Misterios aparte, ¿era el edificio Windsor buena arquitectura?

Los enigmas que rodean el incendio de la emblemática torre madrileña, resucitados por un documental en HBO, han opacado un debate más técnico y estético que intentamos resolver con ayuda de expertos y viejos conocidos del inmueble

Panorámica de algunos rascacielos de oficinas en Azca, en la zona del paseo de la Castellana de Madrid. Al fondo, el edificio Windsor, destruido por un incendio en 2005.

Que el Windsor ardiera como una tea la noche del 12 de febrero de 2005 por culpa de una colilla mal apagada puede parecer más o menos verosímil, pero es coherente con cierta época de Madrid que el malogrado edificio ha terminado por representar. Un Madrid entre gris y beis, de apartamentos de soltero con cocina americana y atravesado de scalextrics, que había hecho su particular transición del tabaco negro al rubio americano y lo fumaba sin rubor lo mismo en la oficina que en el pub, la ...

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Que el Windsor ardiera como una tea la noche del 12 de febrero de 2005 por culpa de una colilla mal apagada puede parecer más o menos verosímil, pero es coherente con cierta época de Madrid que el malogrado edificio ha terminado por representar. Un Madrid entre gris y beis, de apartamentos de soltero con cocina americana y atravesado de scalextrics, que había hecho su particular transición del tabaco negro al rubio americano y lo fumaba sin rubor lo mismo en la oficina que en el pub, la boite o la whiskería donde se bebían entre semana las recién estrenadas libertades.

Un Madrid de profesionales que afloró José Luis Garci en sus películas de costumbres (Asignatura pendiente, Solos en la madrugada, Las verdes praderas, Sesión continua) y que llegó ya un poco añoso pero aún con gracia a Tristeza de amor (1986), la recordada serie de Televisión Española sobre un programa de radio nocturno cuya emisora se ubicaba, precisamente, en el edificio Windsor. Su protagonista, Ceferino Reyes, interpretado por Alfredo Landa, regresaba a España después de una estancia de varios años “en América”, así que se sentía como pez en el agua viviendo y trabajando entre la calle Orense y el Windsor, lo más parecido a un pedacito del neoyorquino Midtown que podía haber aquí. Los artífices de Tristeza de amor supieron sacar provecho del potencial melancólico de las escalinatas de hormigón y los espacios peatonales vacíos, que armonizan bien con la canción de Hilario Camacho que pone sintonía a la serie.

Ahora, los creadores de La maldición del Windsor, la producción en formato documental que desde el pasado mes de febrero puede verse en HBO, no han dudado en explotar ese imaginario en su aproximación al incendio y sus misterios. Incluso los decorados donde se han filmado los testimonios, con sus cubículos prefabricados y sus persianas venecianas, reproducen la apariencia de una oficina setentera. Una decisión escenográfica que contribuye de manera subliminal a alimentar en el espectador la idea de que el Windsor era un edificio obsoleto, anticuado como el logo que dominaba el remate de la torre o como las películas del destape que en su día habían producido sus promotores, la familia Reyzábal.

La silueta del Edificio Windsor, desaparecido en 2005 y hasta entonces parte imprescindible del skyline de Azca.Estudio Alas Casariego

Pero ¿qué cabe decir del Windsor al margen de su estrepitoso final y de los chismes y chocarrerías relacionados con la saga de propietarios? ¿Era una obra irrelevante o merece ser rescatada de la quema, aunque sea póstumamente?

“El mundo profesional y la gente más entendida sí valoraba el Windsor. Junto con el Banco de Bilbao de Sáenz de Oiza era uno de los edificios de AZCA más valorados, al margen de Torre Picasso, que es un proyecto importado», asegura el arquitecto Juan Casariego. Su padre, Pedro Casariego, fue responsable junto con su socio, Genaro Alas, del proyecto del Windsor. En realidad, los Reyzábal recurrieron también a otras dos firmas de arquitectura. El estudio Alemany, con gran experiencia ante la burocracia municipal, se ocupó de tramitaciones y permisos, y el estudio Del Río diseñó el módulo horizontal situado a nivel de calle, donde se encontraban los locales comerciales y de espectáculos –la conocida Sala Windsor que impuso su identidad al edificio–. Pero fueron Alas y Casariego los encargados de realizar la torre y el master plan del conjunto.

