La telegenia de un pragmático
El candidato elegido por el PRI para volver al poder tras 12 años tiene una corta pero intensa carrera política
Sus compañeros de la infancia recuerdan a Enrique Peña Nieto (Atlacomulco, Estado de México, 1966) como un niño muy bien acicalado, de buenos modales y que gustaba de poner por escrito sus compromisos. Y en eso no ha cambiado el hombre encargado de devolver al PRI al poder después de 12 años. Licenciado en derecho por la Universidad Panamericana, vinculada al Opus Dei, su carrera política ha sido corta pero intensa: fue gobernador del Estado de México, el más poblado del país, se le considera el diputado 501 de la pasada legislatura por su influencia en el Congreso y, pese a su juventud, ha logrado dominar a su viejo partido. También ha gastado millones en promover su imagen televisiva. Pero, paradójicamente, desde un punto de vista ideológico es un desconocido cuyo único credo político es el pragmatismo. En ese sentido, como dijo Churchill de Rusia, el candidato del PRI parece ser “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.
Viudo de su primera mujer, cuya muerte fue objeto de múltiples especulaciones, siempre desmentidas por el candidato, padre de cinco hijos, dos de ellos fuera del matrimonio, y mujeriego confeso, su segunda boda con la actriz de telenovelas Angélica Rivera, La Gaviota, contribuyó a alimentar su imagen de galán de culebrón. Injusta o no, lo cierto es que ha desperdiciado varias ocasiones para desmentir públicamente el cliché. Su patinazo más estrepitoso ocurrió en la Feria de Guadalajara, donde, a preguntas de un periodista, no fue capaz de mencionar otro libro distinto a la Biblia y confundió títulos y autores atribuyendo al historiador Enrique Krauze una obra de Carlos Fuentes.
El traspié incendió las redes sociales pero no enfrió su ventaja en las encuestas. También supo esquivar el escándalo de corrupción de Humberto Moreira, gobernador de Coahuila y presidente del PRI, cuya dimisión en diciembre pasado supuso un gran alivio para el candidato. Y sorteó la investigación a tres exgobernadores priístas de Tamaulipas por supuestos nexos con el crimen organizado. Pero la piedra en el camino hacia la presidencia le estaba esperando el 11 de mayo en el lugar más insospechado, la elitista Universidad Iberoamericana de México, adonde acudió para participar en un diálogo y acabó arrinconado contra las cuerdas por una sonora protesta de estudiantes.
El golpe fue inesperado pero su torpe reacción solo logró echar más sal en la herida. La imagen del candidato refugiado por fuera de un baño mientras se trazaba una ruta de escape, reproducida inmisericordemente en Youtube, y su insistencia en atribuir el incidente a un complot de alumnos porros (reventadores infiltrados) fue el inesperado parteaguas de la campaña. Y la gota de indignación necesaria para impulsar el movimiento estudiantil Yo Soy 132, surgido en principio como grupo apolítico y luego claramente decantado en contra del candidato del PRI.
Peña Nieto había construido su campaña en sus supuestos logros como Gobernador del Estado de México, resumidos en el lema “608 compromisos cumplidos”. Pero precisamente un acontecimiento de ese pasado político fue el que agitaron entonces con más fuerza sus detractores: los sucesos de 2006 en San Salvador de Atenco, donde el enfrentamiento entre la policía y los habitantes del pueblo dejaron dos muertos, cientos de detenidos y numerosas denuncias a los agentes por violaciones y vejaciones sexuales. El grito “Atenco, Atenco”, se convirtió así en el eslogan a la contra del candidato.
La irrupción del movimiento de protesta provocó o tal vez simplemente coincidió con su momento de popularidad más bajo. El 31 de mayo un sondeo del diario Reforma lo situaba solo cuatro puntos por encima del candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, una ventaja escuálida para el hombre que había llegado a doblar a sus máximos rivales en los pronósticos. Un mes después, algo enfriado el ánimo de la revuelta, las últimas encuestas lo devolvían con cierta suficiencia a Los Pinos. En eso no había demasiadas dudas. La duda es más bien qué PRI volvería al poder y qué esconde su candidato bajo ese copete (tupé) sobre el que tantas bromas se han hecho.
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