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Karl Marx está vivo (y tiene muchos herederos)

El gran referente clásico de la izquierda vuelve a ser reivindicado y reinterpretado. Sus ideas resuenan como una revancha ante quienes aseguraban que los conflictos de clase eran cosa del pasado. Su influencia es evidente en pensadores contemporáneos y en el análisis poscapitalista, que incluye ideas como la renta básica universal, el decrecimiento o la sociedad postrabajo apoyada en las máquinas

Marx sigue ahí. Ya en 2008, cuando la crisis financiera global inició esta época de policrisis y atolladero, numerosas voces quisieron desempolvar la figura del barbudo pensador de Tréveris (Alemania). Hubo un tiempo en el que...

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Marx sigue ahí. Ya en 2008, cuando la crisis financiera global inició esta época de policrisis y atolladero, numerosas voces quisieron desempolvar la figura del barbudo pensador de Tréveris (Alemania). Hubo un tiempo en el que Margaret Thatcher presumía de que Marks & Spencer —los grandes almacenes británicos, símbolo del capitalismo— habían derrotado a Marx & Engels, pero resulta que en pleno siglo XXI, cuando los problemas existenciales parecen venir en todas las direcciones, Marx continúa inspirando a numerosas corrientes de pensamiento y a todo tipo de herederos. Sobre las derivadas de su obra se habló, por ejemplo, en La actualidad de Marx: nuevas lecturas y perspectivas, un exitoso congreso celebrado en junio en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid bajo la dirección de Clara Ramas y César Ruiz. Ahora el libro A la sombra de Marx (Akal), de César Rendueles, sigue explorando el encaje del filósofo alemán en estos tiempos turbulentos. “Creo que el marxismo sigue siendo importante porque es un poco la voz de la revancha del siglo XX sobre quienes nos aseguraron que las crisis económicas o los conflictos de clase eran cosas del pasado en un mundo globalizado y digitalizado”, dice Rendueles.

Marx sigue siendo seminal. “En la situación de crisis permanente del capitalismo, a muchos niveles, político, social, ecosocial, Marx tiene muchas respuestas. Se puede leer a Marx en busca de esas respuestas al capitalismo catastrófico en el que estamos instalados”, dice Ramas. No es un pensamiento marginal: Marx fue elegido en 2023 pensador más influyente para la izquierda actual (seguido de Judith Butler, artífice fundamental de la teoría queer) en una encuesta de este suplemento Ideas y, en efecto, ejerce influencia en variopintos autores contemporáneos como el geógrafo David Harvey, críticos culturales como Terry Eagleton o Mark Fisher, filósofos como Slavoj Žižek, Silvia Federici, Nancy Fraser o Franco Bifo Berardi, historiadores como Alex Gourevitch, el economista Thomas Piketty, el aceleracionista Nick Srnicek y visiones ecologistas como las de Andreas Malm o Kohei Saito, por citar solo algunos.

Volver al autor sin dogmatismos

La corriente Nueva Lectura de Marx trata de volver al autor original, alejado de deformaciones y dogmatismos, considerando sus textos como una obra abierta en la que se diferencian varias fases: no hay solo un Marx. Este movimiento rechaza la idea de determinismo histórico que augura que el capitalismo se derrumbará inevitablemente víctima de sus contradicciones internas: el sistema solo desaparecerá como resultado de una acción humana consciente.

¿Qué puede aportar ese Marx al análisis de la actualidad? Al menos tres ideas básicas, según explica Michael Heinrich, profesor de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berlín, autor de Crítica de la economía política: Una introducción a ‘El Capital’ de Marx (editorial Guillermo Escolar), una figura destacada de la Nueva Lectura de Marx y participante en el congreso de la Complutense. Primero, que es una ilusión pensar que el capital produce ganancias o intereses: todo valor sale del trabajo humano. Así, “cuando algunos obtienen ingresos sin trabajar, otros deben trabajar, disfrutando solo de una parte de los resultados de su trabajo”, explica Heinrich (no como un juicio moral, aclara, sino como una realidad fáctica). Segundo, que la meta de la producción capitalista es el lucro —la satisfacción de necesidades es solo un efecto colateral— y que esa producción es destructiva para los trabajadores y el medio ambiente. “Se puede intentar imponer límites políticos a este proceso de destrucción, pero el capital siempre encontrará maneras de eludir dichas regulaciones o presionar políticamente para abolirlas”, señala el experto. Y, tercero, el desarrollo capitalista está trufado de crisis, que no son casualidad ni error: son el resultado de la carrera por la ganancia.

