Valeria Campos, filósofa: “La relación más íntima que uno tiene con el mundo es cuando come algo”
La pensadora y escritora chilena publica ‘Pensar/comer’, un libro donde critica que su disciplina haya marginado la reflexión sobre cómo nos alimentamos
Cuando la filósofa chilena Valeria Campos (Santiago, 41 años) se enfermó de covid, previo a las vacunas, su mayor preocupación fue la comida. Con síntomas leves, pero sin olfato ni gusto durante semanas, era incapaz de entender que los afectados no pusieran el grito en el cielo. Si uno de los síntomas fuese la pérdida de la visión, reflexionaba, los científicos hubiesen salido en horda a busca...
Cuando la filósofa chilena Valeria Campos (Santiago, 41 años) se enfermó de covid, previo a las vacunas, su mayor preocupación fue la comida. Con síntomas leves, pero sin olfato ni gusto durante semanas, era incapaz de entender que los afectados no pusieran el grito en el cielo. Si uno de los síntomas fuese la pérdida de la visión, reflexionaba, los científicos hubiesen salido en horda a buscar una cura. Pero no. Se trataba del gusto, “el menos apreciado y el más denostado de los sentidos en Occidente”, según ella.
Además de la violencia, su tema nuclear de investigación, Campos llevaba buena parte de su vida ejerciendo como periodista gastronómica. Desolada ante la apatía social por este asunto, acudió a la literatura para refugiarse en la filosofía del comer. Otra vez se encontró con el silencio. Ni los grandes pensadores ni los teóricos modernos del gusto se habían adentrado en el comer en su sentido más ontológico.
La escritora y profesora de Filosofía se recuperó del todo, pero se quedó masticando la insignificancia cultural que ha tenido el sentido del gusto en la historia. ¿Cómo es que si somos lo que comemos no hemos creado un campo filosófico para entenderlo mejor? Motivada por la rabia, trabajó tres años en su nuevo libro, Pensar/comer. Una aproximación filosófica a la alimentación (Herder), que se lanzará el 17 de octubre. En una entrevista realizada este miércoles en una cafetería de Santiago, Campos sostiene que la humanidad todavía no sabe lo que es un alimento. Y que ella, junto a un reducido puñado de personas dispersas por el mundo, está abriendo un campo para intentar responder ese interrogante.
Pregunta. ¿Qué consecuencias cree que ha traído la marginación del comer en la filosofía?
Respuesta. Esta suerte de inatención en la filosofía y en la ciencia en general ha derivado en que tengamos problemas éticos, políticos y psicológicos con la alimentación. Sabemos que muchas de las prácticas para la obtención de las materias primas comestibles no son sustentables y poco éticas en muchos sentidos, desde la explotación de los recursos marinos hasta los cultivos extensivos en la agricultura. El veganismo se ha hecho cargo del sufrimiento animal, pero en general son cuestiones que no nos importan demasiado porque la industria nos acostumbró a que el choclo [maíz] era amarillo y la zanahoria naranja. No nos lo cuestionamos cuando vamos al mercado. Simplemente comemos porque hay que comer. Todos los problemas éticos y políticos asociados al acto son secundarios. Para qué decir los alimentos procesados, todos los problemas de salud… Aunque uno tampoco puede tener una relación normativa con la comida porque psicológicamente no hace bien.
P. ¿Cuál es el impacto en el ámbito psicológico?
R. Nuestros grandes problemas psicológicos están relacionados con la comida. La relación más íntima que uno tiene con el mundo es cuando come algo, porque siendo el alimento algo extraño a ti, lo vuelves parte de tu cuerpo. A uno le gustaría hacerlo con otro que ama, por eso uno usa metáforas como te comería. En el ámbito psicológico, por cómo está relacionada nuestra relación con la comida con el deseo. La palabra griega para deseo, orexis, está en la base de anorexia, vigorexia, ortorexia, todas las patologías psicológicas de los trastornos en la conducta alimentaria. Anorexia significa falta de deseo en general, pero se usa solo para nombrar la falta de deseo alimentario. ¿Por qué? Probablemente porque el deseo de alimento es el más fuerte.
