Clara Ramas, filósofa: “Todos somos niños a la intemperie deseando que nos arropen”

La profesora y ex diputada en la Asamblea de Madrid reflexiona sobre la melancolía por la pérdida de una Edad Dorada que nunca existió, inspirándose en Marx, Proust y Karl Polanyi

La escritora Clara Ramas el pasado 25 de mayo, en Madrid.Álvaro García

Clara Ramas (Madrid, 38 años) se inició en la filosofía gracias a un buen profesor de instituto (qué importantes son los profesores de instituto) y vio que le permitía estar en dos lugares a la vez. “Puedes tener un pie dentro del mundo y otro pie fuera, tomar distancia y comprender las cosas con cierta perspectiva”, explica. Ramas es profesora en la Universidad Complutense de Madrid y ha dedicado buena parte de su carrera a estudiar el pensamiento de Karl Marx.

Observa la filósofa que, en esta época crepuscular, muchos melancólicos reaccionarios buscan salidas al atolladero civilizator...

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Clara Ramas (Madrid, 38 años) se inició en la filosofía gracias a un buen profesor de instituto (qué importantes son los profesores de instituto) y vio que le permitía estar en dos lugares a la vez. “Puedes tener un pie dentro del mundo y otro pie fuera, tomar distancia y comprender las cosas con cierta perspectiva”, explica. Ramas es profesora en la Universidad Complutense de Madrid y ha dedicado buena parte de su carrera a estudiar el pensamiento de Karl Marx.

Observa la filósofa que, en esta época crepuscular, muchos melancólicos reaccionarios buscan salidas al atolladero civilizatorio en una Edad Dorada que nunca existió: la tradición, el orden, los viejos roles de género y clase, la vida mejor de nuestros padres. De eso trata su reciente libro El tiempo perdido (Arpa Editores). Si el título tiene resonancias proustianas no es casualidad: la lectura de la obra del francés ha sido una fuerte inspiración de este ensayo, que, además, está escrito con hermoso pulso literario. El año y medio que Ramas pasó sumergida en la lectura de En busca del tiempo perdido lo considera como “el mejor invertido de su vida”.

Ramas, que habla con aplomo y fluidez, nos ha citado en el Café del Monaguillo, un bar lleno de libros en el viejo Madrid. Dice que la doble dimensión que permite la filosofía, ese estar dentro y fuera, también le fue útil cuando fue diputada regional de Más Madrid, donde ejerció como “el filósofo que contempla el juego de lo real, pero que a la vez está implicado en él”.

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Pregunta. Los filósofos se dedican a las grandes ideas de la política, pero la política parlamentaria suele suceder más cerca de la inmediatez y el fango.

Respuesta. En política institucional notaba ese desnivel, muchas veces solo había lugar para la declaración de Ayuso, el tuit de Feijóo o la frase de Sánchez. No hay tiempo para temas importantes: nuestra relación con el trabajo, la reducción de la jornada laboral o la idea de una renta básica.

P. O sea, para hablar de política en serio, mejor no estar en política…

R. Hay momentos en los que hace falta intervenir. Yo no fui de las primeras, porque estaba encerrada terminando mi tesis, pero desde el 15-M hubo un imperativo de participación para mi generación.

P. ¿Por qué Marx?

R. Me interesa su análisis de la sociedad capitalista: cómo no puede ser transparente para sí misma, cómo se encubre y genera poderes que ya no puede controlar. Así sentimos que el dinero nos gobierna a nosotros y no nosotros al dinero, que los mercados dominan a los parlamentos, y no a la inversa.

P. También cita a otro Karl, Karl Polanyi.

R. Sí, Polanyi estudia el efecto de que las instancias que gobiernan la sociedad no sean políticas, sociales, familiares o religiosas, sino que sea el mercado. Eso genera disfunciones, y el lado comunitario de la sociedad trata de defenderse. El fascismo, según Polanyi, es una reacción que sacrifica la democracia para defenderse del mercado. Es una salida regresiva y autoritaria, y creo que tiene que ver con lo que pasa ahora.

P. Se suele hablar de la sociedad de mercado de forma neutra, no como anomalía.

R. Siempre ha habido mercados, no es algo que haya inventado el capitalismo, pero tenían un lugar acotado dentro de otras instancias sociales que decidían para qué queremos producir lo que producimos. Decía Aristóteles que un crecimiento ilimitado de la riqueza como fin de la sociedad sería absurdo, porque, en ese caso, no es el ser humano el que decide para qué utiliza la riqueza, sino la riqueza la que utiliza al ser humano para crecer. El griego veía esto ridículo y pensaba que no sucedería nunca. Pero el capitalismo es eso: no decidimos lo que queremos hacer con nuestras vidas, nuestras calles, recursos naturales… Lo decide el capital.

