años obedecieron la orden de sus instructores en la Escuela de Oficiales y realizaron un “baile” al aire libre, como llaman los uniformados a las rutinas de ejercicios más exigentes. La prueba dejó a todos ellos internados en cuidados intensivos. Hijo de policía, Garay era el más joven de la clase y no resistió. Una “deshidratación aguda” arruinó su corazón y sus riñones. Agonizó cinco días en el hospital de La Rioja y murió el sábado, víctima de una vieja tradición de mano dura que ahora ha sido puesta en entredicho. La familia de Garay denunció una tortura, como en los tiempos de la dictadura militar. Y el gobernador de la provincia, Sergio Casas, apuró una solución política: en menos de 24 horas removió a su ministro de Seguridad, al jefe de la Policía y a todos los encargados de la escuela. Ocho oficiales están presos, acusados de homicidio.

La muerte de Garay ha convulsionado el feriado de carnaval en Argentina porque trae malos recuerdos. En marzo de 1994, el soldado Omar Carrasco murió en un cuartel militar de Neuquén. Su cuerpo apareció golpeado entre unos matorrales 20 días después de que el Ejército dijera a sus padres que había desertado. El “caso Carrasco” provocó tal impacto que el presidente Carlos Menen (1989-1999) abolió tres meses después el servicio militar obligatorio. Terminó así con una práctica que, con los años, se había convertido en “la colimba”, contracción del “corre, limpia, barre” al que se sometía a miles de adolescentes que apenas salidos del colegio secundario eran durante un año mano de obra gratuita en los cuarteles. “Salvando las distancias, pasó lo mismo que con Carrasco”, advirtió el gobernador Casas. Ya no hay servicio obligatorio que pueda ser eliminado, pero se ha puesto en cuestión la violencia de los entrenamientos actuales.

"Le practicaron sesiones de tortura, porque eso no fue un entrenamiento. Los maltrataron, les pegaron, les dijeron barbaridades, a mi hermano lo mataron en su primer día de formación. Nunca pensé que después de tanto tiempo estemos ante un relato de la última dictadura militar”, dijo Roque Garay, hermano de Emanuel. “Los hicieron entrenar en condiciones infrahumanas. Les negaron el agua y por eso mi hermano cayó desmayado. En ese momento la persona que estaba a cargo dijo esa frase aberrante: 'Si se tiene que morir, que se muera'. Mi hermano quedó entonces inconsciente, tirado bajo el sol de las tres de la tarde, y no recibió ayuda. A la media hora convulsionó y lo ayudaron. Lo llevaron al hospital pero ya entró en coma”, relató a medios riojanos.

La dureza del entrenamiento fue cuestionada incluso por el padre de Emanuel, un policía con años de experiencia en la fuerza. “Los hacen formar, como hace 30 años, bajo el sol. Los tuvieron dos horas, sin agua, y empezó el baile. Luego fue a casa, mojado. Le cambiamos la ropa, no quiso comer. Volvió y a las 15 empezó la formación de nuevo. Lo mismo, al rayo del sol y de nuevo el baile. No es una escuela de formación sino de tortura. La escuela de La Rioja siempre fue una escuela de tortura”, denunció.

 Antes de ser despedido, el jefe de la Policía de La Rioja, Luis Páez, admitió que los protocolos de la instrucción necesitan un cambio. "Lamentablemente”, dijo, “nuestra ciudad es muy calurosa y quizás negligentemente no hemos tenido en cuenta ese tipo de calor y ahora estamos padeciendo esta situación. Hago un mea culpa”. El impacto político llegó incluso hasta el jefe de la policía Federal, Néstor Roncaglia, a cargo de una institución que opera a nivel nacional. "La instrucción policial es intensa ya que es una cuestión de supervivencia. Hay una exigencia física, pero no privarlos de los derechos del hombre, como un vaso de agua. Es un extremo y no estoy de acuerdo", dijo. Es posible que la policía revea ahora sus protocolos de entrenamiento, como prometió Páez. Ya será demasiado tarde para Emanuel.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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