La última oportunidad de Pedro Pablo Kuczynski
El candidato peruano intenta movilizar a todo el antifujimorismo con la idea de que Keiko traerá la dictadura y el narcoestado
Desde que Alberto Fujimori logró acabar con el sistema de partidos tradicional en Perú, la política del país andino es una lotería. Hace cinco años, Ollanta Humala iba por detrás en las encuestas y terminó ganando muy apurado porque logró unir a todo el antifujimorismo contra Keiko, la hija mayor del autócrata. Hace solo cuatro meses, 20 candidatos se peleaban por ser el segundo, el que se enfrentara una vez más a Fujimori. Y casi podía serlo cualquiera. El Jurado Nacional de Elecciones sacó de la carrera al favorito para ese puesto, Julio Guzmán, y a otro que iba muy bien en las encuestas, César Acuña. Y esa decisión hizo renacer de sus cenizas a un candidato por entonces desahuciado, Pedro Pablo Kuczynski, veterano de mil batallas, que pasó su vida entre Perú, donde fue miembro de varios gobiernos desde 1968, y EEUU, donde se hizo rico con fondos de inversión.
Todo en la política peruana sigue girando alrededor de los Fujimori –el padre sigue en la cárcel mientras su hija está a punto de alcanzar el poder- así que muchos pensaron que Kuczynski era el mejor candidato para frenar de nuevo a Keiko. Los peruanos dejaron así fuera de la segunda vuelta por muy poco a Verónika Mendoza, una de las dirigentes izquierdistas con más proyección de Latinoamérica.
Muchos creyeron que se repetiría el fenómeno Humala: la unión de todos contra el apellido maldito sería suficiente. Pero esta vez los Fujimori se habían preparado a conciencia. Gastaron ingentes cantidades de dinero –ahora incluso la DEA investiga su posible oscura procedencia- y tiempo en construir un fenómeno de laboratorio político: Keiko. Una roca preparada para casi todo, subida en la ola de descontento que hay en Perú con la política, con el actual presidente e incluso con una situación económica que, pese a las cifras de crecimiento, ha producido un reparto muy desigual y mantiene a millones de personas en la pobreza.
Fujimori cabalga sobre las promesas de mano dura –mandar a los presos a cárceles aisladas a 4.000 metros de altura- y la buena imagen de su padre, un populista de derechas, entre una parte de los más pobres. Y nadie parece capaz de frenarla. Kuczynski, que va por debajo claramente en las encuestas, jugó el domingo por la noche en Lima, en el último debate presidencial, la carta final: trató de movilizar a los peruanos contra Fujimori, como en 2011, con la idea de que con ella llegará “la dictadura”, que acabará con la democracia como su padre, que dará paso a un “narcoestado”. Lanzó toda la artillería disponible. “La libertad está en peligro, es ahora o nunca, hay que cerrarle el paso a la dictadura”, clamó. Y sacó todos los escándalos, incluso preguntó a Fujimori si va a convencer a sus tíos, que se fugaron a Japón, de que se enfrenten a la justicia.
Pero Kuczynski no está hecho para ese trabajo. En el fondo sus ataques eran durísimos, en las formas no lo parecían, lo hacía casi obligado, sin convicción. Él se mueve más cómodo en el debate económico. Para ella, que hace muchísimo más caso a sus asesores –con Kuczynski lo han probado todo pero va a su aire- la guerra es su espacio natural.
Todos los escándalos importantes caen del lado de Fujimori. Los diarios de estos días publican noticias demoledoras para cualquier candidato normal, e incluso el más influyente, El Comercio, ha editorializado con dureza contra las posibles vinculaciones de dinero del narco con su campaña. Todo se está moviendo contra ella. Hoy habrá manifestaciones en todo el Perú para pedir que no vuelva. Y sin embargo por momentos ella estaba a la ofensiva y Kuczynski a la defensiva. Todo cuestión de estilo.
Los medios, el mundo de la cultura, los intelectuales, se unen para frenarla. La propia Mendoza, que se quedó fuera de la segunda vuelta y no pudo estar en ese debate que habría sido más de igual a igual –dos políticas jóvenes, ambiciosas y aguerridas- se desesperaba en twitter. Fujimori justificaba su ausencia durante 500 días del Parlamento por sus embarazos, y mientras Kuczynski tardaba en reaccionar, Mendoza gritaba en la red social: “Yo también di a luz estando en el Congreso, a las dos semanas fui con mi hija a trabajar. Es indignante que utilice su condición de mujer y madre”. Quedan unos pocos días. Todos echan el resto contra Fujimori. Pero nadie parece capaz de frenar la ola.
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