El mundo ha cambiado mucho desde la época de Marx (globalización, desproletarización, debilitamiento del Estado soberano) y el capitalismo ha adoptado nuevas formas: de la hegemonía socialdemócrata de posguerra, que levantó el Estado de bienestar, se pasó al capitalismo salvaje neoliberal; ahora se ensayan nuevas formas de proteccionismo y autoritarismo, y hasta se habla de un neofeudalismo en construcción. Las citadas ideas de Marx, sin embargo, siguen vigentes y sus lecturas actuales huyen de la cerrazón. En ocasiones la teoría marxista ha sido caracterizada como un relato religioso, con sus Sagradas Escrituras, su teleología y sus santos, y ha sido citada como se cita al Evangelio: como una verdad revelada. Pero no es el enfoque actual: “Marx no elogió El capital como una nueva Biblia. Al final del prefacio del primer volumen, escribió que toda crítica científica es bienvenida, y no era solo una frase”, dice Heinrich. El propio Marx, molesto con estas derivas, declaró en una ocasión no ser marxista. Rendueles también recomienda no ponerse intensos: la teoría marxista no es imprescindible para abordar los problemas sociales y “cualquier cosa” que se publique hoy sobre Marx podría llevar por subtítulo “rascando lo quemado de la olla”, por la dificultad de encontrar nuevos enfoques y la tendencia a la sobreinterpretación.

“¿Ha habido alguna vez un pensador más caricaturizado?”, se pregunta Terry Eagleton, con ese estilo único que infiltra el humor sin perder profundidad, en su ensayo Por qué Marx tenía razón (Península, 2011). No es una defensa cerrada de Marx, “pero la verdad es que tuvo la suficiente razón a propósito del razonable número de cuestiones importantes como para que llamarse marxista pueda ser una descripción juiciosa de uno mismo”, escribe. Pone en valor el poder de Marx para influir en la historia y para detectar y describir por primera vez esa cosa dentro de la cual vivimos, llamada capitalismo. Y, lejos de estereotipos, muestra a un Marx con fe en el individuo, ajeno a dogmatismos, favorable a la diversidad y no a la uniformidad, desconfiado del Estado, fuertemente demócrata y no demasiado interesado en una sociedad perfecta: lo contrario de su imagen más extendida.

Las ideas de Marx son herramientas con las que desatascar y analizar problemas contemporáneos. La pensadora Silvia Federici ha teorizado sobre cómo la acumulación originaria de capital se realizó a costa del trabajo no remunerado de las mujeres. El aceleracionista Nick Srnicek estudia cómo el capitalismo de plataformas acumula y genera plusvalía a través de explotar los datos y no el trabajo humano. El propio Srnicek, junto con Helen Hester, explora las posibilidades de socializar el trabajo doméstico y de cuidados. El geógrafo David Harvey ha hecho lo propio con la desposesión en el territorio urbano, defendiendo el derecho a la ciudad. Por cierto, la diferencia entre valor de uso y valor de cambio es fundamental para entender la crisis de la vivienda: no es lo mismo un piso para vivir que un piso para especular. Ya Marx señaló cómo el valor de uso se acababa subordinando al valor de cambio, y una visión marxista del proceso es la dada por Lisa Adkins y Melinda ­Cooper. Y aunque las soluciones del economista Thomas Piketty son reformistas, de corte socialdemócrata, y no revolucionarias, es notorio que su celebérrima obra se titule El capital en el siglo XXI.

Hay más: el ecosocialista japonés Kohei Saito, partidario de un comunismo decrecentista, es autor de El capital en la era del Antropoceno (Ediciones B, 2022), donde niega que Marx fuera un autor productivista y destaca su preocupación medioambiental. Unos famosos versos de La Internacional dicen: “Agrupémonos todos en la lucha final”. “Pues la crisis ecológica es esa batalla final”, dice César Rendueles, “en el sentido literal de que si fracasamos en la descarbonización no habrá más batallas, al menos tal y como ha sido entendida la lucha política emancipadora en la modernidad. Eso deja al marxismo en una situación incómoda”. Por un lado, el ecologismo marxista ha sido lúcido al apuntar a las raíces estructurales de la crisis ecosocial, pero, por otro, el marxismo político ha pensado que las sucesivas crisis ofrecerían una oportunidad de cambio radical: lo crucial era tener una brújula política para saber aprovecharla. “Ahora mismo, más que una brújula necesitamos un cronómetro”, dice Rendueles, “tenemos dos o, como mucho, tres décadas para descarbonizar la economía mundial. Y creo que el marxismo tiene algo muy importante que decir en esa batalla”. Para ello tiene que actuar de manera realista y pragmática.

