Temporada de zafra, desaparición exprés en Veracruz
Historia del secuestro, la búsqueda y la muerte del mecánico Víctor García, un caso más entre los miles que cuenta México
No es un caso mediático, es otro desaparecido en México, un mecánico, Víctor García García, de 30 años. Es lo habitual para los familiares. Para Carlos, su hermano, para Laura, su esposa, para Luis Alberto, su amigo: no hay cámaras de video en el servicio médico forense, ni llamadas de las radios desde Ciudad de México. Es un número entre 27.000 números, la cantidad de desaparecidos que cuenta este país.
El lunes, a eso de las 13.30, un testigo vio cómo Víctor yacía en el suelo, junto a la carretera, boca abajo, la ropa sucia. La carretera se llama La Condusa. Enlaza las comunidades de Cerritos, Maguey y colonia Primero de Mayo en Tierra Blanca, Veracruz, casi en la frontera con el estado de Oaxaca. El 11 de enero, cinco jóvenes desaparecieron en el mismo pueblo. Se los llevó la policía estatal. Hace unos días, el subsecretario de Derechos Humanos del ministerio de Interior mexicano, Roberto Campa, anunciaba la detención del octavo policía vinculado al suceso. Este, dijo Campa, confesó que habían entregado a los muchachos a una banda de criminales, que estos luego los mataron, los quemaron, los molieron… Como en el caso de los 43 de Ayotzinapa: policías que secuestran, que colaboran con delincuentes.
El testigo, que prefiere ocultar su nombre por seguridad, dice que vio a dos soldados junto a Víctor. Dice que una patrulla del Ejército circulaba justo delante suyo cuando vio al mecánico; que la patrulla no paró donde tenían a Victor tumbado. Dice, intuye, que igual no pararon porque él iba justo detrás, en su camioneta; que igual no pararon para despistar, pero dice que está seguro de que Víctor estaba en el suelo y que dos soldados lo vigilaban.
Petróleos mexicanos, Pemex, tiene cantidad de intereses en esta región. Uno de sus ductos pasa por aquí, por La Condusa. Uno de sus problemas, también. El crimen organizado “ordeña” los ductos de Pemex y contrabandea el combustible. El 80 Batallón de Infantería del Ejército mexicano cuida de que nadie ordeñe demasiado. El testigo dice que igual confundieron a Víctor con un “ordeñador”.
“Últimamente ellos piensan que todo el que va por La Condusa va a ordeñar. Uno ya no tiene la confianza ni para bajarse a desaguar”. A orinar.
Un testigo dice que está seguro de que Víctor estaba en el suelo y que dos soldados lo vigilaban
El lunes se corrió la voz: el Ejército había levantado a Víctor. El martes, amigos y familiares salieron a buscarle. No lo encontraron. El martes, también, encontraron la camioneta de Víctor, su camioneta de mecánico.
Como en Veracruz es época de cosecha de la caña de azúcar, temporada de zafra, el mecánico tenía mucho trabajo. Los campesinos necesitaban que acudiera a arreglar unos frenos a sus campos, un carburador, una llanta ponchada. “Víctor”, dice el testigo, “iba aquí y allá. Le llamaban y él iba”.
Desde el martes, familiares y amigos del joven protestaban frente al destacamento del 80 Batallón de Infantería del Ejército en la colonia Primero de Mayo. Ayer, la esposa del muchacho y Carlos, su hermano, acudieron a las dependencias de la fiscalía de Veracruz en Tierra Blanca. Querían denunciar. Allí, en un galpón semicubierto, se encontraron a los familiares de los cinco muchachos desparecidos el 11 de enero. Allí acampan desde hace 54 días. Por la tarde les atendió la fiscalía, la gendarmería, la Fuerza Civil de Veracruz… Por la tarde, una capa de ceniza negra, producto de la zafra, cubría el piso del galpón.
Ya era de noche cuando llegaron cuatro soldados a la fiscalía. Pertenecían al destacamento de la colonia Primero de Mayo. Uno de ellos, que no quiso identificarse, dijo que venían a dar parte de la protesta del miércoles. “Éramos diez soldados y afuera habían 40 o 50 gentes”, dijo.
Los soldados se cruzaron varias veces con los familiares de Víctor. Se miraron a los ojos. No se dijeron nada.
A última hora de la tarde, un agente de la fiscalía llamó a Carlos y le dijo que habían encontrado un cuerpo. Le dijo además que estaba en avanzado estado de descomposición.
A las diez de la noche, Carlos, Laura, Luis Alberto y familiares de los cinco jóvenes desaparecidos se sentaron delante de un televisor en el galpón. Carmen Aristegui entrevistaba en CNN a Bernardo Benítez, el padre de Bernardo Benítez, uno de los cinco. Hace unas semanas, las autoridades encontraron restos de su hijo en un rancho a una hora en carro de aquí. Ellos han pedido una segunda opinión. Peritos argentinos analizan ahora un trozo de hueso y una mancha de sangre.
A las 22.10, los agentes de la fiscalía condujeron a Carlos y a Laura al servicio médico forense de Tierra Blanca. ¿Es posible que un cuerpo empiece a descomponerse tan rápido? Si lo hubieran matado el lunes, ¿es posible que ya…? “Es posible”, dijo uno de los agentes.
Carlos y Laura entraron al semefo. La barda es blanca, las letras “servicio médico forense”, verdes. Desde fuera, se escuchó que alguien le pedía unos guantes a alguien. Luego, de repente, alguien tosió muy fuerte, unas arcadas. Luego, un llanto.
Pasaron dos minutos y salió un agente de la fiscalía: “hijos de su puta madre”, susurró. ¿Sí es? “Sí es”.
Por una rendija de la puerta, se apreciaban los movimientos de dos hombres en traje blanco y mascarillas. Al fondo, en el piso, un cuerpo. Laura rogó: “No llames a tu mamá, por favor, ahorita todavía no”. Un agente tomaba fotografías con su celular. Otro dijo que tuviéramos tacto. A los dos minutos salieron Carlos, Laura y el resto de agentes. Aunque reconocieron el cuerpo, el fiscal, Marco Fabio Zavala, dijo que aún falta la prueba genética. Antes de que se fueran, uno de los peritos, embutido en un traje blanco, salió a la calle y dijo: “Trae diez litros de cloro, para las larvas”.
Eran las 22.47.
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