¡Viva Villoro!
El cada día creciente grado del afecto que le tengo a Juan Villoro no afecta la admiración que le tengo a cada nueva entrega de su talento
El próximo sábado Juan Villoro recibirá –muy merecidamente—el Premio Excelencia en Letras José Emilio Pacheco y con ello se inaugura la Feria Internacional de la Lectura Yucatán en la blanca ciudad de Mérida. Nada mejor para una feria dedicada a los lectores, más que a los libros en sí, pues Villoro lleva años confirmando que la buena prosa y todo empeño honesto ante la página en blanco se mide por la callada multiplicación –en su caso, multitudinaria—de lectores que completan el círculo de sus narraciones: sean los jóvenes de ya varias generaciones que abrevamos de las maravillosas aventuras que narran sus cuentos o las novelas de largo aliento que le han valido un lugar más que consolidado en el paisaje hispanoamericano de los grandes del género, pero también los miles de lectores que agradecemos eso que él llama “literatura con prisa” y que es nada menos que lo mucho y bueno que publica en periódicos –sea del género de la crónica donde Villoro navega como ornitorrinco de lujo entre lo inverosímil y lo verificable, lo veraz y la ficción o los breves ensayos donde lo honra su erudición sin pedanterías—y también las ya varias obras de teatro donde su habilidad ecualizada para los diálogos hace que cada uno de sus personajes parezca cualquiera de los habitantes de las butacas que nos quedan a los lados.
También es un agradable acierto del azar que el premio que ahora recibe Villoro lleve el nombre de José Emilio Pacheco, un Premio Cervantes y Premio Reina Sofía de Poesía, que lo mismo demostraba en sus versos la rareza alquímica donde la poesía es algo que surge de pronto en un pétalo inesperado (o bien, no surge y no pasa nada), así como la sutil grandeza que cabe en un cuento corto. Pacheco además de novelista íntegro (de los pocos autores capaces de corregir por entero una novela ya publicada), fue un cronista indispensable que heredó a no pocas generaciones un memorioso inventario del alma de México en semanales ventanas abiertas al pretérito y las letras de nuestra cultura. Duele saberlo ahora ausente, pero alivia sentir que su ejemplo es ya legado en el premio que lleva su nombre y que en esta ocasión se otorga a un autor con toda la barba, mas no a un escritor con obra ya consumada. El Premio Pacheco a Juan Villoro es un salvoconducto de esperanzas: nos quedan muchos años y muchos libros por leerle y muchas ocasiones para compartir con él sus hondas pasiones por el fútbol o el rock de veras, las letras del mundo y las increíbles noticias que se convierten en testimonio con sus columnas.
En el enrarecido mundillo donde se confunde la crítica con el amiguismo, sostengo que el cada día creciente grado del afecto que le tengo a Juan Villoro no estorba ni afecta la admiración que le tengo a cada nueva entrega de su talento. Pienso decírselo en Mérida y si pudiera lo intentaría en maya, tan sólo para confirmar que la mitad de sangre yucateca que lleva en sus venas explica que muchas de sus páginas merezcan imprenta galáctica y escribirse en las estrellas. Pienso decirle no sé qué tantas cosas que intentaré hilar de aquí al próximo sábado, pero sobre todo, pienso que ya me urge darle un abrazo con la sincera gratitud por un hermano mayor de elección, porque es grande en todos los sentidos y sonríe cuando se le llenan de lágrimas los ojos, porque no hay una sola idea que no tenga la gentileza de pensarla con prudencia y luego ponerla en tinta con esmero de estilista y bocinas invisibles donde parece que se escucha la amigable voz de un sabio capaz de mostrarte el detalle oculto en un óleo que creías saberte de memoria, los versos de una rola de los Rolling que todos cantábamos sin saber en realidad lo que significaban o desenredar como madeja de luz los párrafos más enredados de la literatura universal y, luego regalarte un cuento o una crónica o un comentario que –en tinta o de viva voz—tienen siempre el don del punto y seguido, eso que es como una larga cordobesa donde el que habla dice un detalle que podría flotar en el aire y, luego del punto, se aclara perfectamente. Nada más. Nada menos.
México es mucho más que el alud de malas noticias y enredos tragicómicos de empoderados telenoveleros que lo mismo fardan corbatas con mentiras políticas que raídas camisetas del crimen. México es mucho más que lo que puede espetar como amenaza un gringo fascista (así sea copeteado candidato a la presidencia de su país) y mucho más que los muchos lugares comunes con los que nos han pintado hasta el hartazgo como paraíso del ocio o panorama de fracasos, pero entre los muchos paisajes de México, toda la polifonía en colores de su música y la generosidad de sus sabores, no se necesita acercar mucho el lente del microscopio para ver el esplendor de su pensamiento, la frescura de su imaginación, la incesante honradez por enfrentar la injusticia y el abuso, el necio afán de soñar todo el tiempo, incluso soñar al Tiempo mismo y decir –como quien hila nubes—letra a letra las palabras que nos dan memoria, las historias que nos regalan la imaginación al infinito… y de todo ello está hecha la figura y la pluma en ristre de un escritor entrañable al que por hoy abrazo a voz en cuello con un sincero ¡Viva Villoro!
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