Sanidad pública universal: el gran legado de Ernest Lluch
El ministro socialista se enfrentó al terrorismo de ETA y además ayudó a construir el Estado de bienestar en España
El viernes pasado hizo un cuarto de siglo desde que ETA asesinó a Ernest Lluch en el garaje de su casa barcelonesa. Es bueno no olvidar lo que cada uno ha hecho para la mejora de la vida de sus semejantes. Lluch, socialista catalán, ministro de Sanidad y Consumo en ...
El viernes pasado hizo un cuarto de siglo desde que ETA asesinó a Ernest Lluch en el garaje de su casa barcelonesa. Es bueno no olvidar lo que cada uno ha hecho para la mejora de la vida de sus semejantes. Lluch, socialista catalán, ministro de Sanidad y Consumo en el primer Gobierno de Felipe González (1982-1986), fue el factótum de algo tan importante como que los ciudadanos españoles tengamos derecho a una sanidad pública y universal que, durante muchos años, antes de que comenzasen los intentos de privatizarla y debilitarla, fue la auténtica joya de la corona.
En este aspecto, la figura de Lluch recuerda la figura de Aneurin Bevan, el ministro de Salud del Gobierno británico de Clement Attlee, que creó el Sistema Nacional de Salud británico inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Al contrario que Bevan, que provenía de una familia obrera, que había trabajado en las minas de carbón y fue dirigente sindical antes de entrar en el Gobierno que sustituyó a Winston Churchill al acabar la contienda, Lluch era economista, catedrático de Historia de las Doctrinas Económicas y provenía del Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC). En 1948, Bevan presentó un servicio de salud basado en tres principios: atención gratuita, financiación a través de impuestos y universalidad. El Estado de bienestar había dado un gran salto adelante.
Clement Attlee estableció las señas del laborismo británico, que duraron más o menos hasta la era de la revolución conservadora y de Margaret Thatcher al frente del Ejecutivo: Estado de bienestar, nacionalización de las principales industrias “de chimenea” (carbón, electricidad, ferrocarril, acero), e impulso, central en su política económica, de medidas sociales como la vivienda pública, la educación o la seguridad social. Por cierto, que esas nacionalizaciones fueron característica del laborismo británico mucho más que de la socialdemocracia del norte de Europa.
La idea de un Estado de bienestar había nacido de la imaginación de Churchill, que en plena Segunda Guerra Civil encargó a sir William Beveridge un informe del que salieron las principales consignas para combatir las lacras de la sociedad británica denominadas las “cinco gigantes”: pobreza, miseria, desempleo, enfermedad e ignorancia. Muchos atribuyen a Beveridge la frase de la protección al ciudadano “desde la cuna hasta la tumba” (“from the cradle to the grave”), pero es probable que ella no saliese de su boca antes que de la de otros. También en Gran Bretaña, bastantes años antes, había aparecido el movimiento fabiano. En 1908, dos de sus componentes, el matrimonio formado por Beatrice y Sidney Webb, firmó entre otras personas un informe, Minority Report, en el que se hablaba de un “Estado administrador”, de un sistema de atención pública desde la cuna hasta la tumba, con el que se aseguraría “un estándar mínimo nacional de vida civilizada (…) para todos los ciudadanos por igual, de cualquier clase y sexo, con lo que queremos decir una alimentación suficiente y una formación adecuada en la infancia, un salario adecuado mientras se está en condiciones de trabajar, atención médica en caso de enfermedad y unas ganancias modestas, pero aseguradas para la invalidez y los ancianos”.
Además de tratar de corregir la penosa situación económica de los primeros años ochenta e iniciar las reconversiones industrial y financiera, los primeros gobiernos de Felipe González centraron su atención en la construcción de un Estado de bienestar español que poco a poco se fue armando: la educación pública y el fin del analfabetismo (José María Maravall), la protección frente al desempleo y la preparación para universalizar el cobro de pensiones (Joaquín Almunia), y una sanidad universal y gratuita que se fue descentralizando (Ernest Lluch).
Este es el Lluch que queremos subrayar hoy aquí, aunque su intervención pública más conocida sea aquella en la plaza de la Constitución de San Sebastián, en el año 1999, rodeado de vociferantes simpatizantes de ETA, cuando les dijo a pleno pulmón: “¡Qué alegría llegar a esta plaza y ver que los que ahora gritan antes mataban (…)! ¡Gritad más, que gritáis poco, que no sabéis gritar!”. Apenas un año después lo asesinaban, tiroteándole.