El dúo venía de proyectar en la zona el Edificio Trieste, con su elegante muro cortina a la calle Orense, y en la acera de enfrente el singular Edificio Centro, “sin ninguna duda, una de sus mejores obras, y de los más interesantes ejemplos de arquitectura de oficinas que tiene la ciudad de Madrid”, afirma el arquitecto Gonzalo Pardo, director de gon architects y buen conocedor de la zona, ya que en 2007 ganó el primer concurso para la remodelación integral de AZCA.

“La generación de los cincuenta y sesenta tenía una sólida formación pero escasez de referentes. Todos acaban viajando fuera, porque en España la modernidad había quedado truncada con la guerra y ellos tenían la ambición de desarrollarla”, explica Casariego hijo. De una Europa influida asimismo por el estilo internacional afinado en Norteamérica trajeron Alas y Casariego el interés por la arquitectura industrial y la obsesión por los elementos modulares, que pasaron a ser el punto de partida de la mayoría de sus proyectos, forzando la introducción de este tipo de soluciones en la técnica constructiva de nuestro país.

Un hombre pasea ante el edificio del Banco Santander en el cumplejo AZCA. Al fondo, la Torre Windsor.Bernardo Pérez

Una decisión que formaba parte de su filosofía del oficio, basada en la austeridad y la racionalidad. En la economía, al fin y al cabo; tanto de gasto como de gesto. En su camino de depuración, la pareja de arquitectos nunca tuvo problema en eliminar elementos de sus proyectos, lo que les permitió encajar con filosofía las restricciones presupuestarias de sus clientes.

El Windsor supuso para Alas y Casariego un punto culminante de su trayectoria y les dio la oportunidad de aplicar, a gran escala y en altura, su particular punto de vista. Partieron de una interesante estructura que ya habían ensayado en otros proyectos. Un núcleo central muy compacto albergaba todas las instalaciones y actuaba como una rígida y estable espina dorsal. Esta se complementaba en fachada con una estructura metálica de pilares que no interfería en la planta, liberando y maximizando el espacio (y su rentabilidad, para satisfacción de los Reyzábal). La estructura perimetral trasladaba las cargas al núcleo central en el arranque de la torre y a través de la planta técnica situada a media altura. Un esquema que propiciaba la traza modular del volumen, como dos prismas superpuestos de 14 pisos cada uno.

Pero la reconocible presencia del Windsor en el perfil de la ciudad desde su conclusión en 1979 vendrá determinada por su revestimiento. Aquellas ventanas “con vidrios amarillo-reflectantes características de la década de los 70″ consolidaban una “apariencia tan abstracta como inquietante”, apunta Gonzalo Pardo. “Desde fuera no se podía adivinar el interior, pero desde el interior se vigilaba todo el exterior como si de un panóptico urbano se tratara”. La intención era integrar la torre en el cielo de Madrid, “confundida cromáticamente como un volumen inmaterial que refleja las distintas luces”, en palabras de sus creadores recogidas en el catálogo de la exposición que el COAM dedicó al estudio en 2002.

El Edificio Windsor, uno de los más emblemáticos de la capital española, tiene una altura de 106 metros y comenzó a construirse en 1973 por los arquitectos Genaro Alas y Pedro Casariego. El estudio de Alas y Casariego, fundado en 1953, es uno de los más importantes de la segunda mitad del siglo XX. El edificio, dedicado a oficinas, llevaba varios meses en obras y cubierto de andamios.

“Madrid tiene una luz y un cielo muy limpio, y la incidencia del sol hacía que su apariencia fuera muy cambiante”, detalla Juan Casariego. “Los atardeceres lo convertían en una fuente de colores dorados muy atractiva”, que podía verse desde puntos distintos y distantes. Su hermana Sira señala la pena que todavía hoy sienten “cuando no vemos su llamarada al bajar a Madrid por la A-6 de vuelta del trabajo. Siempre decimos que el reflejo del sol del atardecer en su fachada era una premonición de su fin”.