Es tarea pendiente de la izquierda, además, articular la heterogeneidad de luchas: la izquierda ya no es solo obrera, como en tiempos de Marx, sino que contempla ejes como el citado ecologismo, el feminismo, lo LGTBIQ+ o el antirracismo, que, por el momento, envueltos en falsos dilemas (¿es preciso elegir entre el obrerismo clásico y las nuevas izquierdas surgidas en los sesenta, eso que algunos llaman lo woke?), no han conseguido un engarce óptimo. César Ruiz señala que las actuales condiciones de emergencia climática pueden poner al sistema capitalista en un brete, por las convulsiones sociales que produce, y que el sujeto revolucionario actual debe ser más amplio que el obrero fabril organizado. “Esta época donde las condiciones sociales cada vez están más degradadas es un momento en el que la sociedad se puede activar y transformar el capitalismo”, dice el profesor de la Complutense.

El amanecer poscapitalista

Tras la caída de la Unión Soviética y el fracaso del socialismo real, cuando hay controversia sobre si el Partido Comunista Chino persigue el comunismo o juega al capitalismo mejor que los capitalistas, los críticos con el sistema prefieren hablar de poscapitalismo: una perspectiva abierta y múltiple que incluye líneas como la renta básica universal, el decrecimiento, el feminismo, la economía verde o una sociedad postrabajo gracias a las máquinas. “La palabra comunismo tiene mala fama, aunque haya quien todavía reivindique el marxismo-leninismo, un proyecto fallido asociado a dictaduras totalitarias que no desplegaron potenciales emancipatorios. La actual idea de una sociedad poscapitalista sigue apuntando a esa emancipación: un sistema en el que la búsqueda de beneficio y la ley de la oferta y la demanda no rijan la existencia de las personas”, explica Ruiz. En las propuestas poscapitalistas no se baraja una economía centralizada controlada por un Estado omnímodo, sino que se contempla espacio para el mercado como una herramienta útil. Lo que se critica es que el mercado, como en el neoliberalismo, colonice todas las facetas de la vida humana, mercantilizando la existencia.

En el otro lado, la derecha y la ultraderecha siguen teniendo a Marx muy presente, empeñadas en que el fantasma del comunismo sigue recorriendo el mundo. Un comunismo que, ante el triunfo del capitalismo sin límites, parece más fantasmático que nunca. Comunismo o libertad, dice el eslogan derechista, mientras se agita el marxismo cultural, una teoría de la conspiración que asegura que la izquierda, derrotada en el campo económico, trata de dominar el mundo a través del campo cultural (precisamente el campo en el que la ultraderecha da la batalla). “La expresión marxismo cultural merece toda nuestra atención: funciona como una reapropiación de la noción de hegemonía de Gramsci. Algunos en la derecha reivindican abiertamente la herencia de Gramsci, al tiempo que desvían su pensamiento a fines políticos radicalmente opuestos a los del teórico italiano”, dice Pierre Dardot, autor de El ser neoliberal (Gedisa), junto a Christian Laval, y participante en el congreso de la Complutense. Para el francés la derecha no debería presentarse como vencedora en una batalla de las ideas, cuando se ha limitado a explotar el rechazo de una parte de las clases populares a cierto “progresismo cultural”, utilizando eslóganes que evitan el pensamiento, como wokismo.

“Todo esto demuestra que la derecha y la extrema derecha tienen hoy una necesidad vital de enemigos para legitimarse, como ocurrió en los orígenes del neoliberalismo con el sindicalismo, el socialismo o el Estado de bienestar, hasta el punto de sentir constantemente la necesidad de fabricarlos: lo que llamamos enemización”, dice Dardot. Ante eso, según algunos analistas, la izquierda institucional se ha enrocado en posiciones defensivas. En el fondo, quizá el fantasma no sea el comunismo, sino el miedo a que el pensamiento vuelva a ocupar el lugar de los eslóganes.

“Supongo que en cierto sentido lo importante del marxismo es que nos da una excusa para ser pesados”, dice César Rendueles, en el sentido de seguir ocupándose de problemas tan aburridos como la pobreza o la desigualdad. Lo de “aburridos” lo dice sin ironía, porque se podrían solucionar con el actual nivel de desarrollo tecnológico, cultural y político. “En una manifestación reciente por el derecho al aborto en EE UU se veía a una mujer mayor con un cartel que decía: ‘No me puedo creer que tenga que volver a protestar por esta mierda”, concluye Rendueles. “El marxismo es un poco eso”.

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