Àlex Brendemühl: “Hay un punto absurdo en arrastrarse para conseguir un premio”
Tras cientos de rodajes en 30 años de carrera, el intérprete catalán ha logrado tener una voz propia dentro del circuito del cine de autor. Recién ganador del Gaudí, trae en este 2023 demasiados estrenos como para ser ignorado
En los ojos del actor Àlex Brendemühl (Barcelona, 50 años) arde un misterio. Vive ajeno a los focos. Le seduce la idea de llevar un perfil bajo. A lo lejos, discreto, ha rodado más de cien películas, en cinco idiomas diferentes. Ser casi invisible es su método interpretativo: “Creo que uno de los secretos para seguir resultando creíble en los personajes que interpretas es mantener tu identidad un poco escondida. Tener una actitud abstracta o neutra de ca...
En los ojos del actor Àlex Brendemühl (Barcelona, 50 años) arde un misterio. Vive ajeno a los focos. Le seduce la idea de llevar un perfil bajo. A lo lejos, discreto, ha rodado más de cien películas, en cinco idiomas diferentes. Ser casi invisible es su método interpretativo: “Creo que uno de los secretos para seguir resultando creíble en los personajes que interpretas es mantener tu identidad un poco escondida. Tener una actitud abstracta o neutra de cara a poder transformarte en cualquier personaje”, cuenta desde su casa en Barcelona.
Su carrera es, al peso, comparable con la de Luis Tosar o Antonio de la Torre, dos actores de su generación. Pero a él le paran menos por la calle. No parece importarle; es más, parece hasta estar más cómodo así. Tiene estatus de actor de culto. Escoge proyectos sin prejuicios, y el resultado es una filmografía imposible de encajar en un solo adjetivo. Este año estrena un wéstern basado en una novela catalana del siglo XIX; una serie francesa de acción en Netflix; una adaptación de Los diarios de Adán y Eva, de Mark Twain, estrenada recientemente en el festival de Múnich; la serie Reina Roja, que Amazon Prime Video prepara a partir del best seller de Juan Gómez Jurado, y Creatura, segunda película de Elena Martín Gimeno (Júlia ist), que se proyectará en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes.
Es hijo de padre alemán y madre catalana. El constante intercambio de idiomas fue un juego permanente en su familia. “Es el gran legado que me han dado en casa y el que me ha abierto tantas puertas para viajar por el mundo y trabajar en otros lugares”, afirma. En casa de sus abuelos catalanes “veía los toros y el Barça en la tele”, y cuando viajaba a Alemania le llevaban a ver La Pasión según San Mateo, de Bach. Una mezcla de culturas que enriquece, pero también desubica. “A veces te llegas a sentir extranjero de ti mismo, extranjero en cualquier lugar. Forma parte de ese halo de misterio e indefinición que proyectas. Pero también es una riqueza conocer profundamente otras maneras de pensar y entender el mundo”, asegura.
Creció “en la Barcelona gris de la Transición, donde todo estaba por hacer”. Estudió en un colegio alemán, y durante unos años vivió en una especie de “gueto teutón” de la capital catalana. “Es una suerte y también un lastre porque creces con una visión sesgada de lo que es cada cultura. Son circuitos un poco irreales de un país dentro de otro país”, explica. Desde niño tuvo vocación por “entretener, contar historias e imitar personajes”. Antes de decantarse por la interpretación empezó a estudiar las carreras de Filología Árabe y de Periodismo, una profesión que ve seriamente deteriorada. “Ha triunfado la posverdad”, lamenta. “Los mensajes que llegan desde las redes sociales se han impuesto a la noticia. Yo creo en una prensa más utópica, más de aventura y de riesgo”.
Como actor ha logrado tener un sello personal, con una identidad y una voz propia dentro del circuito del cine de autor. “En esta industria tienes que moverte y encontrar el equilibrio para sobrevivir. Todos hacemos renuncias y concesiones al mercado, pero alguna vez he priorizado una película por pensar que tendría una salida más comercial o popular y no siempre me ha ido bien. Al final he optado por seguir mi intuición y escoger solo aquellos proyectos en los que creo”, afirma. Tener criterio y coherencia no le hacen alérgico al mainstream: “A mí me gustaría que todo el mundo viera mis películas, no tengo ninguna vocación de exclusividad, ni de satisfacer a pequeñas minorías”.
Realizadores como Jaime Rosales, Cesc Gay o Ventura Durall lo tienen de actor fetiche. Son directores a los que ya considera amigos. También trabaja con autores noveles, aquellos en los que encuentra una “mirada fresca y arriesgada, del que se la está jugando todo en la primera película”. En 2019 participó en Madre, el cuarto largometraje de Rodrigo Sorogoyen, que narra el trauma de una mujer que ha perdido a su hijo: “Es un director muy cercano con los actores, es un mago capaz de llevarte a lugares muy sorprendentes. Siempre está buscando, te da pautas, consignas secretas que no les da a los compañeros. Eso genera siempre una tensión y veracidad dentro de cada toma”.
El pasado enero ganó un premio Gaudí a mejor actor secundario por Historias para no contar, de Cesc Gay, algo que agradece, pero no le quita el sueño. “Los premios no son tan importantes más allá de que tus representantes puedan negociar con mejores condiciones tu caché”, afirma. No se prodiga en el espacio público. Con cierta pereza, observa los esfuerzos que algunos compañeros de profesión hacen por entrar en las quinielas de los galardones, como mandar correos electrónicos pidiendo el voto para su película. “Hay un punto absurdo en arrastrarse de esta manera”, afirma. No descarta que esta actitud le haya perjudicado de cara a obtener un Goya: “Yo debo de ser muy malo para no tener una nominación después de cien películas. Me niego a pensar que eso es así, porque la gente me sigue llamando para trabajar”.
Brendemühl es un actor total. Juega a saltar entre géneros cinematográficos y elige personajes arriesgados. “El reto está en reinventarse y romper los moldes de lo que se espera de ti, porque la industria tiende a encasillarte y ponerte una definición o un título para entenderte”, explica. Tiene facilidad para interpretar papeles de villanos y seres atormentados que transitan los límites éticos. “Hace tiempo aprendí a defender cualquier personaje, aunque sea indefendible”. Piensa que el oficio de actor también consiste en tratar algunos puntos de vista incómodos para “intentar mejorar la sociedad y hacerla más justa y compasiva”. En su opinión, el secreto para interpretar estos papeles es darles “un toque de humanidad donde nadie espera”. A través de su mirada penetrante y sus marcados rasgos centroeuropeos consigue dar el toque perfecto de frialdad y gravedad a sus personajes. “Cada uno tiene una apariencia física concreta y despide una energía hacia fuera de la que quizá no siempre somos conscientes”, reflexiona.
Se considera disciplinado y riguroso en su trabajo (“Todo lo que no soy en mi vida lo soy en esto”, ríe). Cada proyecto lo encara de una manera distinta: “Hay una parte de preparación y otra que surge del encuentro con tus compañeros. Cuando está la cámara delante y dicen ‘acción’ pasan cosas que por mucho que preveas o prepares en casa, van por otros derroteros”. A veces la clave del personaje no aparece hasta el último momento. Como en Akelarre (2020), de Pablo Agüero, donde da vida a un inquisidor que juzga a unas jóvenes acusadas de brujería. “Me quedé afónico el día que llegué al set y nos dimos cuenta de que esa era la voz que le convenía”, recuerda. “Son azares que te encuentran, porque estás ahí”.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.