Ahora o nunca en Coslada: así es Aragon Park, la exposición efímera en un edificio en ruinas
Frente a grandes ferias como ARCO, esta iniciativa propone una forma de entender el arte ajena al mercado y los formatos convencionales
En la infancia contemplamos un edificio abandonado como una llamada a la aventura –y algo de eso queda para siempre-, pero al entrar en la edad adulta lo vinculamos más bien al fracaso de una promesa de prosperidad. Aragon Park es una de esas promesas incumplidas. Se trata de un edificio de seis plantas que comenzó a alzarse en una zona industrial del municipio de Coslada, a unos quince kilómetros del centro de Madrid. Fue en 2004, el último año del mandato presidencial de ...
En la infancia contemplamos un edificio abandonado como una llamada a la aventura –y algo de eso queda para siempre-, pero al entrar en la edad adulta lo vinculamos más bien al fracaso de una promesa de prosperidad. Aragon Park es una de esas promesas incumplidas. Se trata de un edificio de seis plantas que comenzó a alzarse en una zona industrial del municipio de Coslada, a unos quince kilómetros del centro de Madrid. Fue en 2004, el último año del mandato presidencial de José María Aznar y el primero de José Luis Rodríguez Zapatero, un tiempo caracterizado por el ilusorio boom económico que surgió alrededor del sector de la construcción. Con la crisis económica sobrevenida en 2008 su construcción se interrumpió de manera abrupta, y desde entonces ha sido una ruina rodeada de escombros.
Cuando el verano pasado el artista brasileño residente en Madrid Marlon de Azambuja tuvo noticia por su amigo Rafa Munárriz (también artista) de la existencia de Aragon Park, vio en aquello una oportunidad para activar prácticas artísticas que ninguna institución convencional le permitiría. Su pareja, la escultora Ángela Jiménez Durán, compartía esa visión. “Ella se educó en París, donde son habituales las intervenciones en este tipo de espacios urbanos”, cuenta De Azambuja a ICON Design. “Y yo mismo, como latinoamericano, participo también de esa cultura de actuar sobre lo precario”.
Los tres, junto con Erik Harley, decidieron promover el proyecto expositivo Aragon Park, en el que embarcaron otra veintena de artistas para apropiarse de aquel espacio y realizar allí una serie de piezas e intervenciones como si de una especie de “bienal de guerrilla” se tratara. No estaba previsto que la iniciativa se repitiera ya que el edificio pertenecía a un fondo de inversión que planeaba construir allí un hotel de lujo (por su cercanía al aeropuerto de Barajas, hay en los alrededores otros hoteles pertenecientes a diversos grupos del sector). Pero esto aún no ha ocurrido, así que este verano de 2021 han decidido poner en pie una segunda edición que podrá visitarse hasta el 25 de julio. Cada uno de los artistas que participó el año pasado ha invitado a su vez a otros, y esta vez son casi un centenar los creadores concurrentes.
No se trata de una exposición comisariada ni se ha puesto en marcha como un proyecto unificado. Aquí la norma era que cada participante podía elegir su espacio de entre todos los que quedaran disponibles y plantar en él su intervención. En principio se les pedía que todo el material utilizado para realizar las piezas se extrajera del propio edificio y sus alrededores, que opera al mismo tiempo como espacio expositivo, soporte y cantera de materiales. Ese ha sido el caso de Isidro Blasco, que ha instalado en uno de los patios del edificio una escultura realizada con paneles de pladur previamente intervenidos por los grafiteros que también tienen allí su campo de operaciones (son pocas las paredes que se libren de su acción, de hecho). Esos grafitis sustituyen a las fotografías distorsionadas de su propia casa que Blasco suele emplear en sus esculturas, sin que cambie el mensaje sobre las tensiones que existen entre los conceptos de vivienda y hogar.
Cada artista ha optado por medios y estrategias muy distintas: desde la combinación de escultura y performance de Marlon de Azambuja (que hace arder la superficie de un leño en una especie de ceremonia mística que puede repetirse a voluntad) hasta la gran intervención que recubre con una capa de arcilla roja la rampa del garaje que escenifica Ángela Jiménez Durán (una intervención “más de museo”, la definen ellos), pasando por los “gestos mínimos” de añadir una argolla de cerámica a cada una de las que ya salpican la azotea para convertirlas en una “doble o” (Jimena Kato) o perforar con una sola línea todas las paredes de una planta de modo que la luz atraviese sus distintas estancias y las piezas que allí se ubican puedan contemplarse a través de esos muros horadados (Rafa Munárriz).
Hay intervenciones de escultura más o menos canónica (Tamara Arroyo, Valeria Maculan, Linarejos Moreno) y también de pintura, como las de Virginia Frieyro (que utiliza en su obra láminas de pan de oro, plata y bronce), Yann Leto (un enorme cigarro troquelado en la azotea convierte todo el edificio en cenicero metafórico), o la más poética de Theo Firmo, que interviene con sus signos el techo de una rampa interior que solo puede contemplarse con la luz de una linterna, en un momento bellísimo, cercano a adentrarse en una cueva con pinturas rupestres. También destaca el árbol colgado e invertido de Paula Anta, que irá perdiendo sus hojas con el paso de los días hasta quedarse en un esqueleto de ramas desnudas, otra metáfora del propio edificio abandonado que lo contiene. O las puertas tapiadas con fragmentos de pladur de Antonio Fernández Alvira, trasposición de su trabajo habitual, centrado en los conceptos de ruina y ornamento.
Hay incluso una intervención de arte digital, como la pieza que han realizado Juan de Andrés Arias y Miguel Ángel Tornero, un filtro de Instagram accesible vía código QR que hace hablar a uno de los grafitis preexistentes para darnos la bienvenida a Aragon Park. Como muchos otros de los otros artistas que se sumaron a la iniciativa, Tornero tiene fresca su participación en la feria ARCO, un modelo del que este sería el reverso perfecto: frente a la compraventa de arte organizada en Ifema con la participación de las galerías, tenemos aquí una acción surgida de la iniciativa de los propios artistas que crece de manera orgánica y ajena al mercado. Este ejercicio de libertad es, para Marlon de Azambuja, lo mejor del proyecto. “Por eso el cuerpo nos pedía hacerlo ahora, justo después de este ARCO que por primera vez ha sido en verano”.
¿Buscarán entonces otro lugar para repetirlo el año próximo? “No lo creo, porque no se trata de hacer algo en un edificio en ruinas. De lo que se ha tratado es de hacerlo aquí. Es un lugar especial: no hay otro así en Madrid”.