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La ‘limpieza’ de Tumeremo

Tres testigos de la desaparición de 16 mineros en Venezuela relatan los acontecimientos

Trabajadores en la minería artesanal en Tumeremo, esta semana.
Trabajadores en la minería artesanal en Tumeremo, esta semana.FABIOLA FERRERO

—Vengo dispuesto a limpiar a Tumeremo.

El testigo —el primer testigo en este relato— que escuchó estas palabras entendió que a partir de ese momento era uno de los actores de reparto de la guerra por el control de los yacimientos de oro en Tumeremo, en el suroriente de Venezuela. Dos hombres lo habían bajado de la moto apuntándolo y maldiciéndolo. Ahora estaba junto a un grupo de personas, todas desconocidas para él, a la vera del camino hacia la mina Atenas, un poco más adelante del fundo Peregrino.

—Vengo dispuesto a limpiar a Tumeremo y tengo una lista larga, insistió el hombre.

Nadie sabe su nombre de pila, pero todos le llaman Topo, Patrón o Don

Era el líder del grupo. Aunque había escuchado hablar muchas veces de él nunca lo había visto en persona. Nadie sabe su nombre de pila, pero todos le llaman Topo, Patrón o Don. Por su tono de voz y la forma de pronunciar todas las palabras, sin ignorar las consonantes finales, advirtió que era colombiano. Un hombre alto, moreno y de 1,80 metros. Algo más alto que él. Vestía de negro.

Lo acompañaba alias Miguelito, su mano derecha, y otras personas que debían detener a todos aquellos que se dirigieran al yacimiento de oro de la mina Atenas, descubierto a finales de 2015. Al primer testigo le preguntaron si era malandro (delincuente) o minero. Él respondió que era minero. Los hombres dudaron, pero finalmente decidieron ponerlo en el grupo de los que no eran sus enemigos jurados. Estaban al lado de un camino polvoriento y accidentado, un brazo de tierra de tonos anaranjados en medio de una enorme sabana donde predominan árboles chaparros.

El Topo y sus hombres buscaban a miembros de las bandas criminales que operan en el barrio La Caratica y que disputan el control de la bulla [mina]. Tal vez a los miembros del grupo de alias Potro, que no está dispuesto a perder sus riquezas. Pero el primer testigo no está seguro. “Aquí no solo mataron a malandros, sino a gente inocente”. Se refiere a la desaparición de al menos 16 mineros en la zona, según ha admitido ya el Gobierno venezolano, que investiga los sucesos.

Los lugartenientes del Topo escucharon los motores rugientes de dos motocicletas. Todo es tan silencioso por allí que se siente incluso cuando cambian de velocidad. Los hombres se escondieron detrás de los chaparrales y, tal como lo hicieron con el primer testigo, interceptaron a los vehículos y obligaron a los pasajeros a bajarse. Eran dos jóvenes y dos mujeres, también jóvenes. Pero no formularon la misma pregunta que al primer testigo. A un muchacho le dispararon. Después tocó el turno de las mujeres. Al hombre restante lo amarraron y luego lo degollaron delante de todo el grupo.

Al regresar vio a los demás mineros acostados boca abajo y con las manos entrelazadas sobre la nuca

El primer testigo estuvo secuestrado hasta que cayó la noche. A un segundo testigo que conversó con este diario, y que estaba dentro de ese grupo de secuestrados, le dijeron al liberarlo: “Les vas a contar a tu familia que estás llegando tarde a tu casa porque tomaron el camino equivocado y se perdieron en el monte”. Al salir de allí el segundo testigo caminó sin mirar atrás, pero sin dejar de pensar que ese viernes 4 de marzo había sido el día más tétrico de su vida.

El Topo y sus hombres continuaron el camino hacia la mina Atenas. Los sobresaltos del camino no permiten estimar cuánto tiempo pudieron haber tardado en llegar hasta la última parada. Pero el tercer testigo asegura que a eso de las tres de la tarde se apartó del campamento donde descansaba —muchas lonas mal amarradas a dos árboles chaparros y una manta estirada sobre una cama de hojas secas— para buscar agua. Al regresar vio a todos los demás mineros acostados boca abajo y con las manos entrelazadas sobre la nuca. Dijo entonces El Topo:

—Ustedes saben que yo no me muevo por mariqueras [tonterías].

Había pasado una hora desde que estaban retenidos hasta que escucharon una ráfaga de ruidos cortos y secos. Estaban disparando. Los hombres del Topo abandonaron a sus víctimas y se internaron en el yacimiento. El tercer testigo y otros tres hombres se adentraron en los matorrales espinosos y caminaron durante toda la noche hacia cualquier parte. Hacia la vida, le gusta pensar a él. En algún momento pensó que terminaría baleado dentro del camión de la caravana del Topo. El tercer testigo calcula que allí dentro había cuatro asesinados.

Dos días después el tercer testigo volvió a Tumeremo e informó de todo lo que había ocurrido. No se guardó nada. El segundo testigo, en cambio, calló durante varios días. Cuando su esposa le preguntó por qué había vuelto tan tarde de la bulla, el hombre respondió, mientras salía del baño:

—Tomé la ruta equivocada y me perdí. No pasó nada.

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