Kate y Moreira: la justicia bipolar
En México los amigos del soberano se sienten intocables. A los amigos, impunidad
Parece una broma inocente, pero en realidad el remate del tuit enviado por las autoridades españolas resultó devastador: “Detenido en Barajas Humberto Moreira por Orden Fiscalía Anticorrupción. Esta tarde pasa a disposición de Audiencia Nacional. #misióncumplida”. Se trata de un parafraseo del tuit con el que el presidente Enrique Peña Nieto anunció al mundo unos días antes la aprehensión de El Chapo: “Misión cumplida: lo tenemos. Quiero informar a los mexicanos que Joaquín Guzmán Loera ha sido detenido”.
Al aludir al tuit presidencial, la Fiscalía española profundizaba, quizá sin saberlo, la polémica que el hashtag “misión cumplida” generó en México, por la molesta autocongratulación por una misión que nunca habría existido si no se hubiera permitido la fuga del delincuente.
Pero el fraseo de la Fiscalía resultó devastador por una segunda razón. Moreira, el exgobernador de Coahuila detenido en el aeropuerto acusado de lavado de dinero, es amigo personal y aliado político de Enrique Peña Nieto. Apelar a la expresión “misión cumplida” constituye a la vez un recordatorio, una mofa y un jalón de orejas sobre la verdadera misión que tendrían las autoridades mexicanas: revertir la impunidad entre sus allegados.
Humberto Moreira fue una de las cabezas del club de gobernadores que llevó a Peña Nieto a la presidencia. Se convirtió en líder del PRI durante la campaña y se daba por descontado que sería miembro del nuevo Gabinete. Para su desgracia, documentos revelados por la prensa mostraron que la tesorería de Coahuila se había endeudado por encima de sus posibilidades gracias a la falsificación de documentos presentados a la Secretaría de Hacienda. La deuda pública de la entidad, cuya población no llega a tres millones, pasó de 15 millones de dólares a 2.700 millones en el período de este político. Parte del dinero acabó en cuentas personales del tesorero y del secretario particular de Moreira, según tribunales de Estados Unidos. Nunca se ha podido comprobar si algunos de estos fondos fueron utilizados en la campaña presidencial, entre otras cosas porque nunca fueron investigados. Los últimos dos años el exgobernador residió en Barcelona, con el pretexto de cursar un posgrado.
El caso de Moreira muestra una vez más la indolencia del Gobierno mexicano con respecto a la corrupción. No existe ninguna estrategia para combatirla, sólo esfuerzos puntuales para acotar el daño de imagen que ocasiona al Gobierno cada uno de estos desfiguros. Hace unos días alguien filtró a la prensa conversaciones sostenidas hace meses por la actriz Kate del Castillo y El Chapo y su abogado, seguramente grabadas clandestinamente por las autoridades. Lo cual lleva a suponer que existiría el registro de otras conversaciones entre el entorno del capo y diversas autoridades que les otorgan protección. En materia de corrupción la información de los fiscales mexicanos con frecuencia no está destinada a procesar a miembros de la élite sino a desacreditar a personajes incómodos al poder. Por las reacciones del Gobierno ante el anuncio de la Fiscalía española, resulta evidente que el Gobierno mexicano no ofrecerá información que ayude a documentar los delitos de Moreira. En el caso que nos ocupa la misión parecería consistir en hundir a Kate del Castillo y, por otro lado, exonerar al exgobernador.
La Administración de Humberto Moreira procesó ingentes cantidades de dinero de manera cuestionable, por no decir criminal. La justicia mexicana no objetó el tráfico de cientos de millones de dólares; la justicia española lo detuvo por el origen cuestionable de 200.000 euros. La misión cumplida por unos es reflejo de la misión incumplida por otros.
Lo dicho: corrupción existe en todos lados, el tema de fondo es el tratamiento que merece en un país u otro. En suma, el tema es la impunidad. Mientras que en España son capaces de llevar a juicio a la hermana y al cuñado del Rey, a la poderosa familia Pujol, a Messi o a Neymar, en México los amigos del soberano se saben intocables. A los amigos, impunidad; a los enemigos, justicia arbitraria.
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