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Tribuna
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Recolonizaciones

El borrador de la plataforma del Partido Republicano integra las obsesiones del presunto candidato Donald Trump

Justo cuando los estadounidenses se entregan a los ritos celebratorios de sus efemérides patrias, se agrandan las grietas en el edificio de su democracia. En medio de fiestas y fuegos artificiales, mientras la gente marcha en paradas y se embriaga de orgullo patriotero, un fuego silvestre crece a la distancia. No es solo que los demonios del prejuicio, la ignorancia y la xenofobia circulen con legitimidad renovada en boca de un plutócrata rubio y demente. Es que esos demonios de renovada vitalidad presagian agrias tempestades para los que no tienen donde protegerse.

El borrador de la plataforma del Partido Republicano integra las obsesiones del presunto candidato Donald Trump, al incluir apoyo a la construcción del muro en la frontera con México, prohibición total al aborto y censura al matrimonio igualitario. Estos tres temas anuncian de manera definitiva un giro fuerte a la derecha que certifica a dicho partido como absolutista en temas morales y de seguridad.

Las consecuencias de este derrotero, en resumidas cuentas, son dos: apelar al electorado cristiano (católico y protestante) que ha descendido de 54% en 2008 a 45% en 2016, y enfocarse en el electorado blanco que se siente aterrado ante los cambios demográficos y culturales, al punto de movilizarse a las urnas en números inéditos. Ambos segmentos albergan la creencia firme en el rol excepcional de Estados Unidos en el mundo, y en el proteccionismo nativista que enarbolan como conjuro a las percibidas amenazas del extranjero. Se trata pues de un núcleo duro al que el liderato republicano le apostará todas las fichas, a pesar de los riesgos inherentes.

De ser ratificada esta decisión institucional cerrará la puerta por mucho tiempo a la construcción de puentes con los votantes independientes, las mujeres y los latinos, entre otros, que se consideraban segmentos del electorado necesarios para que los republicanos reconquistaran la Casa Blanca. El pánico que Trump y sus políticas tendenciosas despiertan fuera del partido anula la posibilidad de que la base crezca más allá de los segmentos rurales, de desempleados y de baja escolaridad que son los que lo defienden con mayor denuedo. La polarización es diáfana y se extiende. Esta involución deteriora aun más la democracia estadounidense, presa ya de un candidato demagogo que explota con éxitos sus más débiles resortes. Empero, otros desarrollo paralelos a la carrera electoral abonan a esta erosión.

Tómese el caso de Puerto Rico y la recién aprobada ley PROMESA (Puerto Rico Oversight, Management and Economic Stability Act) que se justifica como un remedio para resolver la insolvencia de la colonia. Se trató de un arreglo negociado entre el congreso republicano y la Casa Blanca demócrata para regularizar el ordenamiento de las caóticas finanzas de la isla, de tal modo que ésta pueda repagar las obligaciones que tiene en exceso de $72 billones de dólares.

Siendo la isla un territorio que pertenece a pero no forma parte de Estados Unidos (por dictado del Tribunal Supremo), esta legislación designa una junta que impedirá temporeramente los litigios de acreedores, ordenará como le plazca el aparato gubernamental y reestructurará finalmente aquellas deudas que no sean pagables. El fin es sencillo: extraer la máxima utilidad y destinarla a los acreedores.

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Sin embargo, la ley no toma en consideración que los puertorriqueños son ciudadanos estadounidenses desde 1917—aunque de segunda categoría al no tener debida representación en el congreso—y supedita las instituciones democráticas a las decisiones de una junta virtualmente extranjera, que ostenta inmunidad y es nombrada por funcionarios no electos por los puertorriqueños. Estas son apenas tres de su más escandalosas características.

¿Importará la fuente de legitimidad de estas acciones antidemocráticas? ¿Consternará al gobierno de Estados Unidos la hipocresía de actuar así contra sus conciudadanos? ¿Preocupará a alguien la contradicción de pregonar libertad desde la ventana pero obediencia y sumisión hacia adentro? Claro que no. Las apariencias no importan, ni siquiera en año de elecciones. La relatividad se entroniza. El ejercicio del poder se desnuda. El avance de Trump es apenas un mero síntoma.

En estos tiempos de incertidumbre los pocos espacios de control ejercibles se magnifican para tranquilizar vicariamente angustias profundas. Recordemos a Franklin: quien sacrifique libertad por seguridad no merecerá ni una ni otra.

Asi las cosas ¿les avergonzará acaso su torpe ignorancia?

* Pedro Reina Pérez es historiador y periodista. Twitter @pedroreinaperez.

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