Lo que Temer llamó “paquete de bondades”, en vísperas de Navidad, se dirige sobre todo a la menguante clase media brasileña. Una medida promete reducir drásticamente los intereses de las tarjetas de crédito. Otra, poner a disposición de unos 10 millones de personas los Fondos de Garantía de Tiempo de Servicio, dinero que una empresa debe dar al Gobierno por cada trabajador. Hasta ahora, los trabajadores podían acceder a él, pero solo si justificaban una serie de necesidades muy estrictas —jubilación, enfermedad grave, compra de una casa—: ahora, se podrá acceder libremente al dinero correspondiente a los empleos hasta diciembre de 2015. “El 86% de las cuentas no supera el salario mínimo, pero podrá inyectar 30.000 millones de reales [9.100 millones de dólares] a la economía”, matizó el propio Temer. Estas medidas entrarán en vigor en febrero de 2017.
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El presidente, nunca ajeno a la poesía en sus intervenciones públicas, también anunció un “regalo de Navidad” para los trabajadores en forma de propuesta de reforma laboral enviada al Congreso. Entre las ideas que ahora están en manos del Congreso se encuentra la de que un mes laboral no sea solo de 220 horas: esto permitirá regular a los trabajadores que trabajan más de ocho horas al día, como los vigilantes. La nueva reforma también abre la negociación de cosas como el trabajo remoto, el pago por productividad y no por horarios o ampliar los contratos de trabajo temporal de 90 días a 120 días. “Si nosotros hemos conseguido juntar a trabajadores y empresarios, ¿por qué no decir que a partir de estas Navidades logramos reunir a todos los brasileños?”, sonrió el presidente.
Horas antes de su intervención televisada, Temer había tenido que dar respuestas sobre su delicada situación política en un desayuno con la prensa en Brasilia. Allí se le interrogó sobre su renuncia al cargo, el tema central en los pasillos de las instituciones. Temer aseguró que no tenía intención alguna de hacerlo. También se le preguntó por las formas en las que las fuerzas políticas del país conspiran para que deje el poder: la oposición ya ha pedido su impeachment, una práctica común en Brasil para acelerar el desgaste de los gobiernos, y el Tribunal Supremo estudia una demanda por la cual su presidencia está invalidada porque él solo está ahí por ser vicepresidente de Rousseff: su gobierno fue destituido con ella. Ante eso, Temer dejó la sonrisa y, por una vez, obvió la poesía: “No he pensado sobre eso”, contestó.