El paño de vidrio del Windsor presentaba una característica irregularidad de tono, como si cada una de las lunas fueran teselas de un mosaico artesanal. Juan Casariego esclarece las razones: “Para la fachada se eligieron unas carpinterías fabricadas en Bélgica que ofrecían una variedad cromática muy característica por el procedimiento de cocción utilizado. Por razones económicas se optó por unas partidas que estaban en oferta”, y eso explica la diversidad de tonalidades que presentaba la fachada. El proyecto original planteaba que el torreón superior también estuviera recubierto de vidrio, para garantizar el objetivo de inmaterialidad del conjunto, pero la propiedad finalmente lo rechazó.

Pequeños detalles que explican el contraste de factura que el Windsor presentaba, por ejemplo, respecto a la vecina torre del Banco de Bilbao, terminada dos años después. Una y otra representan dos modelos de rascacielos: la torre de promotor, destinada al alquiler y realizada sin alarde de calidades, y la torre corporativa, con toda su carga simbólica, sus vidrios curvos y el lujoso acabado bronce del acero auto-oxidante. Los Reyzábal, corrobora Juan Casariego, “estaban más interesados en la rentabilidad que en la arquitectura. Venían del mundo del cine y de las salas de fiesta. Su estética, digamos, era más kitsch que neoyorquina”.

Detalle de las fachadas y reflejos de los rascacielos de oficinas de la Castellana. Arriba, el edificio Torre Europa.MIGUEL PEREIRA (Cover/Getty Images)

Pese a los regateos de la propiedad, Alas y Casariego quedaron contentos, y los Reyzábal también, porque la obra se terminó en plazo y presupuesto. Tanto que, cuando el grupo familiar adquirió parte de la propiedad del paralizado proyecto de Torre Picasso, volvió a contar con el estudio para adaptar los planos tipo del arquitecto Minoru Yamasaki y llevar la dirección de obra. Una interesante aventura en la que el joven Juan Casariego tuvo la oportunidad de participar. Pero esa es otra historia.

“Como esos activistas que se queman a lo bonzo y están dispuestos a morir para llamar la atención sobre su causa, este paralepípedo de hierro y vidrio empezó a existir de verdad para los españoles cuando se quemó y desapareció”, contaba hace unos días en su newsletter de Madrid la periodista de EL PAÍS Raquel Peláez, que durante años ha vivido obsesionada por el Windsor y que participa como voz autorizada en la serie de HBO. Hoy, donde estuvo aquel prisma paradójico, rotundo pero con vocación de invisibilidad, se levanta la llamada torre Titania, que cambia de color a capricho de LED y está coronada por el logo juguetón de una de las big four, la consultora global Ernst & Young (EY).

Para Gonzalo Pardo, la Titania representa “una oportunidad perdida” y es un ejemplo más “de la falta de entendimiento entre la ciudad y el espacio en el que se inserta el edificio”, el heterogéneo sindiós de AZCA. “Podría formar parte del skyline de cualquier ciudad, como por ejemplo Miami. Habría sido más interesante o bien haber dejado el solar sin construir, o haber reproducido íntegra y fidedignamente el edificio incendiado, antes que levantar una construcción tan anecdótica”.

Vista desde Pozuelo de Alarcón del incendio edificio Windsor ardiendo en febrero de 2005.EFE

Aunque se reconoce parte interesada, al menos sentimentalmente, Juan Casariego no se reserva su opinión sobre el edificio que ocupa el lugar donde estuvo la obra emblemática de su padre y Genaro Alas. “Es un conglomerado de soluciones con muy poco acierto estético. Al final acaba teniendo de todo: pasarelas, muro cortina, parte ciega, ascensores por dentro, por fuera… La torre Windsor se reconocía de lejos, sabías cómo remataba y cómo aterrizaba. Tenía limpieza. Muchas veces la belleza se consigue con las soluciones más sencillas”.

La belleza llama a la belleza, y recién concluida, la torre Windsor inspiró en 1980 al hermano de Juan, Pedro Casariego Córdoba, un poema también brillante y desmaterializado, algunos de cuyos versos,

hoy

el

rasca

cielos

es

mil

sílabas

de luz

nos recuerdan que el Windsor fue mucho más que la ruina humeante del día después de su incendio.

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