Félix Hoyo, doctor en filosofía, acusado de feminicidio en México
El profesor, de 69 años, experto en la doctrina de Hegel, vive en prisión desde noviembre. Familiares y colegas defienden su inocencia y exigen su liberación
El pasado 26 de noviembre, poco antes del mediodía, el profesor Félix Hoyo salió de casa para ir al tianguis. Era jueves. Hoyo, de 69 años, doctor en sociología y filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, haría sus compras, pasaría por el banco y caminaría de vuelta a casa. Sería la una de la tarde cuando tocó la campana de la puerta. Aunque tenía llave, pretendía que Olga, su mujer, saliera a ayudarle con las bolsas. Como no salía, decidió entrar. Al llegar al salón, vio a su esposa en el sillón, la cabeza hacia atrás, la cara morada. Parecía que no respiraba. Olga, observó el doctor Hoyo, se ahogaba con un pedazo de plátano.
Una semana antes, el 19 de noviembre, había ocurrido algo parecido. Olga estaba en el baño y el doctor Hoyo la escuchó toser. Como no paraba, decidió entrar. Justo cuando abría la puerta, Olga se desmayaba y caía contra la pared, golpeándose la cabeza. Se había atragantado. Olga padecía de trastorno bipolar, demencia degenerativa e hipotiroidismo. Aunque gozaba de periodos de lucidez, requería de apoyo para salvar el día a día.
Cheel Hoyo, que es hijo del matrimonio anterior de su papá, explicaba hace unos días que a Olga le costaba tragar alimentos. Los nueve medicamentos que ingería cada día, certificados por la doctora Doris Gutiérrez, adscrita al Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, provocaban esta disfunción. Un plátano, un trozo de queso, podían ser fatales. El doctor Hoyo, experto en la doctrina del filósofo alemán Friedrich Hegel, manejaba una serie de instrucciones respecto a los alimentos que ingería su esposa: “la comida cortar en 20 pedacitos pequeños para no ahogarse, masticar 10 veces”.
En sus declaraciones a la fiscalía de la Ciudad de México, el doctor Hoyo explica que aquel 19 de noviembre trató de reanimar a su esposa. La tumbó boca abajo y la arrastró junto a la escalera, de manera que su cabeza colgaba del primer escalón. En esa postura, el doctor Hoyo le palmeó la espalda, sin resultado. Entonces llamó a Juan, el jardinero, para que le ayudara. Cheel recordaba hace unos días que Juan tomó a la esposa de su papá y le apretó el abdomen. O al menos eso le contó.
Aquella vez Olga se salvó. A la semana siguiente, sin embargo, Juan no andaba por allí y el doctor Hoyo, con sus 57 kilos, carecía de la fuerza necesaria para imitar al jardinero. Fue entonces, de acuerdo a sus declaraciones a la fiscalía, cuando llamó a la caseta de vigilancia de la entrada de la calle. Los vigilantes llamaron a su vez a una ambulancia. Al rato, cuando llegaron, los paramédicos solo pudieron certificar la muerte de su esposa.
El agente, contaba Cheel Hoyo, sugirió que cambiaran la declaración de su papá a cambio de un arreglo económico
Semanas después de todo aquello, el diario La Jornada empezó a publicar cartas de lectores que contaban el caso de Félix Hoyo y su esposa. Hacía casi un mes que el doctor Hoyo vivía recluido en prisión. Los doctores que practicaron la necropsia al cuerpo de Olga concluyeron que la mujer, de 64 años, había muerto asfixiada; que alguien la había asfixiado. La fiscalía acusaría a Félix Hoyo de feminicidio. La pena oscila entre 30 y 60 años.
Las cartas de La Jornada, todas en respaldo al doctor Hoyo, venían firmadas por colegas de la Universidad de Chapingo y la Universidad Autónoma Metropolitana, donde daba clases. Personalidades como Miguel Concha, director del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria o el intelectual Adolfo Gilly mandaron igualmente las suyas.
Hasta ahora, La Jornada sigue reproduciendo las cartas que le mandan. El 18 de febrero, la sección El Correo Ilustrado iniciaba con una misiva de los sobrinos de Olga que, en resumen, exculpan a Félix Hoyo de la muerte de su tía.
La tarde del jueves 26 de noviembre, la policía condujo a Félix Hoyo a la fiscalía para que rindiera declaración. Cheel le acompañó. La fiscalía piensa que los golpes que Olga presentaba en la cara abrían la posibilidad de que el doctor Hoyo la hubiera golpeado.Luego la habría asfixiado. Él defiende que en su intento por reanimarla, boca abajo, con la cabeza colgando del escalón, Olga se golpeó la cara.
Después de declarar, los agentes de la fiscalía llamaron a Cheel. Cuando acabó, a eso de la una de la mañana, uno le llamo aparte y le dijo: “Vamos a ser sinceros. Yo si subo así la declaración de tu papá, así como yo lo veo, para mí que le puso en la madre y la mató”. El agente, contaba Cheel, sugirió que cambiaran la declaración de su papá a cambio de un arreglo económico. Él le preguntó que de cuánto estaban hablando. El otro le dijo que hablara con su papá y se pusieran de acuerdo. Cheel entonces fue a consultarle y el doctor Hoyo, aseguraba, se negó.
El lunes 30 de noviembre, las autoridades judiciales de la Ciudad de México consignaron a Félix Hoyo al reclusorio sur. Ahí vive desde entonces. El mismo día, los familiares de Olga la enterraron.
Resulta evidente que ninguna hipótesis es descartable. Un hombre de 69 años desesperado, su esposa que apenas se vale por sí misma, una situación límite… En todo caso, a día de hoy, los familiares de Olga, los colegas del profesor, su hijo, defienden su inocencia y exponen un panorama en el que Félix Hoyo parece una víctima del sistema. En México, dice la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se abusa de la prisión preventiva de manera habitual.
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