P. ¿Cómo se explica que el ser humano no haya estudiado filosóficamente la relación más íntima que tiene con un algo?
R. La idea de esta relación íntima es del siglo XX. Es bastante nuevo teniendo en cuenta que hay filosofía desde hace 2.500 años. Platón ya estaba con la idea de que el deseo debe ser gobernado por la razón y los ejemplos que pone son alimentarios. La relación con la comida está marcada por el control y esto impacta a nuestra relación con la imagen corporal. Como que ser flaco es símbolo de belleza, pero ante todo es símbolo de autocontrol. Y el sobrepeso y la obesidad lo contrario.
P. ¿Cree que la falta de una mirada femenina en la filosofía afectó a que no se le diese importancia?
R. Totalmente. La alimentación siempre ha sido una cosa femenina hasta que surge la cocina profesional, a inicios del siglo XX, con la primera escuela de gastronomía, donde solo había hombres. Esto va de la mano con el hecho de que es doméstica, está encerrada en un lugar de la casa que no se ve, que es de la supervivencia, de la mujer… Todo eso llevó a la exclusión de la alimentación de los temas relevantes, también políticamente. Cuando la cocina sale de la casa y empieza a habitar el espacio público, desaparecen las mujeres…
La alimentación siempre ha sido una cosa femenina hasta que surge la cocina profesional, a inicios del siglo XX
P. ¿Qué papel jugó el hedonismo griego?
R. Se vio como un placer que en cualquier momento se te puede descontrolar. Porque claro, los placeres sexuales tú necesitas un otro que diga sí, que consienta. Pero la comida depende solo de ti. Después de los griegos, en el medievo, este exceso o esta falta de control sobre el deseo de comer adquiere la forma del pecado, que es teológica. Cuando la ciencia se consolida en la modernidad, ese pecado se empieza a patologizar.
P. ¿Cómo?
R. La obesidad se vuelve una enfermedad cuando está probado que no lo es. Es una condición que puede llevarte a padecer enfermedades. Hay toda una corriente de nutricionistas que son antipesocentristas. Los médicos decían que el peso era fundamental para saber tu estado de salud, pero se ha descubierto que no necesariamente. Hacer que la obesidad sea una enfermedad implica ponerle una carga social y estética que genera más problemas que soluciones.
P. ¿Qué opinión tiene de los sellos y las campañas para cambiar la relación con los alimentos procesados?
R. Agradecemos los sellos porque en algún nivel son un avance. Pero la idea de que si algo tiene poco azúcar es más saludable, es solo según un criterio determinado por los componentes nutricionales del alimento. Y el alimento es más que nutrientes, puede tener componentes no nutricionales como los aditivos químicos. No hay ningún sello que te advierta de ellos y está comprobado que afectan a la salud. Los alimentos son más que componentes nutricionales, son relaciones con tu familia, recuerdos. Y eso no se puede medir con sellos. Se requiere de un esfuerzo mucho mayor para comprender lo que es un alimento. No sabemos todavía lo que es.
P. En su libro habla mucho de Occidente. ¿Los vínculos con los alimentos son muy distintos en Oriente?
R. Claro, preguntándome ¿cuál es el lugar de la alimentación? ¿Cuál es el lugar del cuerpo, el del deseo? Y siempre eran lugares excluidos, oprimidos o sobrecontrolados. La cuestión de la alimentación tiene muchos componentes que pueden ser analizados desde estas posibilidades de crítica de la violencia. Desde el problema del consumo de carne hasta el de la sustentabilidad. Esto se replica en muchos niveles, pero también la violencia que se ejerce contra los cuerpos gordos o los que no caben en la norma del cuerpo controlado.
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