P. En su libro habla de una Edad Dorada irrecuperable.

R. Nos lleva a una situación de desamparo, donde ni siquiera tenemos cosmovisiones religiosas o de valores que den una explicación, eso ya no nos sirve. Una salida es mirar al pasado y pensar que ahí tuvimos todo lo que ahora echamos en falta: valores, familia, una clase, una patria, una identidad… Así, la única salida sería repetir el pasado.

P. Un pasado que nunca existió.

R. Un pasado que, efectivamente, no fue así porque la humanidad lleva anhelándolo desde el principio: ya en la Antigüedad se extrañaba una Edad Dorada previa. Y, sobre todo, que no puede repetirse porque los problemas que enfrentamos ahora son otros.

P. Usted es una estudiosa de la Modernidad. ¿Cómo se compagina la idea de la Caída con la del Progreso?

R. La Modernidad hizo la apuesta optimista de que, aunque fuéramos animales desnudos, teníamos la Razón, de la que salían ideas de libertad, de emancipación, de ciencia, que daban sentido a la Historia. Ahora la idea de que estamos en el ocaso es ya parte de la cultura de masas, y tiene que ver con unas posibilidades de destrucción que antes no existían: guerra nuclear, colapso ecológico, pandemia… La confianza moderna en el Progreso se ha perdido: la angustia por la pérdida del origen se une a la falta de fe en el futuro. ¿Qué fines nos marcamos en la ausencia de esos grandes relatos?

P. ¿Qué fines?

R. Hay que construir un nuevo sentido colectivo. Ya no puede ser el gran relato moderno del progreso de la Razón, pero tampoco la vuelta a cosmovisiones compactas y cerradas premodernas, que es la solución que hoy proponen muchos.

P. Ahora es difícil encasillar las ideologías, habla usted de “híbridos y centauros”.

R. Las viejas categorías de izquierda y derecha ya no sirven. Siguen existiendo la derecha y la izquierda clásicas, pero los nuevos actores desde ambos lados son híbridos. Por ejemplo, en la derecha posmofascista, que es como una versión retrowave del fascismo, se mezclan los valores morales reaccionarios con una estética y ética del aceleracionismo de las redes. Y tenemos la izquierda rojiparda que usa una retórica izquierdista u obrerista unida a valores conservadores en asuntos como seguridad, familia o inmigración.

P. En una reciente cumbre de Vox se aplaudían al mismo tiempo posturas proteccionistas y ultraliberales.

R. Sí, incluso se dan posiciones opuestas. Pero señalar estas contradicciones no debe impedir reparar en que están sabiendo organizarse y apoyarse formando una verdadera internacional reaccionaria, absorbiendo el espíritu de la Internacional Comunista. Le Pen y Milei coordinados para un mismo objetivo: frenar algunos de los avances que ha habido en los últimos años.

P. Estos híbridos de la derecha tienen un punto en común: el rechazo al feminismo.

R. Los ladrillos que componen al sujeto reaccionario son móviles: uno puede ser más o menos patriota, capitalista… Todo se mueve en estos reaccionarios melancólicos excepto una cosa: su oposición al feminismo. La identidad tradicional binaria de género es vista como un último bastión en el que refugiarse: por eso la reacción contra el feminismo ha sido fuerte, sobre todo en hombres en posiciones vulnerables.

P. Hay quien tiene nostalgia, desde la derecha, del PSOE “de antes” o el feminismo “de antes”.

R. Me molesta especialmente este tipo de melancólico que se disfraza de equidistancia o extremocentrismo. Como si al feminismo de antes, desde el s. XVIII, no se le hubiera insultado y acusado de terminar con la organización social y la maternidad. El feminismo siempre ha sido rompedor. Y también el PSOE de antes era vilipendiado por la derecha.

P. La lectura de Proust le ha inspirado.

R. Hasta que no lees a Proust parece que no te has enamorado de verdad o que no has perdido a un ser querido de verdad. Las cosas de la vida cobran su verdad, Proust las hace así de vivas. Plantea la duda de si podemos recuperar ese tiempo perdido, que para él tiene que ver con la infancia: las miles de páginas que escribe son el intento de hacer eterno ese momento en el que su mamá le arropaba. Todos somos niños a la intemperie deseando que nos arropen. Pero Proust deja claro que esa sensación de estar arropados solo se puede construir desde la literatura. No hay atajos para esa sensación de hogar.

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