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Malestar en el Ejército mexicano después de 10 años de guerra contra el narco

El general Cienfuegos admite el desgaste, pide más efectivos y reclama un marco legal para la movilización militar

Jan Martínez Ahrens
Tanques militares en el desfile por la Independecia.
Tanques militares en el desfile por la Independecia.Notimex
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Mexican army suffering from burnout as 10-year drug war takes its toll

El Ejército mexicano no suele quejarse en voz alta. Y cuando lo hace, sobreviene un terremoto. El secretario de la Defensa Nacional, el general de división Salvador Cienfuegos, ha decidido hacerse oír y sacar a la luz el malestar de las fuerzas armadas. Inmersas desde hace diez años en una inacabable guerra contra el narco, Cienfuegos admitió públicamente el “desgaste” de sus tropas, pidió más efectivos ante la inmensidad de la tarea y reclamó un marco legal que regule su presencia en las calles. "Hay un desgaste; es obvio, estamos trabajando en todo el país, a toda hora, en todo momento; en la sierra, en las ciudades”, afirmó el militar después de inaugurar un seminario sobre Defensa Nacional.

Cienfuegos es un general en guerra. Se enfrenta a un enemigo declarado y salvaje. 50.000 soldados están movilizados en este combate. Los enfrentamientos son continuos. La sangre corre por todo el país, y en estados como Tamaulipas o Guerrero, el pulso es abismal. "Los militares realizan 1.500 acciones al día, y nadie les sustituye. ¿Cómo no va a haber desgaste", dice el profesor-investigador de la UNAM Javier Oliva.

No es una situación nueva. México lleva una década sumergida en esta espiral. Desde que el presidente Vicente Fox decidió en 2005 usar la fuerza militar contra el narco, la pesadilla se ha llevado por delante más de 100.000 vidas. La presidencia de Enrique Peña Nieto aminoró la intensidad, aunque no prescindió de los soldados. El Ejército se mantuvo en primera línea de combate. Año tras año. Muerto tras muerto. "Todos los presidentes han dicho que la presencia militar es temporal, pero ninguno ha puesto en marcha un plan de salida", indica el presidente del Instituto de Seguridad y Democracia, Ernesto López Portillo.

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El desgaste ha sido evidente. El despliegue militar ha venido acompañado de abusos y matanzas. Los organismos internacionales han denunciado como práctica ordinaria las torturas . Y la pésima resolución de episodios como Tlatlaya o Ayotzinapa ha ahondado esta desconfianza. El callejón parece no tener salida. “La crisis de violencia en México se ha profundizado y no hay autoridad civil capaz de responder ni por la vía de la prevención ni de la persecución. Por ello se recurre a las fuerzas armadas. Pero es un error, porque no son un cuerpo policial ni de justicia. Y se las expone a una interacción permanente con el crimen organizado”, explica López Portillo.

Pese a las críticas, el Ejército nunca ha estado solo. Las encuestas lo sitúan entre las instituciones más valoradas por la población, y el Gobierno lo defiende contra viento y marea. Ante las quejas, los mandos han tomado algunas medidas depurativas y el número de denuncias ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos se ha reducido sensiblemente.

Pero nada frena la erosión. Después de 10 años de lucha, no hay victoria. Aunque el Ejército insiste en que los frentes se han reducido y que los principales líderes del crimen organizado han sido capturados, la sensación de inseguridad, como indican los sondeos, se mantiene alta. A ello se añade un repunte de la violencia. Julio y agosto, con más de 2.000 homicidios cada uno, han sido los meses más sangrientos desde el inicio del mandato de Peña Nieto.

Con el partido sin ganar, no hay salida fácil para el Ejército. La ciudadanía reclama cada día más seguridad y los resultados no acompañan. Ahí radica gran parte de la insatisfacción de los militares, que se reconocen desbordados por la tarea. El mismo general Cienfuegos recordó que dirige un Ejército pequeño, de 230.000 efectivos, y que las nuevas exigencias requieren más personal. “Lo que tenemos son muchas tareas, si queremos hacer más, necesitamos más gente”, zanjó el general .

La petición es conocida. El colapso de las fuerzas policiales, corroídas hasta la médula por el narco, ha obligado a los militares a ocupar espacios de seguridad cada vez más amplios. ”Nuestros soldados ya no pueden hacer más. Proporcionalmente a nuestro territorio y población somos el ejército más pequeño del mundo”, ha llegado a decir el general. "Por parte del entramado civil no hay corresponsabilidad, sólo inacción y eso ha generado una notable insatisfacción de los militares. Y desde luego, desgaste: hay soldados cuidando escuelas en Acapulco, en tareas de reforestación o en trabajos de policías municipales", explica el profesor-investigador de la UNAM Javier Oliva.

A esta sobrecarga, se añade la ausencia de un marco legal de actuación. Pese a tener al Ejército movilizado durante una década, ningún Gobierno ha querido regular este avispero. Para Cienfuegos, según expresó hace un año en una entrevista a Excelsior, esta omisión se debe al “temor infundado” de que si se legaliza su despliegue, el Ejército no quiera volver a los cuarteles.

Esta falta de respaldo político está estrechamente vinculada al malestar. Un problema espinoso, de difícil manejo por el Gobierno y detrás del que posiblemente anida el cansancio causado, incluso entre los más leales, por la infinita guerra contra el narco. Como dijo el secretario de Marina, Vidal Francisco Soberón, a los organizadores del seminario: “Al final, a los militares se nos busca como perro de rancho; se nos suelta para defenderlo y se nos guarda en las pachangas”.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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