El día que se le borró la sonrisa a Javier Duarte
La primera audiencia del exgobernador en Guatemala sirvió de bálsamo para la impunidad en México
La primera audiencia de Javier Duarte en Guatemala ha sido un bálsamo para México. En un país como este, con severos problemas de impunidad, ver a quien se ha convertido en emblema de la corrupción política esposado y respondiendo ante un juez ha sido esperanzador. Esto ha sido en Guatemala, el pequeño país centroamericano que lleva tiempo trabajando para que sus políticos rindan cuentas y combatiendo la corrupción. Han logrado sentar en el banquillo a varios exfuncionarios, entre ellos a dos expresidentes, Otto Pérez Molina y Efraín Ríos Montt, con resultados agridulces.
Lo de ayer en Guatemala no ha sido visto en México. Cámaras y micrófonos dentro de la sala de audiencias de un tribunal que sigue un proceso a un político. Este esfuerzo por transparentar la impartición de justicia es desconocido por los mexicanos, cuyo sistema legal era hasta hace poco abigarrado y bastante opaco. El sistema ha cambiado y Javier Duarte será el primer político en responder a las acusaciones en un tribunal oral y abierto en la Ciudad de México. El caso se convertirá en un fenómeno mediático sin precedentes en el país.
Los reporteros mexicanos en Guatemala dieron ayer a Duarte una probada de la indignación que su caso genera. Durante su mandato, de diciembre de 2010 a octubre de 2016, 17 periodistas fueron asesinados en Veracruz. Quienes siguieron la transmisión de la primera audiencia oyeron seguramente el tono de desprecio con el que la prensa interrogaba al exgobernador, que dejó en el tercer estado más poblado de México no solo un desastre financiero sino una región insegura con miles de asesinatos y desaparecidos. A Duarte solo se le vio cómodo sentado en la silla del acusado. Llegó al tribunal entre cuestionamientos de los periodistas y se fue corriendo entre gritos de "¡hijo de puta!" que salían de los calabozos donde estaban encerrados presuntos pandilleros de la Mara Salvatrucha.
Preocupa el ambiente de linchamiento que se respira en México. “Prefiero ver a Duarte frente a un batallón de fusilamiento junto a todos sus narcopolicías”, comentaba ayer un lector en Twitter. El alicaído exmilitante del PRI rechazó entregarse a México e iniciar el proceso de extradición en Guatemala. Tarde o temprano pisará nuevamente este país para hacer frente a las acusaciones que le ha formulado la Fiscalía. Las expectativas de justicia son altísimas.
Es normal que exista escepticismo sobre el juicio a Duarte en México. El Gobierno juzgará a uno de los suyos en un sexenio donde la Fiscalía ha tenido problemas para cerrar casos de manera incuestionable. La sed de sangre que ha desatado la captura de Duarte hace más difíciles las cosas para la Procuraduría General de la República, que deberá nutrir la causa penal en los próximos meses mientras Duarte sigue el juicio de extradición en la nación centroamericana.
Viendo hacia el futuro, el juicio de Duarte deberá quedar clara su participación en redes de corrupción en su Gobierno y en el anterior, de Fidel Herrera. Un dato de la acusación, leída ayer en Guatemala, llama la atención. Alfonso Ortega, uno de los operadores de la red del exgobernador, ha dicho a la Fiscalía que Duarte ya era propietario de tres departamentos en Ixtapa-Zihuatanejo antes de llegar al poder. Según la declaración, cada piso tenía un valor de 1.5 millones de dólares. Duarte era el secretario de Finanzas de Herrera. ¿Existía una red similar a la tejida por Duarte en el sexenio anterior?
Guatemala ha borrado la sonrisa a Javier Duarte. Existen quienes aseguran que el político la recuperará durante su juicio en México. Las teorías sobre sus pactos y arreglos con el poder ya han comenzado a circular en la prensa mexicana. Seguramente los mexicanos, y sobre todos los veracruzanos, hallaron un efímero placer al ver las imágenes que la audiencia dejó. Por eso debe agradecerse a Guatemala y exigir a México que esté a la altura.
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